lunes, mayo 18, 2009

La muerte de Mario Benedetti


Muere Benedetti y yo no tengo grandes historias que contar sobre su ingenio, su amistad, su complicidad, su compromiso... yo tengo que recurrir al Benedetti de Prosperidad, el que merendaba en el VIPS de Clara del Rey en la mesa que quedaba frente a Laura y a mí. Al Benedetti que compraba papel higiénico -¡papel higiénico!- en la misma tienda que yo de Ramos Carrión.

Muere Benedetti y recuerdo su cara triste recitándole versos en alemán -weil ich dich habe und nicht habe...- a una prostituta en "El lado oscuro del corazón". Probablemente, Eliseo Subiela tuviera la culpa de todo y sin él ni Benedetti ni historias. Ya saben que yo tengo dificultades con la poesía. Pero Subiela, y entonces la fiebre adolescente de los 90, la nostalgia romántica sudamericana, con su punto rebelde y terriblemente perdedor.

Mi estrategia es que un día cualquiera, no sé cómo ni sé con qué pretexto, por fin me necesites.

Muere Benedetti y vuelve a llover en Santander (la poesía es lo que tiene, es de lluvia fácil) y volvemos a pasear de la mano desde El Sardinero y a recitar poemas, los mismos poemas de siempre, los tres o cuatro que nos sabíamos de memoria. Era eso o Neruda y elegimos eso.

Muere Benedetti y las necrológicas se llenarán de mayúsculas y compromisos. A mí, Benedetti siempre me pareció un autor de letras minúsculas, de sentimientos sugeridos. Un escritor que me contaba a mí las cosas, que me daba consejos, que compartía mi tristeza. Nunca le vi como un padre autoritario, como un ejemplo, sino como un hermano mayor que te explica "yo también he pasado por esto, escucha".

Yo no tengo mayúsculas ni compromisos, ya digo. Tengo un montón de recuerdos y restos de papel higiénico. Eso es todo.

Muere Benedetti e incluso compartir su muerte con tanta gente me resulta obsceno, pesado. Lo quería tanto, y lo quería todo para mí.

Foto: elmundo.es