La organización coloca a Vetusta Morla a las 12 de la mañana. A nadie se le escapa que Vetusta Morla, en Madrid, es un fenómeno tal que probablemente sea el grupo más esperado del cartel. Por eso, como reclamo, lo colocan tan pronto. Si no, ¿quién va a ir tan temprano al Matadero, un domingo, de resaca?
Para rizar el rizo, deciden no dar facilidades. Ninguna. A los jóvenes se les adora y se les desprecia a la vez, es una sociedad curiosa. Este joven -por así decirlo- llega a las 11,40 a Legazpi -una hora aceptable, creo yo, si tenemos en cuenta todos los condicionantes anteriores- y se encuentra con una cola de 400 metros. Sin exagerar. De la puerta principal a la plaza de Legazpi y ahí girando hacia la M-30.
¿La razón? Un acceso diminuto, un solo hombre al cargo de todo, un cuidado extremo en que nadie meta una peligrosa botella de agua o el aún más peligroso tapón que la acompaña y un chequeo exhaustivo no sea que alguien lleve encima... ¿qué? Pues eso están buscando, uno a uno, tres guardias de seguridad para los 1000-1500 que estamos ahí a esa hora.
Por supuesto, para cuando llego a la puerta son las 12,25. Cuarenta y cinco minutos de cola. Todos hemos venido a ver a Vetusta Morla pero en cuanto entramos, Vetusta Morla dice adiós. Han dado todo el concierto en un recinto cubierto, ya petado desde las 11,30 por los que habían llegado a las 11,00 y no se exceden ni un minuto más del tiempo previsto.
Los amantes del orden dirán que, en fin, si Vetusta Morla se pasa media hora, pongamos, es decir, si tuvieran la deferencia de esperar a los 400-500 fans que han ido a verles asados de calor, esperando de uno en uno, o de tres en tres en el Paseo de la Chopera, todo el festival se retrasaría a su vez y eso sería terrible.
Puede ser.
Sin embargo, no parece que haya muchas razones para meter al grupo con más público del festival en un sitio más bien pequeño cuando el gran escenario para la noche está totalmente vacío con su explanada gigante de delante vallada. Es decir, podrían haber colocado cuatro accesos, con cuatro responsables, ocho guardias de seguridad y un escenario que permitiera aforo e incluso un concierto más largo, mandando a Catpeople a su vez al recinto cerrado, etcétera.
Pero no. Qué se han creído. Que se jodan.
Que se jodan y consuman. En el Día de la Música están programados unos quince grupos o más, pero solo hay una lona para pedir bebida. A un precio prohibitivo, por supuesto: botella de agua, 3 euros. Mini de cerveza, 5 euros. Unos diez camareros para atender a unas 250 personas que quieren pedir a la vez. Si quieres comer: o pizza o hamburguesa de Telepizza. Ni una alternativa más. Ni un puesto de fritanga con bocadillos de panceta. No. Nada.
Con esas nos vamos a ver a Catpeople, al mini-escenario de RNE3. Un escenario mal colocado, con escasa visibilidad, a pleno sol y que no hace justicia al grupo en absoluto. El concierto es tan corto como el resto, aunque, quemados por el sol, ya nos pilla en otro lado, probablemente pidiendo alguna bebida.
En el citado Escenario Matadero -nombre que le han dado al recinto cerrado que he dicho antes, y en el que aparte de un escenario, como era de esperar, hay un montón de puestos de discográficas, revistas, merchandising...- la gente se tumba y toma sus minis de oro. Toca un grupo que no está mal, Boat Team. Miramos la programación y comprobamos que, de las 12,30 que, a toda prisa, acabaron Vetusta, hasta las 13,30 ahí no ha tocado nadie...
Comemos fuera y volvemos, para ver a JF Sebastian, en la esperanza de ver a Nudozurdo. Esperanza vana, porque nos entra el sueño y nos vamos.
Y aunque podríamos haber vuelto para ver a Nudozurdo, o Russian Red o los Sunday Drivers, descubrimos que lo mejor de la organización es su página web, que emite todo en directo. Sin modernas impresionantes de por medio con sus flequillos, pero sin que tengas la inquietante sensación de que te están tomando el pelo y efectivamente puedas disfrutar de la música, que para eso, dicen, es su día.