Seamos sinceros. España no jugaba hoy contra Paraguay. Si hubiera jugado solo ante Paraguay, aunque hayan demostrado ser un muy buen equipo, bien organizado, con una colocación y un despliegue físico admirables y una indudable nobleza en todas las acciones, probablemente el partido hubiera sido más bonito y más fácil. Pero no. España jugaba hoy contra Corea del Sur, Italia y Bélgica. Contra Al Ghandour, Tassotti y Jean-Marie Pfaff. No solo eso: jugaba incluso contra sí misma. Jugaba contra la España de la Eurocopa que sí consiguió pasar esa ronda y ganar el título.
Jugaba contra el fracaso y contra el éxito. Contra los titulares de prensa del día siguiente.
Yo no voy a decir que España jugó un buen partido. Sería mentira. Jugó atenazada, nerviosa, imprecisa, especialmente en la primera parte y hasta el cambio de Torres. Yo sé que Torres es un buen chico, un jugador muy bueno y que ha sido y será clave en muchísimas competiciones internacionales, pero dudo que esté ahora mismo para jugar a este nivel en un Mundial. Si hace unos días, Fernando Llorente revolucionaba el partido como sustituto, en esta ocasión la entrada de Cesc ha hecho que España jugara por fin con once. Y digan lo que digan, con once se juega mejor.
A lo que iba, no fue un buen partido. Lo que he dicho siempre del acierto. Si hay propuesta, pero no hay acierto... mala cosa. Pases cortos fallados, controles defectuosos, tiros que iban a las nubes. Acierto. España seguía teniendo la pelota, seguía apostando por la victoria, sin concesiones, pero no tenía ningún acierto. La gente se cree que uno llega a los cuartos de final de un Mundial y juega como contra el Rácing de Santander, pero lógicamente no es así.
Paraguay ayudó mucho a este desconcierto. Ya sé que los analistas sin matices dirán que a Paraguay hay que ganarle siempre y fácil. Eso es porque no han jugado contra este Paraguay. A este Paraguay no le gana nadie fácil: da siempre la sensación de que juegan con más hombres y solo sus evidentes problemas ofensivos le privaron de dar aún más guerra. El árbitro fue figura clave. No hizo nada por ahuyentar los demonios, antes al contrario. Todas sus decisiones fueron imprevisibles: no pitó faltas clarísimas y pitó otras inexistentes. Señaló un clarísimo (y absurdo) penalti de Piqué pero no ordenó repetir el lanzamiento tras el fallo cuando tres jugadores españoles invadieron claramente el área antes del disparo. En la jugada siguiente, pita un penalti a Villa que a mí me deja dudas. Cierto es que cuando un defensa pierde de esa manera la posición queda a expensas de que el delantero se tire. Pero que el delantero se tiró está más claro que el agua. Penalti y expulsión. Sólo que la cosa se quedó en amarilla, Xabi Alonso marcó... y el árbitro ordenó repetir porque un español había metido ¡un pie! en su carrera por el posible rechace.
Siguiendo la maldición de cuartos, Alonso falló en la repetición y a Cesc le hicieron un penalti escandaloso que se fue al limbo.
No quiero decir que España fuera perjudicada por el árbitro. Al contrario. El gol anulado a Paraguay me deja unas dudas enormes y ya digo que el penalti de Villa también. Lo que digo es que un arbitraje imprevisible no ayuda a un equipo con ansiedad, angustias y una afición detrás movida por el melodrama histórico. Pese a todo, España fue la que propuso y la que mantuvo la posesión. La que combinó y profundizó. La que venció los nervios y se lanzó adelante. ¿Pudo haber perdido en una contra? Desde luego, pero España es un equipo que solo deja al contrario la opción del contraataque y eso para mí es ser valiente y decidido.
¿Qué pasará en la semifinal contra Alemania? Imposible saberlo. Alemania es un equipo que parece vivir por encima de sus posibilidades, como si sus propios jugadores no se creyeran que están jugando tan bien al fútbol. Y es que juegan como los ángeles. El mejor equipo del Mundial con diferencia. Ante Inglaterra y Argentina abusaron del medio campo rival. Ante España no podrán. Ante Inglaterra y Argentina marcaron muy pronto y pudieron salir a la contra. Eso aún no sabemos si pasará pero sí sabemos una cosa: a España, por fin, le vale el 0-0. Puede tocar sin miedo porque España no tiene que ganar ese partido. No es su obligación. No habrá quejas nerviosas conforme pasen los minutos: "Esto tiene mala pinta, ya estamos otra vez igual". No, ante Alemania, no habrá urgencias.
Será un partido para disfrutar. Y un partido para disfrutar lo puede ganar cualquiera.