Lara dice que me agobio demasiado, lo cual es totalmente cierto y no sólo en la literatura. A mí me gustaría ser Lara, eso lo tengo claro. Quizás a Lara le gustaría ser alguien completamente distinto y a ese alguien le encantaría ser como yo. Esas cosas pasan.
Lara, su amigo poeta y yo conversamos en el café Barbieri. Es una conversación literaria, sobre lo que es posible y lo que es imposible, editores y agentes literarios, correctores que cambian de ubicación y empresa y todo parece que nos queda un poco grande. A mí, tras un día horroroso en el trabajo, me queda enorme.
Sin embargo, Lara es un gran ansiolítico, con su pachorra andaluza. Me gustaría pensar que escribimos igual, o que tenemos un tono parecido, pero creo que últimamente me he distanciado. No sé hacia dónde. Realmente no tengo ni idea de dónde colocarme literariamente y no sé si mi voz es mi voz ni si tengo un estilo. He cambiado. Era necesario.
Antes escribía cosas muy frescas. Es normal, era joven. Lara, que siempre ha sido un año más joven que yo, probablemente lo eche de menos, pero la frescura no es algo que uno se pueda empeñar en mantener, es algo que se tiene o no. Yo, ahora mismo, tiendo al naturalismo, a una especie de realismo sucio.
Hablamos de novelas y poéticas, para demostrar que estamos vivos.
Hacemos un intercambio cojo de libros, todo el peso cae en mi abrigo.
El Estado es un sensor
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*por Yaiza Santos*
Enumeró, en contra de su costumbre, lo que hasta ese momento había
declarado el señor Víctor de Aldama ante el juez. Por ejemplo los p...
Hace 6 horas