domingo, agosto 10, 2008

Entrevista a Ray Loriga

Varios años esperando el momento. Creo que la primera propuesta para entrevistar a Ray fue en 2004, cuando sacó "El hombre que inventó Manhattan" y Juan Manuel Larumbe, de la Editorial Premura, confió en mí para una entrevista cuyas preguntas llegué a redactar, pero que acabó siendo cancelada, supongo que por problemas de tiempo.

Así que, bueno, ático de Gran Vía, 31. La ciudad a mis pies, como quien dice. Una azotea desde la que no hay mareos -probablemente porque es de día- y un ventanal que descubre los rincones caóticos de La Latina, la calle Mayor, Ópera, las cuatro torres que dan forma a la Plaza. Está Tere, de Neo2, está María, está Vanesa, la estilista. Está Rubén, el fotógrafo y Lucía, su ayudante. Hay una anécdota divertida con respecto a Lucía. Ella no lo sabe, aún no lo sabe, pero estuvo en mi cumpleaños de 1994, cuando cumplía 17. Acompañaba a un amigo mío.

Yo la reconozco. Ella a mí no. Tengo una foto con ella de fondo mientras mi hermana y yo soplamos las velas.

Ray llega, algo acalorado, camisa abierta. Pide algo de agua y un café. Nos hemos repartido los turnos, de manera que yo hago la entrevista primero. Agradable, fácil, cómoda. Le conozco demasiado bien y supongo que algo de experiencia he ganado en esto. Tanta, que es la primera vez que hago las preguntas fiándome sólo de la grabadora. A los 40 minutos, acabamos. Hablamos de Pancho y Alejandra, y de Saul Bellow y de Carver y Cheever, claro, incluso de Fresán. Todo lo que les cuente aquí, obviamente, no saldrá en la revista. Todo lo que saldrá en la revista, obviamente, no saldrá aquí.

Por ejemplo, las discusiones sobre Madrid y Barcelona -eternas discusiones sobre cómo querer dos ciudades a la vez y no estar loco-, por ejemplo, los quintos cursos de la Escuela Oficial de Idiomas, o lo que ha bajado la temperatura. Todo esto mientras Ray se va quitando y poniendo ropa y Rubén le saca retratos cercanos y lejanos, jugando con las perspectivas y las poses. Ray está tranquilo y seguro. Es joven (41 años, para mí y para la mayoría de los editores de este país es ser joven) pero lleva casi 20 años haciendo esto. Se las sabe todas.

No le importa llevar un abrigo bajo el sol del verano, como si fuera octubre.

La sesión es muy corta. A las dos horas, más o menos, entrevista incluida, Ray puede marcharse. Un trabajo rápido y bien hecho. Estamos contentos, casi eufóricos. Siempre hay incertidumbre antes de una cosa así y saber que no ha habido problemas y que te lo has quitado de encima es un alivio enorme. Ray me pregunta: "¿Sigues escribiendo? ¿Has publicado algo?" y yo le digo que sí, que lo intento, que ya se verá y me callo que he fusilado "Héroes" en mi último libro porque me da una vergüenza horrorosa.

Él fuma, un cigarrillo tras otro, y me dice que le llame si tengo alguna duda sobre la entrevista. Estoy de acuerdo. Recogemos unos croissants y unos bocadillos de jamón serrano del Rodilla -posible oxímoron-, metemos la ropa en bolsas -ellos hablan de marcas de moda como si yo hablara de jugadores de baloncesto- y bajamos sonrientes los nueve pisos, confiando, porque nos va el trabajo en ello, que volvamos a vernos pronto.