Antes de empezar el Mundial, Maradona acallaba las críticas a su selección con un demoledor: "Messi está mejor acompañado este año que yo en 1986". Por supuesto, la frase tenía dos intenciones: una, resaltar el mérito que tuvo lo suyo, faltaba más, y dos, motivar a Messi, decirle: "No nos puedes fallar". Teniendo en cuenta la desconexión evidente de Messi en los partidos de Argentina, comparado con los del Barcelona, decidió que el equipo jugara alrededor suyo dándole la posición de mediapunta centrado, como juega en ocasiones con Guardiola.
Ahí empezó el problema: Messi jugaba de mediapunta, es decir, de enganche, en un equipo que no tocaba la bola. Argentina no toca la bola. Ni lo hizo hoy contra Alemania ni lo hizo contra Nigeria, Corea del Sur o México. Los defensas despejan, Mascherano hace lo que puede y los delanteros -cuatro por partido- en cuanto cogen la bola meten los cuernos y para adelante. Messi mira lo que pasa. Cuando está más fresco, en las primeras partes, baja a recibir a 50-60 metros del área contraria e inicia una jugada. Contra equipos más flojos esas jugadas han acabado en gol. Contra Alemania resultaban intrascendentes: Messi llegaba, se daba la vuelta, buscaba un compañero con un toque y se movía para recibir la vuelta de la pared en velocidad.
Solo que el balón nunca volvía.
Efectivamente, esta Argentina tiene mejores jugadores que la de 1986 y es probable que eso la haya matado. Tévez, Di María, Higuaín, Maxi Rodríguez, Pastore... son excelentes futbolistas. El problema es que los cuatro primeros son idénticos: necesitan recibir e irse en carrera hacia adelante. En arrancada, son imparables, se supone. Cada uno de ellos a lo largo del Mundial y en especial hoy se han creído lo que la prensa decía de ellos y han decidido ser Messi. Todos querían ser el mejor jugador del mundo, algo impensable en el 86 o en el 90.
Messi, entre tanto, solo y deprimido. En el Barcelona ha marcado tantos goles que resulta difícil buscar generalidades, pero digamos que sus puntos fuertes son: 1) recibir en velocidad después de una pared con un compañero, 2) tirar una diagonal al hueco cuando entra desde la banda, 3) recibir cerca del área, recortar y soltar un zurdazo. Nada de eso fue posible ante Alemania porque 1) nadie le tiró una pared, 2) jamás pisó la banda y las diagonales las tiraban -cuando había suerte- Higuaín y Tévez 3) teniendo en cuenta que empieza las jugadas a cincuenta metros del área, cuando realmente consigue que se la pasen cerca de la frontal está asfixiado o con cuatro rivales -y dos compañeros- molestando en medio.
Maradona ganó cuatro partidos intrascendentes y se convirtió en un buen entrenador. Él se lo creyó el primero. Se creó esta moda absurda de "hay que jugar vertical y tener pegada" y se fió del destino. La Copa del Mundo es su habitat natural y siempre habrá un Tévez que la clave en la escuadra. O no. El desprecio de Argentina por el fútbol, por el balón, en este Mundial, ha sido tremendo. Nunca hasta ahora había visto jugar a un equipo con un 4-1-5, solo con Mascherano en medio. Solo hay fútbol cuando Messi baja a organizar y entonces pasa todo lo que se menciona arriba.
Por supuesto, a la hora de defender es lo mismo: equipo roto, Mascherano desquiciado -aunque jugó francamente bien- y todo fiado a unos defensores tirando a regulares. Si Alemania no metió cuatro goles antes fue porque realmente no se creían lo que estaba pasando. Ellos, tan jóvenes, tan de tapado, y ganándole a Maradona y Messi. En cuanto se lo creyeron, cayeron uno tras otro.
Argentina tiene ahora cuatro años para moldear un equipo, un equipo de verdad, alrededor de Messi, que tendrá 26 años en 2014, es decir, los que tenía Maradona en 1986. Está por ver que lo haga. Lo más probable es que se pierda en reproches y críticas y desapegos. "No pudiste hacer lo que Diego", le dirán al traidor. No, no pudo. Ni siquiera se acercó. Ni siquiera le dejaron.