Dennis Rodman dejó los Bulls a la vez que Jordan, Pippen y Phil Jackson. No sería él quien se quedara a recoger las pedradas de Kornel David, Rusty LaRue, Dickey Simpkins
y compañía. Marchaba de Chicago como agente libre y con 37 años ya
cumplidos. Si su edad indicaba decadencia, su juego lo desmentía:
durante la temporada de su último anillo volvió a ser el máximo
reboteador de la liga con 15 rechaces por partido en casi 36 minutos de
juego. Seguía siendo un defensor más que decente, aunque Karl Malone
le hubiera puesto en apuros en la final contra Utah, y él creía que su
caché estaba por las nubes, luego descubriría lo contrario.
Rodman
era un tipo peculiar, por decir algo, con su pelo de colores y sus
viajes a Las Vegas entre partido y partido, aparte de matrimonios
fugaces y autobiografías polémicas. Se decía que podía destrozar
cualquier vestuario pero en realidad solo había puesto patas arriba uno,
el de los Spurs, controlado por entonces por David Robinson,
un hombre religioso, piadoso y moralista, todo lo lejos que se puede
estar de Rodman y su orgía perpetua. En Detroit fue un ídolo desde la
defensa, en Chicago lo fue en todos los aspectos. Se le jaleaba incluso
cuando descentraba a Brickowski.
Para desgracia de Dennis y sus aspiraciones económicas, la temporada 1998/99 empezó tardísimo y con problemas económicos. El lock out,
producto de las discrepancias salariales entre jugadores y dueños de
las franquicias alargó el inicio de la liga hasta el 5 de febrero de
1999, tres meses después de lo previsto, reduciendo el calendario a 50
partidos. Eso convirtió las vacaciones de Rodman en un verano de ocho
meses, y a determinadas edades cuando uno desconecta de algo tan
esforzado como el deporte de élite es muy complicado volver con la
mentalidad necesaria: los entrenamientos, la dieta, las pesas, el
partido a partido de una agotadora liga regular…
Rodman
fue rechazando ofertas una a una, mitad por hacerse valer, mitad porque
en realidad no estaba nada convencido de querer seguir siendo jugador
profesional de baloncesto. Había prometido que acabaría su último
partido con un striptease pero nadie veía a Rodman como un hombre de palabra, así que incluso eso podía saltárselo.
Entonces
llegó una oferta de los Lakers, que tenían una plantilla parecida a la
de los Bulls pero sin una pizca de su éxito: a la gran estrella, Shaquille O´Neal, se le unía un fiel escudero, el joven Kobe Bryant, y alrededor había una serie de jugadores con talento que podían aparecer ocasionalmente, como Robert Horry, Elden Campbell, Eddie Jones o Nick Van Exel.
El problema era el juego interior: el equipo dependía demasiado de su
contraataque y en estático solo cabía la posibilidad de darle la bola a
Shaq y que fuera lo que Dios quisiera.
Había que tener alternativas y si Del Harris
quería seguir jugando al contraataque, desde luego, había que asegurar
el rebote defensivo, así que Rodman encajaba. Además, seguro que Shaq
era un cachondo, como parecía en las entrevistas, y que la gente del
espectáculo de L.A. le adoraría; al fin y al cabo, ya había rodado un
par de años antes un engendro de película llamada Double Team junto a Jean Claude Van Damme. Ahí podía haber un futuro, entre los focos del cine y de la televisión.
El
equipo había empezado la temporada de manera desastrosa, con seis
victorias y seis derrotas, tres de ellas consecutivas, la última ante
los paupérrimos Vancouver Grizzlies, pero el anuncio del fichaje de
Rodman para el resto de temporada por el contrato mínimo según convenio
convirtió inmediatamente a los Lakers en aspirantes a todo, igual que lo
eran los Rockets de Pippen o cualquier equipo en el que hubieran jugado
o entrenado Michael Jordan o Phil Jackson. El aura de imbatibilidad que
rodeaba a aquellas estrellas de los mágicos Bulls de los noventa seguía
intacto y el debut de Rodman en Los Ángeles no pudo ser mejor: victoria
contra los Clippers en casa (99-83) con 30 minutos de juego saliendo
desde el banquillo, 11 rebotes y nada menos que 6 asistencias, cada una
de ellas celebrada como si le hubieran nominado a un Oscar.
En
su tercer partido anotó 7 puntos y cogió 16 rebotes, en el séptimo se
fue a los 20 rechaces y en el noveno dio la espantada. Desde su llegada,
los Lakers habían ganado todos sus encuentros de manera cómoda. Era un
equipo en racha, imparable, que pasaba de los 100 puntos con asiduidad y
pretendía revivir el “showtime” de los 80 con Magic Johnson
sonriendo desde algún palco. Rodman venía arrastrando problemas en el
codo, con tres partidos muy por debajo de su nivel. De repente, por
razones personales, decidió no hacer la gira de su equipo por el Oeste. Kurt Rambis,
su entrenador, declaró: “No me voy a volver loco porque no esté”, lo
que quizás insinuaba hasta qué punto se volvía loco cuando sí estaba.
El
capricho le mantuvo a Rodman cinco partidos fuera y los Lakers
perdieron tres. Cuando volvió, ya no había rastro del hiperactivo Dennis
y sí de un hombre con ojeras, un ligero sobrepeso e incapaz de
manejarse entre los enormes egos que se movían a su alrededor en aquella
plantilla. Volvió contra los Orlando Magic y por supuesto su equipo
ganó. Tras sufrir su primera derrota de amarillo, ante los Suns en casa,
Rodman pasó al quinteto titular, donde se mantuvo once partidos más.
