El 7 de noviembre de 1978, meses después de cumplir los 31 años, Johan Cruyff fue la estrella del partido homenaje que el Ajax de Amsterdam organizó para celebrar una carrera que parecía tocar a su fin y, de paso, agradecer todos los servicios prestados, incluidas las tres Copas de Europa de principios de década. Cruyff estaba por entonces semi-retirado después de cinco temporadas de altibajos en el FC Barcelona, con recuerdos imborrables como el 0-5 en el Bernabéu y detalles de niño caprichoso en forma de numerosas faltas de disciplina y enfrentamientos constantes con los distintos entrenadores. En total, su lustro como jugador emblema del Barça se había resuelto con una liga, una copa y un buen montón de fracasos europeos. Mucho ruido y pocas nueces.
Aquel
encuentro tenía algo de despedida, por supuesto, de fin de ciclo. Nada
que el Bayern de Munich ayudara a rebajar, pues ganó por un contundente
8-1, dejando claro que los tiempos felices en Amsterdam habían acabado y
que los alemanes son malos invitados para este tipo de celebraciones
emotivas.
En
busca del dinero que Europa no le ofrecía, Cruyff decidió alargar su
carrera unos meses en Estados Unidos, fichando por el multimillonario
Los Angeles Aztecs pese a las insistentes ofertas de los dueños del New
York Cosmos, equipo que había acogido a Pelé en su momento y que tenía a Franz Beckenbauer
como máxima estrella. Puede que Cruyff no quisiera compartir estrellato
o puede que a la familia le gustaran más los focos de Beverly Hills que
los de Times Square, el caso es que Johan cogió las maletas y se plantó
en Los Angeles para jugar hasta final de temporada, consiguiendo el
título de mejor jugador de la liga… pero perdiendo la competición ante
el Cosmos y su Kaiser.
Al
año siguiente, el holandés cambió de aires y se fue a Washington para
jugar con los Diplomats, un equipo completamente desconocido. Estados
Unidos era por entonces lo que Qatar puede ser ahora pero a lo grande:
cada franquicia buscaba el nombre mágico con el que llenar estadios y
convencer a los aficionados de que una quinta gran liga era posible. Su
etapa en los Diplomats pasó sin pena ni gloria, hasta el punto de que,
cuando acabó la temporada americana, en marzo, Cruyff se largó al
Levante durante cuatro meses. El equipo valenciano le ofrecía la
posibilidad de volver a vestir de blaugrana en la liga española… y un
salario de diez millones de pesetas al mes, que por entonces era una
auténtica barbaridad.
Lo
que llevó al presidente del Levante, entonces en Segunda División, a
hacer una oferta así, lo podemos imaginar: sacudirse la imagen de club
marginado en Valencia y a la vez colocar al club en el escaparate del
mundo entero. Es complicado pensar que Cruyff aceptara por algo más que
el dinero. Jugó diez partidos, marcó dos goles y volvió a su anodina
trayectoria como jugador estrella de un equipo vulgar en Washington.
Después
de meses valorando la retirada, con 34 años ya cumplidos, Cruyff
decidió volver al Ajax. Pocos jugadores pueden permitirse volver al
equipo que ya les ha hecho un homenaje de despedida. Michael Jordan, Magic Johnson…
y Johan Cruyff. El “14” llegaba como gran capitán, referente de la
afición y estrella del pasado, pero su trayectoria como jugador en
activo no invitaba a ningún optimismo. Pese a todo, el Ajax ganó la liga
en la temporada 1981/82 y volvería a repetir en la 1982/83, con Cruyff
peleándose con todo lo que se le pusiera por delante, junta directiva
incluida.
Sumido
en algo parecido a una depresión o la simple angustia de ver el final
cada vez más cerca, Cruyff pidió la renovación por una temporada más en
la primavera de 1983, a los 36 años. El presidente del Ajax en aquel
momento, Tom Harmsen, no solo no accedió sino que
humilló al jugador con unas declaraciones impropias: “Cruyff no tiene
nivel para la primera división holandesa”. Aquello era una exageración
imperdonable, Cruyff no dominaba la liga, en parte por su habitual
indolencia, pero venía de ayudar a ganar dos ligas y una Copa de Holanda
y había vuelto a maravillar al mundo con el famoso “penalti indirecto”, el pase en corto a Jesper Olsen que culminaría el propio Cruyff para deleite de todos los espectadores.
La
opción más sensata era retirarse, pero Cruyff no iba a retirarse
humillado, eso lo tenía claro. Un hombre de sangre caliente como él no
se iba a quedar en casa mientras un millonario le llamaba inútil.
Recibió una interesante oferta del Paris Saint Germain para jugar junto a
Janvion, Rocheteau o Luis Fernández, pero sus planes eran otros.
