Berlín, 1936: apoteosis internacional de la estética nazi
cortesía del Ministro de Propaganda Joseph Goebbels y la siempre dispuesta Leni
Riefensthal, cuyo “Olimpia” ha pasado a los anales de los documentales
político-deportivos de todos los tiempos. La importancia de los Juegos para los
alemanes iba más allá de la simple difusión de su proyecto totalitario. Parte
de su ensoñación era emparentarse directamente con los antiguos griegos,
recoger el testigo de su legado ario y civilizatorio –no es casualidad que
aquel año fuera el primero en que la antorcha olímpica viajara desde Grecia hasta
Berlín- e imponer un reino de los mil años como el que Alejandro habría
construido si la sífilis y sus herederos no lo hubieran destrozado todo en
apenas lustros.
Los grandes imperios acaban así, en lustros, y ellos
deberían haberlo sabido.
Junto a la publicidad y la cultura estaba el culto al
cuerpo, algo muy griego también, por supuesto. La imagen del deportista alemán
ejemplificada en Luz Long: joven, fuerte, blanco, ojos claros… candidato a
cantar “Tomorrow belongs to me” en la terraza de cualquier cervecería
berlinesa. La lucha de Long contra Jesse Owens, negro, ascensorista, un ser
inferior bajo cualquier estándar nazi –y no solo nazi, él mismo denunció su
situación racial en Estados Unidos y declaró mil veces que cuatro medallas de
oro ante Adolf Hitler no habían cambiado su condición de paria- quedó recogida
en el citado documental de Riefensthal y es uno de los grandes momentos del
olimpismo.
Un estadio lleno presidido por su “führer” animando a Long y
vertiendo su odio contra Owens mientras el atleta alemán aconsejaba a su rival
y le felicitaba deportivamente después del triunfo, delante de toda la masa
enfurecida. Owens y Long fueron amigos durante años.
Lo curioso de aquellos Juegos es que no había pretensión
inicial alguna de que se convirtieran en una apología del nazismo. Por
supuesto, tras la aprobación de las Leyes de Nüremberg en 1933, el alejamiento
de los judíos de la vida pública alemana, su persecución sistemática y la
recomendación más o menos encubierta de que no se incluyeran atletas judíos en
las selecciones de cada país, el boicot era una posibilidad más que
recomendable. No se hizo, salvo honrosas excepciones. La palabra de moda era
“apaciguamiento” y las potencias occidentales no dudaron en enviar su remesa de
jovencitos al rey Minos para que se los comiera su fiera favorita.
Sí, el boicot hubiera sido lo deseable, pero cuando el COI
eligió Berlín como sede, en una reunión de 1931 presidida por el belga Henri de
Baillet-Latour en Barcelona, apenas once días después de la proclamación de la
II República española y en un contexto de depresión económica brutal, la
intención de los olimpistas era dar su apoyo a la República de Weimar, ese
invento que los vencedores impusieron a los alemanes tras su victoria en la I
Guerra Mundial con el fin de evitar la aparición de un nuevo caudillo, káiser o
canciller enloquecido que se llevara la Línea Maginot por delante en un ataque
de orgullo.
Weimar ya agonizaba porque en realidad la propia existencia
de Weimar era un artificio sin apenas apoyo dentro de una sociedad que jamás
había vivido bajo algo parecido a un régimen democrático. Las desproporcionadas
deudas que Alemania contrajo con sus vencedores más una inflación que sumió al
país en la pobreza ya durante los años 20 había provocado el auge de todo tipo
de movimientos radicales. En 1931, el marxismo, que ya tuviera su momento de
gloria en la “revolución espartaquista” de Rosa Luxemburgo y Karl Liebnecht a
finales de 1918, seguía siendo una alternativa popular entre los alemanes
descontentos con el nuevo régimen. Frente a ellos, se enzarzaban en combates
callejeros las Juventudes Nacional-Socialistas, grupos armados, sospechosamente
bien organizados y financiados, que poco a poco iban aumentando su presencia
desde Baviera al resto del país.
Los Juegos podían ser una manera de normalizar la situación
y así lo entendió el COI, otorgando su organización a Berlín frente a
Barcelona, la gran perdedora. Las otras ciudades candidatas, hasta diez,
incluyendo otras tres alemanas –Colonia, Frankfurt y Nüremberg, que ya hubiera
sido rizar el rizo- no obtuvieron un solo voto.
Puedes leer el resto del artículo, con las votaciones para los Juegos de 1940 y 1944 y sus sucesivos disparates de manera gratuita en la revista Unfollow Magazine.