martes, julio 13, 2010

Sombrero y Mississippi, de Ray Loriga

Quiero dejar claro desde el principio que poner mal un libro de Ray Loriga es para mí doloroso. No digo que sea un compromiso ni un mal trago, digo que es doloroso, sin eufemismos. Yo crecí con Loriga y me parece uno de los mejores escritores a los que he leído nunca. Pero me encargaron la reseña de este libro y no me gustó. No ya como crítico sino como lector. Espero que si Ray lee esto alguna vez pueda entender que no a todos nos gusta lo mismo y que mi admiración por él sigue intacta. Disculpen el desahogo pero para mí, como persona, era necesario. Tienen la reseña en formato completo en CulturaMas, su portal amigo.



No me puedo quitar de la cabeza una frase de Ray Loriga a finales de la pasada década y lo peor es que ni siquiera me acuerdo de cómo era literalmente. Venía a decir que llegó un momento en el que cada vez que un nuevo escritor sacaba un libro había un crítico dispuesto a darle un palo a él, aunque ni siquiera pasara por ahí. Creo, sinceramente, que la crítica fue muy injusta con la primera etapa de Loriga y creo también que Loriga se tomó muy en serio todas aquellas comparaciones con Mañas, Lucía Etxebarría y un largo etcétera.

¡Cómo culparle!

Habría que calibrar cuánto daño hizo aquello en el escritor y cuánto en sus lectores, entre los que me hallo. No voy a ser objetivo con Ray a estas alturas y si quieren pueden dejar de leer aquí pero se van a perder un montón de cosas. “Sombrero y Mississippi”, publicado por El Aleph Editores, continúa una marcada senda barroca que se vislumbraba en “Trífero”(2000) y que alcanzó su esplendor en “Sólo habla de amor” (2008) y sobre todo en aquellos prolijos relatos que formaban “Los oficiales y el destino de Cordelia” (2009). Puede que sea un camino correcto pero no se ven señales. Se ve a un hombre caminar entre la niebla y eso tiene un punto valiente, casi estoico, pero a la vez angustioso.

No voy a llevar esta reseña a una apología del minimalismo. Tampoco está claro que lo que hiciera Loriga en sus primeros libros, en aquel “Tokio ya no nos quiere” o el magnífico “El hombre que inventó Manhattan” fuera minimalismo, pero sí daba la sensación de resultar simple y vivo. Había vida por todos lados en la prosa de Loriga. Había ritmo y había sangre. Incluso en las peores páginas de “Héroes” había algún sentimiento que rescatar, algo que habías vivido en algún momento, probablemente en torno a los 18 años.

Yo entiendo que, como Lichis, Loriga acabara “hasta el culo de los Doors, la Velvet y Malasaña” y que, como cantaba Sabina, yo corro aquí el riesgo de convertirme en el crítico que indignado le acusa de jugar demasiado a la ruleta rusa. Sí me extraña cierta necesidad de reivindicación que en este libro se hace demasiado patente. No es un libro sobre literatura, es un libro sobre sus lecturas. Por supuesto, lecturas interesantes y normalmente bien entendidas pero que a menudo provocan digresiones que llevan al solipsismo. Yo sé que Loriga quiere decir algo pero no acabo de entender el qué. No lo explica. No hay ninguna voluntad de explicación en el libro y así ningún ensayo o tratado o crítica tiene posibilidad de avanzar.
En los mejores momentos, cuando Loriga baja a las cosas mismas, “Sombrero y Mississippi” es un libro interesante, que descubre aspectos del oficio de escritor que probablemente solo un escritor con 20 años de carrera ya a sus espaldas pueda ver. En los peores, no es más que una sucesión de nombres propios sin demasiado sentido. 

Solo en las primeras 13 páginas se cita a 21 autores distintos. La cifra en las 25 primeras se acerca a los 50 y en el total del libro debe superar con creces los 100. Insisto: no pretendo criticar la erudición. Suficientes mediocres tenemos en el mundo y eso incluye a la literatura como para pegar otro palo más a los que sí saben algo sobre algo y hablan con conocimiento de causa. Critico la enumeración. El afán por la lista. Todas las cosas que he hecho. Todo lo que he leído. Todo lo que sé.

Sinceramente, abruma.

Es curioso porque Loriga sigue siendo un excelente articulista. Las cosas mismas, de nuevo. La realidad. Es un cirujano maravilloso y un teórico con problemas. No sé en qué momento decidió evitar el entusiasmo o fingir que lo evitaba. Se ha vuelto en un escritor inaccesible y esto no es una crítica, insisto, es la constatación de un lector.

Es muy probable que todos estemos equivocados, y yo el primero. Es muy probable que estos libros, esta etapa, este encontrar de nuevo su voz, su estilo desemboque en algo grandioso. Eso esperamos. De momento miramos el río como los suicidas, desde una distancia infinita.