viernes, octubre 26, 2012

Lucio Dalla y los Sex Pistols


Dentro de poco se cumplirán ocho meses de la muerte de Lucio Dalla, un cantante del que ignoro todo excepto "Caruso", como el 95% de mis compatriotas. No es poca cosa, no crean, porque a mí una canción me da para mucho y esa canción me da para contar un viaje a Barcelona en 2003 con una chica de novio italiano y una empalagosa película de 2012 con escenario en la capital transalpina. Con todo, si a alguien me recuerda la canción y el cantante es a mi buen amigo Diego Salazar, ese gran admirador de Dalla y de todo el pop italiano, el único con el que podía compartir juicios críticos sobre NEK, Tiziano Ferro, Jovanotti, Lunapop y no tener que recurrir a sus horribles versiones castellanizadas sino a los originales.

El otro día casi me echo a llorar cuando recordaba delante de la Chica Diploma mis años de rabia repitiendo "Laura c´è, Laura c´è" que es una manera de torturarse que la traducción española ni siquiera contempló, empeñada la discográfica en vender a NEK como si fuera un chulo de putas sin más, cosa que no pareció disgustarle pero que evidentemente hizo poco bien a su música.

En fin, vuelvo a Diego y nuestro año de vida malasañera, pasando del José Alfredo a Tipos Infames. Es curioso porque la muerte de Dalla yo la asocio a los años previos a mi vida feliz pero sin embargo, Wikipedia en mano, sucedió en pleno esplendor. ¿Dónde estaba Diego entonces? Recuerdo partidos del Barcelona con resultados desiguales, uno de ellos, maravilloso, en un bar de Plaza de España, un restaurante, más bien, llamado Cáscaras, en el que teníamos diez pantallas a nuestra disposición para ver a Messi ganar una Supercopa en el minuto 90 de partido.

Recuerdo charlas sobre Kierkegaard, Sartre y Camus en San Bernardo y multitud de confesiones sentimentales casi siempre revestidas por un punto latino de lo que se podría llamar "ir muy sobrado". Nosotros nos sentábamos en cualquier lado, analizábamos hasta la náusea el juego de posición y luego nos dejábamos llevar groseramente por camareras de locales de moda, actrices desfasadas, multitud de recuerdos imposibles. Pasábamos de Santiago Segurola a Juan Luis Galiardo con una torpeza admirable, solo que hasta Galiardo se nos acabó muriendo.

Diego me regaló a Richard Ford y a Emmanuel Carrère y luego me vendió muchas otras maravillas, justo antes de marcharse, a tiempo para esquivar el desastre del Chelsea, el desastre del Bernabéu, la conversión de nuestro Barcelona matemático en una especie de Real Madrid vertiginoso. Sinceramente, le echo mucho de menos.

Él tenía muchos motivos para adorar la cultura italiana. Yo, muchos menos. Lo dicho: un mes en el Instituto Italiano de Cultura y una chica que dominaba el idioma por un año de Erasmus, si no recuerdo mal. Ahí acababa todo. Quizá mi fascinación sea algo puramente estético o incluso futbolero, un punto intermedio entre Marco Aurelio y Roberto Baggio. No lo sé. Ayer, la Chica Diploma y yo veíamos "A Roma con amor" y ella se derretía, explicativa, en cada escena turística de su ciudad favorita. Italia podría ser mi país favorito si me lo propusiera. Incluso, Grecia. Como ven, yo nací para ir a menos, pese a cualquier apariencia.

La película se hace muy larga y tiene dos o tres cosas buenas, pero cumple todas las profecías agoreras: es algo más que un documental de turismo pero algo menos que un guion bien construido. Lo lastimoso no es que Woody Allen muestre la Piazza di Spagna en 360º sino que abuse de tanto tópico manido, como si la realidad se hubiera acabado para él, no sé, en algún momento a finales de 1970 o principios de 1980 y lo que quedara fueran solo aventuras extramatrimoniales, un síndrome de Stendhal exacerbado y la manía de que todos sus personajes se alojen en hoteles de cinco estrellas y tengan avionetas o veleros a disposición para cualquier crucero mediterráneo. Estudiantes de primer año de arquitectura con coches descapotables. Hace mucho tiempo que América no es así y que Europa lo es aún menos.

En fin, tras la película, marché a la COPE. Había preparado una cosa sobre los Sex Pistols y tenía dudas sobre si iba a funcionar. Los Sex Pistols en la COPE. No sé. Hay algo en esa frase que suena peligroso. Todo fue bien, sin embargo. Bastante bien. Ocho programas ya con Lartaun y ningún ataque de pánico, esa es una buena noticia. La sección giraba en torno al "God save the queen" y hubo tiempo incluso para comentar "24 Hour Party People", aunque no estaba en el guion.

Al final, nada está en el guion, ya se sabe. Durante la comida, una breve comida entre trabajo matinal y trabajo vespertino, la Chica Diploma me pedía que no llorara cuando veía a Kurt Cobain. Soy un puto tipo sensible que habla de punk en cadenas de la Iglesia Católica. La postmodernidad, c´est moi. Yo le repetía aquello de Ray Loriga: "Sólo le pedía a Dios una chica bonita" y ahora que la he conseguido me dedico a abrir revistas digitales, publicar libros y dar clases particulares a estrellas del pop. Mi vida en 650 minutos. Ella podrá decir lo que quiera pero el caso es que, a fecha de hoy, lo que cuenta es que cuando escucho a Dalla partirse la voz con su acento sureño en quien pienso es en ella. Solo en ella. En ese "Te voglio bene assai; ma tanto, tanto, bene sai", esa incorrección gramatical que no entendía hasta que Diego me la explicó porque Diego es un hombre con facilidad para enamorarse de las incorrecciones.