Lo primero que pensé cuando JotDown me propuso participar en
la serie de artículos que recomiendan una película y un libro fue que no quería empezar el mío con lo típico de "Lo primero que pensé cuando JotDown me propuso participar en la serie..." bajo ningún concepto. Eso lo iba a dejar para mi blog. Sinceramente, no creo que a mucha gente le interese cuáles son mi película y mi libro favoritos como para imaginar que a alguien le pudiera apetecer saber lo que yo pienso o dejo de pensar antes de ponerme a escribir.
No. Lo importante no podía ser el autor sino las obras y así me puse a buscar los distintos artículos ya publicados para ver qué estilo funcionaba y cuál se acoplaba más a lo que yo quería. En esas, encontré esta
maravilla de Pepe Albert de Paco y me vine un poco abajo. ¿Cómo mejorar eso? Fíjense en su texto, en cómo el libro sobre John Belushi, incluso el propio John Belushi, lo ocupa todo, cómo seduce al lector para que encargue inmediatamente un ejemplar y cómo deja en un segundo plano a la película -Pepe ni siquiera se para en gustos personales, se limita a elegir lo que cuadra mejor con el libro- y en un tercer plano a sí mismo, que se limita a asomar la patita en el último párrafo.
Renunciar al "yo" y descubrir algo al lector.
Una vez captado el estilo, quedaba elegir la película y el libro en cuestión. No fue fácil. Creo que mi libro favorito es "Momentos estelares de la humanidad", de Stefan Zweig, pero no sabía con qué combinarlo. Hay muchas películas que me gustan, pero todo el mundo las conoce. ¿Hablar sobre "El Padrino", de nuevo? La cosa quedó entre dos: "Pulp Fiction" y "Cuando Harry encontró a Sally". Las dos habían marcado mi adolescencia y podía escribir con entusiasmo acerca de todas mis vivencias relacionadas.
Solo que, insisto, yo no podía aparecer, y si aparecía no podía ensombrecer a los personajes. Ahí me di cuenta de que el libro de Zweig no podía ser el elegido, porque no había una historia como tal, algo a lo que agarrarse. Podría haber elegido muchos otros -quizá la elección obvia sería Bret Easton Ellis, solo que detesto lo obvio- pero al final me quedé con "Opiniones de un payaso" de Heinrich Böll. No fue una cuestión estética o porque buscara quedar como un cultureta. Es de los pocos libros que he leído dos veces, recientemente lo propuse en dos cursos distintos de literatura y mi primera dirección de correo electrónico, allá por los 90, fue schnier@wanadoo.es.
Quedaba cuadrar a Hans Schnier con alguien parecido y en ese momento apareció Waldo Lydecker. Yo me obsesioné con la película "Laura", de Otto Preminger, casi a la vez que lo hice con "Cuando Harry encontró a Sally". En realidad, no puedo decir que una me influyera más que la otra. La descubrí en un pase nocturno en La 2, la grabé en vídeo -¿por qué la grabé en vídeo? Supongo que por el nombre- y la vi mil veces, siempre en versión original, la voz de Lydecker anunciando en off: "I shall never forget the weekend that Laura died", su perfecta dicción, su intento de imitar un acento británico.
Schnier y Lydecker tenían un punto en común: los dos deseaban a mujeres que habían desaparecido de sus vidas. Los dos las tenían idealizadas y en ambos casos me daba la sensación de que las mujeres en cuestión no sentían el mismo aprecio por ellos. Además, ambos eran tremendamente narcisistas, es decir, daban por hecho que merecían ser amados y no concebían que las cosas hubieran ido mal y que Marie hubiera acabado con un católico adinerado mientras Laura retozaba con un vulgar asalariado. Schnier era un payaso iconoclasta y Lydecker era un intelectual refinado con columna en periódico allá por los 40, pero, en el fondo, eran lo mismo: dos hombres fascinados por su estética, deseosos de que el mundo no fuera sino un espejo de sí mismos... y con el mundo, las mujeres a las que amaban.
Por supuesto, tanto Schnier como Lydecker son yo. Eso va de suyo, por eso preferí explicarlo lo justo. De hecho, releyendo el artículo tengo la sensación de que lo dejo demasiado claro. Si uno elige a dos estetas autodestructivos y autocomplacientes como protagonistas de su relato, lo más probable es que de alguna manera se identifique con ellos. "De alguna manera", digo, porque ellos son personajes y yo no. O al menos, no hasta que decido firmar un artículo y hacerlo público. En ese momento, todo cambia, y a la hora de presentarme en sociedad, en vez de perseguir a Meg Ryan después de mi primer divorcio, preferí no levantar ninguna expectativa y aceptar la derrota de entrada, como si fuera un deportista olímpico español. Así, intuía, la gente podría olvidarse de mí un rato y, con suerte, coger el libro en la primera librería que encontraran y buscar la película en cualquier plataforma online.
Porque, para mí al menos, de eso se trataba el encargo.