"Guerra" fue la palabra de 1991. Empecemos: a principios de año aún coleaban las noticias sobre Juan Guerra, hermano del vicepresidente del Gobierno. Despachos utilizados de manera ilegal y posible aprovechamiento del apellido para medrar e incluso coaccionar. Cosas que ahora a más de uno le harían partirse de risa pero que, en su momento, suponían el principio del final del idílico sueño del PSOE de los 80 y acabaron con la dimisión de Alfonso Guerra un 12 de enero.
La primera de unas cuantas, porque los años siguientes, y no hace falta irse tan lejos como Roldán y Laos, fueron una sucesión de escándalos e incompetencias. Crímenes y castigos. La pérdida de la inocencia, para algunos críos como yo que creíamos firmemente en que todo lo que hacían los que mandaban estaba bien hecho. Por definición.
En verano, aunque la cosa había empezado un poco antes, llegó la explosión de la bachata con Juan Luis Guerra. Consiguió estar en todos lados con dos discos distintos. Lo bueno del anonimato es que de repente un éxito se transorma en varios: en el actual y en todos los pasados que quedaron desapercibidos. Guerra, con sus 4-40, había dado un primer aviso con "Woman del Callao", pero aquella excentricidad post-ochentera se mezcló con otras extravagancias centroamericanas del tipo "Mi abuela", aquel maravilloso amago de rap de Wilfred y La Ganga, o "Devórame otra vez" del esperpéntico Lalo Rodríguez y se perdió un poco en el recuerdo.
Entre 1990 y 1991, Juan Luis Guerra arrasó en España con "Ojalá que llueva café en el campo" y "Bachata Rosa". "Arrasar" es quedarse corto. Guerra estaba en todos lados: en especiales de verano, de Navidad y de primavera, en plazas de toros y estadios, en radiofórmulas y estaciones pirata. Incluso en películas de Nanni Moretti. Eran dos discos muy buenos. Muy carnales. Muy de "me sube la bilirrubina cuando te miro y no me miras". Había decenas de buenas canciones en esos dos discos y yo pasé buena parte de mi adolescencia tarareándolas. Aún en 1994 salía de las fiestas haciendo torpísimos movimientos de cintura y desafinando "Rosalía, dímelo pronto, tengo un conuco de arcoiris bajo el arroyo".
Querida mujer (dos puntos) no me hagas sufrir (coma).
Diría que su gran éxito, aparte de la bailable bilirrubina y el emotivo café lluvioso, fue una canción tremendamente sexual llamada "Burbujas de amor" o "Quisiera ser un pez", según la edición, y que dejaba bien claro que aquel hombre lo que quería por encima de todas las cosas era follar y nos parecía bien, en eso estábamos todos con él. Luego se volvió ultrarreligioso y dejó algunos discos mejorables. La fiebre, como todo en esta vida, se pasó.
En fin, Juan Guerra, Alfonso Guerra, Juan Luis Guerra... y la Guerra de Irak. Menudo 1991 nos dio la Guerra de Irak. Era nuestra primera guerra, por supuesto. La primera televisada, en cualquier caso. Los niños bien del Willoughby poníamos la CNN para enterarnos en directo de los scuds de ida y de vuelta. "Un scud para el Joventut" cantábamos en los partidos del Estudiantes. Comparado con lo que hemos visto después -y desde luego con lo que no habíamos visto antes- aquello era de una cutrez inmensa, corresponsales con máscaras anti-gas protegiéndose de imposibles ataques químicos en pleno Tel-Aviv. Ángela Rodicio informando desde Bagdad para Televisión Española.
Al día siguiente comentábamos la jugada. Eso y la crisis del Madrid. Cinco ligas seguidas para acabar en esto. ¿Y por qué demonios no pasaba la bola Hagi? Gica Hagi y Sadam Hussein. Conversaciones de fin de ciclo.
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