Quizá muchos de ustedes no se acuerden: James Cameron, completamente fuera de sí, salía a recibir el premio a la mejor película por "Titanic" y gritaba "I´m the king of the world". A mucha gente, aquello le pareció excesivo, aunque en realidad Cameron no hacía sino citar una frase de su propia película. Lo consideraron una demostración innecesaria de poder, una chulería, una superproducción superpromocionándose.
Yo estaba entre esa mucha gente. Tenía 20 años.
Sin embargo, ahora lo entiendo. Acabo de dirigir -o codirigir, si quieren- un cortometraje de 11 minutos. Un cortometraje que probablemente pase sin pena ni gloria o que, en el mejor de los casos, ganará unos cuantos festivales locales y será emitido en La 2 en horario imposible. Había una localización y un equipo de 15-20 personas, trabajando 13 horas al día.
Después de eso, después del agotamiento de farmacia y recetas y sofá y letargo y combo y wildtracks -también conocidos como guaypauts- y paneos y contraplanos y saltos de eje y cintas y grapas y focos y una infinita paciencia por parte de todos, me puedo imaginar lo que tiene que ser rodar una película de tres horas sobre un transatlántico que se hunde en medio del océano y que te den once Oscars por ello. Rey del mundo. Como poco.
Es un día para que la gente pregunte qué tal y reconozco que a menudo yo me hago esa pregunta y sólo puedo responder con una frase de Oasis: "I can´t tell you the way I feel because the way I feel is all so new to me". Todo es nuevo, desde luego, y recuerdo escenas sueltas, momentos y por ejemplo sé que Guadalupe Lancho asaltaba de coña al director en un momento de rodaje y todo el mundo se reía, pero no me acabo de hacer a la idea de que el director era yo.
En la literatura, en el periodismo... todo es tan solitario y tan autosuficiente: tienes una idea, o a lo sumo alguien la tiene y te encarga desarrollarla, planificas, escribes, corriges, envías. Eso es todo, una segunda persona del singular. En el cine, lo que cuenta es el "nosotros", todo el rato. A veces, incluso el "ellos". Quiero decir, yo puedo decir que he dirigido un cortometraje y será verdad. Todo lo que viene en los créditos es verdad. Pedro podrá decir lo mismo, claro, pero lo cierto es que Helena y Natalia nos preparaban cada escena, que Ricardo nos colocaba la cámara, que Víctor ayudaba en los focos, que las luces las colocaba Jose, que el sonido lo controlaban Iván e Irene, que los diálogos no los decía yo sino Guadalupe o Jorge o Mila, elegidos por Maria José, vestidos como Gloria y Sandra habían dicho, peinados como Ángel decidió.
Que los bocadillos los traían Carmen o Fer o María -y las grapas, y las pinzas, y el agua, y las cervezas y los ansiolíticos...-, que el tiempo y el raccord lo apuntaba Rosa, que el hotel ponía los trajes y las chapas, gracias al trabajo de preproducción de Carol y Jose... y al fin y al cabo, buena parte de lo que rodamos el fin de semana no tendrá sentido sin el trabajo de Álida en montaje. En fin, que yo estaba ahí, delante del monitor, a veces pululando por la zona, repasando texto con los actores, cortando escenas que estaban bien y dejando pasar escenas que estaban mal, haciendo la señal de "corten" o la de "seguimos", pero sintiéndome la pieza más inútil de todo el engranaje.
Porque esto es un topicazo, pero aquí el equipo lo es todo. Lo ha sido todo durante 28 horas en el Silken Torres Garden de García Noblejas. No puedo evitar cierto sentimiento de satisfacción al saber que ahí estaban mis amigos de todos estos años: que estaba Pedro, que estaba Álida, Fer, Carmen, María, Helena... Mi gente. Y que la gente nueva ha puesto un entusiasmo desmesurado. Animando incluso, cuando hacía falta, cuando yo ponía cara de nervioso, asustado y superado.
Ahora, lo normal sería hacerse dos preguntas más: 1) ¿Qué tal ha quedado? 2) ¿Repetiré?
Lo primero, ya lo dije, no tengo ni idea. Esto ha sido como un sueño en el que he flotado durante dos días con la mayor concentración posible, pero tengo que ver todas las tomas buenas y alejarme un poco del guión y ver esto con algo de perspectiva, que no es fácil. Lo segundo es otra incógnita: el problema de trabajar en equipo es la incómoda sensación de que estás abusando de la gente, de que todo el mundo está ahí demasiadas horas y con demasiado hambre, y además gratis. Tienes miedo de que los clientes se quejen, de que la recepcionista -la de verdad- se harte, de que los actores se descentren...
Yo, todos ustedes lo saben y mi médico me lo ha recordado esta mañana, soy en esencia un cobarde. También es cierto que puede que no lo sea siempre. Ha sido una experiencia tan mágica y agotadora que es imposible recordarla ni anticiparla. Dejémoslo en un enorme abrazo, un aplauso y una enorme sensación de agradecimiento.