Igual que uno siempre quiere lo que no tiene, por definición, y hasta llevarlo al absurdo, también siente melancolía por todas las cosas que no le pasaron nunca. Que no pudieron pasarle, en realidad. O no, por completo. Nunca pude estar en un guateque pre-universitario ni decirle a una chica con minifalda: "Ven sin temor, aham, que con mi amor nanana...". No recuerdo ningún encuentro de película o de serie añeja en el que la chica y yo nos encontráramos al final de la fiesta después de una noche de miradas lejanas y medias sonrisas y nos dijéramos cosas bonitas.
Y si pasó alguna vez, no lo podría echar de menos, ya lo he dicho al principio. Por definición.
Así que, aquí estoy, en 2008, pensando en lo maravilloso que sería el ponche y la ausencia de teléfonos y correos electrónicos y los amores adolescentes que no pasaron aún por los Beatles sino por un leve tarareo insinuante, con un punto naïf y a la vez macarra, grotesco, Brunolomesco.
"Y tú sabrás que yo jamás nanananá seré feliz sin tu querer nanananá".
La inmensa cursilería de colocar los infinitivos como sustantivos. Y sin embargo...
Apuntes sobre el vídeo: el desfase entre los labios y la música, la imposibilidad de seguir la canción, el corte brusco al final, como si el final no importara -que no importa, importa el ponche, la minifalda, el guateque, la seducción...-y el anticlímax que suponen todas esas medallas colgantes en mi historia, no en la suya, porque ya lo he dicho: que yo de macarra Brunolomesco tengo poco, lo que no quiere decir que muchas veces, casi todo el rato, sienta una fascinación casi suicida por la insensatez. En esto y todo lo demás. Y es que he hecho de la insensatez adolescente, pre-adolescente o post-adolescente una forma de encanto personal.
Y los insensatos tenemos estas cosas, que nos da por bucear en la nostalgia incluso cuando el río está seco. O, especialmente, cuando el río está seco.
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