De
Amsterdam se fue a Rotterdam y negoció su fichaje por el Feyenoord. Era
algo impensable, casi más impensable que lo del Levante, porque
Feyenoord y Ajax eran enemigos hasta el punto de matarse en los
partidos. No podría haber nada más doloroso para el aficionado del Ajax
que la marcha de su ídolo al máximo rival, algo así como si Xavi
decidiera fichar por el Real Madrid para acabar su carrera. Muchos lo
verían como una traición, para Cruyff era simplemente una venganza. Una
fría y cruel venganza.
El
Feyenoord llevaba nueve años sin ganar la liga, eclipsado por el Ajax
pero también por equipos inferiores como el PSV Eindhoven o incluso el
AZ Alkmaar. En sus filas contaba con un mediocampista agresivo, con
facilidad para el gol, llamado Ruud Gullit y recién
fichado del Go Ahead Eagles. La hinchada no sabía muy bien qué hacer, la
verdad. La llegada de Cruyff a Rotterdam fue una conmoción en toda
Holanda… pero especialmente en su ciudad de destino. Cuando te has
pasado la vida insultando y abucheando a un tío, ¿qué demonios haces si
ese tío juega para tu equipo?
Fue una temporada muy extraña. Para empezar, el Feyenoord cayó 8-2 ante el Ajax, con triplete de Marco Van Basten,
lo que se vio como un palo definitivo para el orgullo de Cruyff.
Inmutable, nada más acabar el partido, “El Flaco” declaró: “No importa,
de todas maneras vamos a ganar la liga”. El campeonato se convirtió en
una lucha entre Cruyff y los dos grandes equipos del momento: PSV y
Ajax. Comandados desde el banquillo por This Librejts,
los de Rotterdam encadenaron una racha de resultados positivos que les
colocarían como líderes al final de la primera vuelta mientras el Ajax
empezaba a desinflarse.
Cruyff
jugaba desatado, como si no hubiera un mañana. El destino quiso que en
octavos de final de la Copa de Holanda el rival volviera a ser el Ajax.
Por entonces, la Copa se jugaba a un solo partido, sorteando el campo, y
a Cruyff no le quedó más remedio que volver a Amsterdam a vengar aquel
8-2 y volver a enfrentarse a la reacción encontrada de los seguidores
rojiblancos, que dudaban, como los del Feyenoord, si silbarle o
aplaudirle. El partido acabó 2-2 y se tuvo que repetir, esta vez en
Rotterdam. Con 1-1 en el marcador, el Feyenoord logró adelantarse en la
prórroga y llevarse la eliminatoria. Su camino hasta la final tampoco
fue fácil pero una vez ahí se llevó el título ante el Fortuna Sittard
con un solitario gol de Peter Houtman en el minuto 72 de partido.
No
sería el único título para Cruyff aquel año. Apoyado en una excelente
actuación en su propio estadio, donde acabó invicto y logró 14 de 17
victorias, el Feyenoord se llevó el campeonato de manera relativamente
cómoda, con cinco puntos sobre el PSV y seis sobre el humillado Ajax,
coronándose campeón tras un contundente 0-5 en el campo del Willem II.
El premio al mejor jugador de la competición fue para Johan Cruyff, el
mismo que según Harmsen no tenía nivel ni para participar en esa liga.
La guinda del pastel fue el partido de vuelta contra el Ajax en
Rotterdam, una goleada por 4-1 en la que Cruyff participó con un gol y
Gullit con otro.
En
el total de la temporada, Cruyff y los suyos solo perderían dos
partidos —el de Amsterdam y en Groningen, el único partido que se perdió
Johan en toda la liga— y acabarían cerca de los 100 goles en apenas 34
jornadas. Para un equipo que venía de casi una década en blanco no
estaba nada mal. El 13 de mayo de 1984, Johan Cruyff acababa su carrera
como profesional con una victoria ante el PEC Zwolle, anotando uno de los goles de su equipo,
el undécimo en su cuenta particular en la liga, tras aprovecharse de un
mal despeje del portero, en un movimiento marca de la casa: regate
arrastrando la pelota y suave resolución.
Cumplida
su revancha con creces, ahora sí, “El Flaco” decidió retirarse, siete
años después de su partido de despedida. “Los últimos partidos han ido
muy bien y mucha gente pensó que seguiría un año más pero tengo 37 años y
me es imposible jugar como quiero, al nivel que quiero. Durante
demasiados partidos he estado demasiado cansado”. A los pocos meses ya
estaba de vuelta como director deportivo del Ajax, y poco después
sustituiría a Leo Beenhakker en el banquillo.
El Feyenoord tardó otros nueve años en ganar una liga.
Artículo publicado originalmente en la revista JotDown dentro de la sección "El último baile"