Los titulares hablarán de la gran victoria de PNV y Bildu,
dos fuerzas que hablan de manera más o menos explícita de independencia, y no
les faltará razón. Las elecciones vascas vinieron a confirmar lo que ya
había comentado hace dos meses: en momentos de crisis, el populismo crece y
no hay mayor populismo que el nacionalismo, la ruptura, lo antisistema. Todo
eso lo tiene Bildu y explica su éxito en conjunción con el siempre fiel voto de
cientos de miles de vascos que apoyaron en su momento a Batasuna incluso con
cientos de muertos sobre la urna. Gente sin entrañas.
Lo cierto, sin embargo, es que no hay más nacionalistas
ahora en el País Vasco que hace once años. En 2001, aquellas “elecciones del
cambio” en las que nacionalistas y constitucionalistas se dejaron la piel para
movilizar a sus electorados y alcanzar casi un 80% de participación, el voto
conjunto de PNV, EA y EH rozó los 750.000 sufragios. Diez años después se ha
quedado en 650.000, cien mil menos, y eso sin contar que buena parte de los
78.000 que votaron a Madrazo en 2001 simpatizaban con un nacionalismo con el
que de hecho formaban gobierno.
El caso es que la alternativa ha desaparecido. El no
nacionalismo no tiene a quién recurrir y se queda en casa. El PSE se desploma,
de acuerdo, pero no mucho más de lo que se desploma el PP, que en Guipúzcoa, la
tierra de los Gregorio Ordóñez o María San Gil, apenas saca dos escaños,
convirtiéndose en una formación casi anecdótica. Lo de UPyD es aún más grave:
en un contexto en el que los dos grandes partidos nacionales están en caída
libre en todo el país, la formación de Rosa Díez es incapaz de sacar rédito a
ese desgaste en un territorio del que son originarios buena parte de sus dirigentes.
La razón por la que no hay un discurso no nacionalista
arraigado entre la ciudadanía se me escapa. No puedo dar razones. Supongo que
limitarse a decir “no somos nacionalistas” no basta, o que oponer la idea de
España a la de Euskadi no funciona entre un electorado que, precisamente por no
ser nacionalista, no busca símbolos ni banderas de ningún tipo sino propuestas
concretas. No quiero ser excesivamente paternalista ni condescendiente con los
cientos de miles de vascos que han venido quedándose en sus casas desde 2001,
pero está claro que no encuentran alternativa. No me atrevo a decir que no la
haya porque eso puede ser muy injusto, pero los ciudadanos no la ven. Se sienten
solos. La crisis estatal del bipartidismo se ceba en el País Vasco como se ceba
en Cataluña y en ambos casos UPyD y Ciutadans fracasan en su intento de
movilizar el voto descontento.
Mucho más éxito a la hora de recoger ese voto enfadado,
cabreado, un voto de “que se jodan” por decirlo a lo Fabra, lo ha tenido la
izquierda, especialmente esa coalición autodenominada “Syriza gallega” que
encabeza Beiras y a la que las encuestas daban cero, uno o dos escaños y ha
acabado consiguiendo nueve y adelantando al BNG.
Ha bastado con agitar al viejo revolucionario con unas briznas de nacionalismo
difuso y les han caído más de 150.000 votos. Tan sencillo como eso. Vivimos
tiempos demasiado infantiles. Demasiado. Y las consecuencias probablemente, de
seguir esta deriva, sean terribles, populistas.
Si el descalabro del PSOE es innegable tanto en Euskadi como
en Galicia, al menos el PP se mantiene en la Comunidad de Feijóo, con una
cómoda mayoría absoluta, aunque, de nuevo, menos votos, muchos menos votos. El
cabreo viene de lejos y tiene unas formas claras, no solo en el voto más o
menos radical sino en una abstención brutal y un aumento de los votos blancos o
nulos, por ejemplo, en Galicia, del 2,5% se pasa a más del 5%. Decenas de miles
de ciudadanos que se acercan a su colegio electoral en pleno día de lluvia para
dejar claro que no quieren que nadie les represente.
La crisis política en España es ahora mismo insoslayable y
la responsabilidad es múltiple. Lo que no queda claro es cuál va a ser la
solución. A corto plazo, no se ve.
Artículo publicado originalmente en el diario El Imparcial