martes, octubre 02, 2012

El útimo baile de Dennis Rodman



Dennis Rodman dejó los Bulls a la vez que Jordan, Pippen y Phil Jackson. No sería él quien se quedara a recoger las pedradas de Kornel David, Rusty LaRue, Dickey Simpkins y compañía. Marchaba de Chicago como agente libre y con 37 años ya cumplidos. Si su edad indicaba decadencia, su juego lo desmentía: durante la temporada de su último anillo volvió a ser el máximo reboteador de la liga con 15 rechaces por partido en casi 36 minutos de juego. Seguía siendo un defensor más que decente, aunque Karl Malone le hubiera puesto en apuros en la final contra Utah, y él creía que su caché estaba por las nubes, luego descubriría lo contrario.

Rodman era un tipo peculiar, por decir algo, con su pelo de colores y sus viajes a Las Vegas entre partido y partido, aparte de matrimonios fugaces y autobiografías polémicas. Se decía que podía destrozar cualquier vestuario pero en realidad solo había puesto patas arriba uno, el de los Spurs, controlado por entonces por David Robinson, un hombre religioso, piadoso y moralista, todo lo lejos que se puede estar de Rodman y su orgía perpetua. En Detroit fue un ídolo desde la defensa, en Chicago lo fue en todos los aspectos. Se le jaleaba incluso cuando descentraba a Brickowski.

Para desgracia de Dennis y sus aspiraciones económicas, la temporada 1998/99 empezó tardísimo y con problemas económicos. El lock out, producto de las discrepancias salariales entre jugadores y dueños de las franquicias alargó el inicio de la liga hasta el 5 de febrero de 1999, tres meses después de lo previsto, reduciendo el calendario a 50 partidos. Eso convirtió las vacaciones de Rodman en un verano de ocho meses, y a determinadas edades cuando uno desconecta de algo tan esforzado como el deporte de élite es muy complicado volver con la mentalidad necesaria: los entrenamientos, la dieta, las pesas, el partido a partido de una agotadora liga regular…

Rodman fue rechazando ofertas una a una, mitad por hacerse valer, mitad porque en realidad no estaba nada convencido de querer seguir siendo jugador profesional de baloncesto. Había prometido que acabaría su último partido con un striptease pero nadie veía a Rodman como un hombre de palabra, así que incluso eso podía saltárselo.

Entonces llegó una oferta de los Lakers, que tenían una plantilla parecida a la de los Bulls pero sin una pizca de su éxito: a la gran estrella, Shaquille O´Neal, se le unía un fiel escudero, el joven Kobe Bryant, y alrededor había una serie de jugadores con talento que podían aparecer ocasionalmente, como Robert Horry, Elden Campbell, Eddie Jones o Nick Van Exel. El problema era el juego interior: el equipo dependía demasiado de su contraataque y en estático solo cabía la posibilidad de darle la bola a Shaq y que fuera lo que Dios quisiera.

Había que tener alternativas y si Del Harris quería seguir jugando al contraataque, desde luego, había que asegurar el rebote defensivo, así que Rodman encajaba. Además, seguro que Shaq era un cachondo, como parecía en las entrevistas, y que la gente del espectáculo de L.A. le adoraría; al fin y al cabo, ya había rodado un par de años antes un engendro de película llamada Double Team junto a Jean Claude Van Damme. Ahí podía haber un futuro, entre los focos del cine y de la televisión.

El equipo había empezado la temporada de manera desastrosa, con seis victorias y seis derrotas, tres de ellas consecutivas, la última ante los paupérrimos Vancouver Grizzlies, pero el anuncio del fichaje de Rodman para el resto de temporada por el contrato mínimo según convenio convirtió inmediatamente a los Lakers en aspirantes a todo, igual que lo eran los Rockets de Pippen o cualquier equipo en el que hubieran jugado o entrenado Michael Jordan o Phil Jackson. El aura de imbatibilidad que rodeaba a aquellas estrellas de los mágicos Bulls de los noventa seguía intacto y el debut de Rodman en Los Ángeles no pudo ser mejor: victoria contra los Clippers en casa (99-83) con 30 minutos de juego saliendo desde el banquillo, 11 rebotes y nada menos que 6 asistencias, cada una de ellas celebrada como si le hubieran nominado a un Oscar.

En su tercer partido anotó 7 puntos y cogió 16 rebotes, en el séptimo se fue a los 20 rechaces y en el noveno dio la espantada. Desde su llegada, los Lakers habían ganado todos sus encuentros de manera cómoda. Era un equipo en racha, imparable, que pasaba de los 100 puntos con asiduidad y pretendía revivir el “showtime” de los 80 con Magic Johnson sonriendo desde algún palco. Rodman venía arrastrando problemas en el codo, con tres partidos muy por debajo de su nivel. De repente, por razones personales, decidió no hacer la gira de su equipo por el Oeste. Kurt Rambis, su entrenador, declaró: “No me voy a volver loco porque no esté”, lo que quizás insinuaba hasta qué punto se volvía loco cuando sí estaba.

El capricho le mantuvo a Rodman cinco partidos fuera y los Lakers perdieron tres. Cuando volvió, ya no había rastro del hiperactivo Dennis y sí de un hombre con ojeras, un ligero sobrepeso e incapaz de manejarse entre los enormes egos que se movían a su alrededor en aquella plantilla. Volvió contra los Orlando Magic y por supuesto su equipo ganó. Tras sufrir su primera derrota de amarillo, ante los Suns en casa, Rodman pasó al quinteto titular, donde se mantuvo once partidos más. Sus números no eran malos pero daba la sensación de estar en un partido aparte, en un equipo aparte. En los Bulls eso había funcionado, pero en los inmaduros Lakers, no.

