En el sueño de hoy era entrenador de baloncesto. El equipo, por supuesto, era el Estudiantes, pero un Estudiantes rejuvenecido, con un base que se llamaba Molah Goodes. Lo recuerdo porque sé que en algún momento dudamos de su continuidad en la plantilla -era un base demasiado individualista o, más bien, un base con las ideas demasiado claras, como si sus compañeros no existieran, daba grandes asistencias y perdía balones absurdos- y entonces se me ocurrió gritarles a los asistentes, de broma: "Si echamos a un tío que se llama Molah Goodes, la Demencia nos echa a gorrazos".
Lo curioso es que al principio el asistente era yo, pero luego me ponía a dar todas las órdenes y repetía, muy enfático: "Si jugamos así volvemos a bajar a la puta LEB, volvemos a bajar". Odio que los chicos pierdan balones y regalen canastas fáciles.
Ser entrenador de baloncesto es una de las cosas que más echo de menos. Creo que dejé de serlo en 2006, cerrando un glorioso período de cinco años por ligas de distrito al frente del típico equipo que juega como los ángeles durante ocho meses y se viene abajo en el partido de semifinales mientras su entrenador desaparece, completamente superado. Así era yo. Entrenar era divertido porque suponía la única manera de participar en el juego de manera mínimamente relevante, el problema es que pierdes amigos, esto es así a cualquier nivel. Todo jugador sabe que el árbitro y el entrenador son sus grandes rivales y algunos lo llevan más a rajatabla que otros.
En cualquier caso, aparte de las diversiones y las broncas ocasionales, siempre he pensado que entrenar a un equipo de relativo éxito me convirtió en un gilipollas. Si a un tío como yo le das la posibilidad de mandar, le has condenado. Y estoy hablando de Gran Cordero, a mí me ofrecen los Miami Heat y a los dos días me pongo a invadir Polonia. Fui un gilipollas en 2002 y probablemente en 2003. De todo ello hace ya unos diez años y algunos síntomas han desaparecido mientras otros se han acentuado. La estupidez es muy persistente. Me enamoraba de las chicas según entendieran la jerga de Andrés Montes como en los noventa intentábamos aparearnos con ellas imitando a Chiquito de la Calzada.
El sueño apareció entre dos insomnios. El primero, el habitual, el de horas delante de la pantalla del ordenador sin hacer absolutamente nada. Ayer tocó repasar fotos viejas y el habitual ritual de melancolías. Me gusta echar de menos cosas porque echar de menos es lo que mejor se me ha dado toda la vida, así que ahí me puse yo a abrir y cerrar carpetas, recordando fiestas en 2007, viajes en 2004, la sucesión de mujeres improbablemente preciosas que han pasado por mi vida y lo más improbable aún: que la cosa haya ido a mejor, la playa de San Vicente observando la belleza de la Chica Diploma.
Ella cree que me enamoré de ella porque es guapa y no creo que sea una hipótesis descartable de entrada. Yo insisto, sin embargo, en que me enamoré de ella por tres cuestiones decisivas: su talento, su constancia y su fidelidad.
La mañana llegó a la hora habitual en Madrid, en torno a las 8, y esta vez no tuvo la culpa nadie más que yo y un difuso dolor en el omoplato derecho. Lo más divertido de haber leído "El asesino hipocondríaco", de Juan Jacinto Muñoz Rengel -por lo demás, un libro muy divertido en general- fue el hecho de sentirme reflejado en cada ataque de ansiedad, cada explicación pseudomédica del más mínimo desorden. Con la mañana llegaron los compañeros habituales, esto es, el iPad, las menciones en Twitter -me hace ilusión llegar a 1977 seguidores-, discusiones banales sobre Lance Armstrong, enormes artículos de Wikipedia con listas y listas de casos de dopaje en los últimos cuarenta años, breve lectura de "Bilbao/Bilboa", de Willy Uribe, y la tradicional sucesión de Love of Lesbian para la ducha. Solo dos canciones: "Wio" y "Toros en la Wii".
Creo que daría cualquier cosa por escuchar esas canciones en directo, por poder gritar con Santi Balmes: "Y domesticarnos será algo difícil, mister Sarkozy; dame un euro, guapo, porque yo lo valgo, mister Sarkozy, ya verás qué gasto, me he inventado un juego: Toros en la Wii... indomesticados". Aunque a mí la parte que más me gusta es la parte generacional, la parte outsider -ya le dije a la Chica Diploma que, básicamente, a mí me gustan las canciones de perdedores-, la que dice: "Somos alguien, algo dispersos, vulnerables, somos reflejo o la imagen de un universo inestable".
Quizá, después de todo, lo que me enamoró de la Chica Diploma fue su vulnerabilidad, esto es, mi reflejo o mi imagen.
Pasen un buen día.