Sus números no eran malos pero daba la sensación de estar en un partido
aparte, en un equipo aparte. En los Bulls eso había funcionado, pero en
los inmaduros Lakers, no.
El traspaso de Elden Campbell y Eddie Jones por Glen Rice, B. J. Armstrong y J.R. Reid
tampoco ayudó en nada al equipo. Campbell era el nexo de unión entre
los Lakers de Magic y los de Shaq, Jones había entrado casi a la vez que
Kobe y se disputaban el puesto de escolta sacando lo mejor el uno del
otro. Los Lakers sumaron cinco derrotas en los siete partidos de abril,
poco antes del play-off, y el día 16 decidieron echar a la oveja
multicolor. La decisión parecía no tener demasiado sentido porque si se
había fichado a Rodman era precisamente para elevar el nivel en los
play-off, pero la situación interna se había vuelto insoportable: el
ala-pivot seguía desapareciendo cada tres por cuatro, se casó por
sorpresa con Carmen Electra para divorciarse a los
pocos días, y por si eso fuera poco empezó a perderse entrenamientos o a
llegar tarde sin excusa alguna, lo que puso a Rambis y a Jerry West ante una decisión difícil pero inevitable en una plantilla tan joven.
“He
sido el cabeza de turco”, afirmó Rodman al conocer la noticia. “No han
querido reconocer sus errores y me culpan a mí de todo para quedar bien.
Yo quería seguir jugando, son unos cobardes”. West fue diplomático en
sus declaraciones al alegar un bajo rendimiento del jugador, pero un tío
que te coge 11 rebotes por partido por un sueldo de risa no es algo que
encuentres fácilmente. La razón se escondía más bien en las palabras
del propio Dennis, que seguía encendido, al hablar de un posible fichaje
por otro equipo ese mismo año: “Dependerá de si alguien se atreve a
tener a un chico como yo para luchar por el campeonato”.
“Un chico como yo”, dijo, a sus casi 40 años.
Los
Lakers cayeron en picado y acabaron su aventura por el título en la
segunda ronda del Oeste al ser barridos 4-0 por los Spurs de Duncan y Robinson, el viejo amigo de Dennis. “El Gusano”,
por su parte, no encontró a nadie suficientemente valiente como para
luchar por el título con él aquel año porque había que ser realmente
valiente para ficharle en un momento en el que la cabeza parecía
habérsele ido por completo. No es que hubiera que tener coraje es que
había que ser un kamikaze. Había que ser Mark Cuban, vaya, el excéntrico y multimillonario dueño de los Mavericks.
Cuando David Stern cuestionó la decisión, Rodman le retó a un combate de boxeo.
En la temporada 1999/2000, Dallas era un equipo en construcción dirigido por Steve Nash, con Michael Finley y Cedric Ceballos como estrellas y la esperanza puesta en el alemán Dirk Nowitzki, quien, en su segunda campaña en la liga, ya se fue a los 17,5 puntos y 6,5 rebotes pese a no tener más de 21 años. Don Nelson
pedía un hombre que “aportara defensa y rebote” y Mark Cuban pedía un
hombre que le llenara el pabellón. Los dos consiguieron unir sus deseos
en la figura de Rodman, 39 años, casi diez meses alejado de las pistas.
El
contrato que firmó ya anunciaba el fracaso. Algunas de las condiciones
incluían que el jugador solo tenía que estar en el vestuario 30 minutos
antes de cada partido, que no tenía por qué entrenar con el resto del
equipo, solo hacer bici estática y pesas un par de horas y que en los
partidos tampoco estaba obligado a permanecer en el banquillo. Aquello
no era un contrato, era un chiste, y hay que entender que si el veterano
entrenador Nelson aceptó las condiciones, problemas en los tableros
aparte, fue porque Cuban le presentó un dato objetivo: desde el anuncio
del fichaje de Rodman, los Mavericks habían pasado de 11.000 a 15.000
abonados en apenas un par de días.
El
problema era que Rodman no quería estar ahí. Los Mavericks eran un
equipo sin aspiraciones a play-off, en plena transición, y que no podían
ofrecerle nada de pedigrí a cambio de su trabajo sucio. El primer
partido fue una derrota: 106-117 ante los Seattle Supersonics, con 13
rebotes de “El Gusano”. En sus doce partidos en Dallas promedió casi 15,
como en sus mejores momentos, pero se enfrentó a un juicio por conducir
borracho, otro por acosar y toquitear los pechos a una camarera en un
hotel y se despachó con unas declaraciones más que imprudentes sobre su
jefe: “No necesitamos que Mark esté con nosotros todo el rato, como si
fuera el entrenador. Es bastante desagradable”.
Seis
técnicas y dos expulsiones después —con un partido de sanción en medio—
Rodman hacía las maletas de nuevo. “Nunca quiso jugar aquí”, declaró
Nash, con toda la razón del mundo. Por supuesto, no hubo striptease
final ni nada parecido. Su último partido en la NBA fue contra los
Seattle Supersonics, en la misma cancha en la que se mofaba de Brickowski
cuando lanzaba tiros libres, una derrota —la quinta consecutiva del
equipo— con 2 puntos y 15 rebotes en 35 minutos. Solo un lanzamiento a
canasta aparte de dos tiros libres.
Para
sus posteriores juergas, ya cuarentón, eligió países lejanos y
contratos de un día, como si él solo ya fuera un circo completo. Tuvo un
programa en la televisión y ganó un campeonato de “wrestling para
famosos”, lo cual, supongo, se acercaría a su idea de felicidad.
Ahora tiene ya 51 años. Uno vive con el temor de encontrárselo cualquier día en la sección de sucesos.
Artículo publicado originalmente en la revista JotDown dentro de la sección "El último baile"