El traspaso de Elden Campbell y Eddie Jones por Glen Rice, B. J. Armstrong y J.R. Reid tampoco ayudó en nada al equipo. Campbell era el nexo de unión entre los Lakers de Magic y los de Shaq, Jones había entrado casi a la vez que Kobe y se disputaban el puesto de escolta sacando lo mejor el uno del otro. Los Lakers sumaron cinco derrotas en los siete partidos de abril, poco antes del play-off, y el día 16 decidieron echar a la oveja multicolor. La decisión parecía no tener demasiado sentido porque si se había fichado a Rodman era precisamente para elevar el nivel en los play-off, pero la situación interna se había vuelto insoportable: el ala-pivot seguía desapareciendo cada tres por cuatro, se casó por sorpresa con Carmen Electra para divorciarse a los pocos días, y por si eso fuera poco empezó a perderse entrenamientos o a llegar tarde sin excusa alguna, lo que puso a Rambis y a Jerry West ante una decisión difícil pero inevitable en una plantilla tan joven.

He sido el cabeza de turco”, afirmó Rodman al conocer la noticia. “No han querido reconocer sus errores y me culpan a mí de todo para quedar bien. Yo quería seguir jugando, son unos cobardes”. West fue diplomático en sus declaraciones al alegar un bajo rendimiento del jugador, pero un tío que te coge 11 rebotes por partido por un sueldo de risa no es algo que encuentres fácilmente. La razón se escondía más bien en las palabras del propio Dennis, que seguía encendido, al hablar de un posible fichaje por otro equipo ese mismo año: “Dependerá de si alguien se atreve a tener a un chico como yo para luchar por el campeonato”.

Un chico como yo”, dijo, a sus casi 40 años.

Los Lakers cayeron en picado y acabaron su aventura por el título en la segunda ronda del Oeste al ser barridos 4-0 por los Spurs de Duncan y Robinson, el viejo amigo de Dennis. “El Gusano”, por su parte, no encontró a nadie suficientemente valiente como para luchar por el título con él aquel año porque había que ser realmente valiente para ficharle en un momento en el que la cabeza parecía habérsele ido por completo. No es que hubiera que tener coraje es que había que ser un kamikaze. Había que ser Mark Cuban, vaya, el excéntrico y multimillonario dueño de los Mavericks.

Cuando David Stern cuestionó la decisión, Rodman le retó a un combate de boxeo.

En la temporada 1999/2000, Dallas era un equipo en construcción dirigido por Steve Nash, con Michael Finley y Cedric Ceballos como estrellas y la esperanza puesta en el alemán Dirk Nowitzki, quien, en su segunda campaña en la liga, ya se fue a los 17,5 puntos y 6,5 rebotes pese a no tener más de 21 años. Don Nelson pedía un hombre que “aportara defensa y rebote” y Mark Cuban pedía un hombre que le llenara el pabellón. Los dos consiguieron unir sus deseos en la figura de Rodman, 39 años, casi diez meses alejado de las pistas.

El contrato que firmó ya anunciaba el fracaso. Algunas de las condiciones incluían que el jugador solo tenía que estar en el vestuario 30 minutos antes de cada partido, que no tenía por qué entrenar con el resto del equipo, solo hacer bici estática y pesas un par de horas y que en los partidos tampoco estaba obligado a permanecer en el banquillo. Aquello no era un contrato, era un chiste, y hay que entender que si el veterano entrenador Nelson aceptó las condiciones, problemas en los tableros aparte, fue porque Cuban le presentó un dato objetivo: desde el anuncio del fichaje de Rodman, los Mavericks habían pasado de 11.000 a 15.000 abonados en apenas un par de días.

El problema era que Rodman no quería estar ahí. Los Mavericks eran un equipo sin aspiraciones a play-off, en plena transición, y que no podían ofrecerle nada de pedigrí a cambio de su trabajo sucio. El primer partido fue una derrota: 106-117 ante los Seattle Supersonics, con 13 rebotes de “El Gusano”. En sus doce partidos en Dallas promedió casi 15, como en sus mejores momentos, pero se enfrentó a un juicio por conducir borracho, otro por acosar y toquitear los pechos a una camarera en un hotel y se despachó con unas declaraciones más que imprudentes sobre su jefe: “No necesitamos que Mark esté con nosotros todo el rato, como si fuera el entrenador. Es bastante desagradable”.

Seis técnicas y dos expulsiones después —con un partido de sanción en medio— Rodman hacía las maletas de nuevo. “Nunca quiso jugar aquí”, declaró Nash, con toda la razón del mundo. Por supuesto, no hubo striptease final ni nada parecido. Su último partido en la NBA fue contra los Seattle Supersonics, en la misma cancha en la que se mofaba de Brickowski cuando lanzaba tiros libres, una derrota —la quinta consecutiva del equipo— con 2 puntos y 15 rebotes en 35 minutos. Solo un lanzamiento a canasta aparte de dos tiros libres.

Para sus posteriores juergas, ya cuarentón, eligió países lejanos y contratos de un día, como si él solo ya fuera un circo completo. Tuvo un programa en la televisión y ganó un campeonato de “wrestling para famosos”, lo cual, supongo, se acercaría a su idea de felicidad.

Ahora tiene ya 51 años. Uno vive con el temor de encontrárselo cualquier día en la sección de sucesos.

Artículo publicado originalmente en la revista JotDown dentro de la sección "El último baile"