martes, agosto 12, 2014

Libre te quiero



Acabamos el día viendo el DVD de Basilio Martín Patino, que me llegó la semana pasada por correo después de varios meses esperándolo. Está bien. Para un público entregado está bien y nosotros somos un público entregado, así que todo en orden. El niño duerme y yo le digo a la Chica Diploma: "Lo único que espero es que el niño no tenga que ser un esclavo, que no tenga que pagar por un master para luego trabajar gratis en cualquier lado y le traten a patadas". Eso es lo que pienso y, mientras, me sigo emocionando con la plaza ocupada, las placas, los carteles y la gente feliz. Mi gente feliz, quiero decir, que es lo que marca la diferencia en esto y allí donde la racionalidad y el cinismo no llegan.

Venimos de Malasaña. Ha sido nuestro primer día como familia en el barrio y no ha estado nada mal: cafés en Tipos Infames, donde entro solo para enseñar al crío y acabo en una mesa recordando viejos tiempos y comprándome dos libros porque el vicio es el vicio es el vicio, paseo por Fuencarral buscando zapatillas y esquivando solidarios... y pequeña alarma en El Corte Inglés de Sol, donde el Niño Bonito decide que se muere de hambre, o nos hace creer que se muere de hambre cuando en realidad tiene un poco de sed y algunos gases.

Un tipo que maneja bien las apariencias.

Después de la alarma y la sala de lactancia, la Chica Diploma se queda hablando con una amiga y yo me hago mi ronda de egocentrismo: en la Casa del Libro tienen el Compendio bien a la vista y un ejemplar algo descolocado de "Ganar es de Horteras", en la FNAC, un poco lo mismo: Compendio a todo trapo, incluso cuatro meses después del lanzamiento, y un ejemplar de Ganar que empieza en la estantería y acaba en la mesa de novedades porque, total, nadie vigila. Buenas noticias en El Corte Inglés: hay cinco ejemplares de Ganar en la sección de baloncesto -y eso será por algo- y muy pocos del Compendio en novedades, señal de que se van acabando. A La Central no me da tiempo a ir, pero, caramba, estuve hace una semana y tenían los dos.

Así que el resumen es que tengo dos libros en los cuatro principales puntos de compra y un tercero en librerías selectas. No es un mal resumen. Además, tengo una mujer preciosa con un vestido de escándalo y un hijo que hace que Guadalupe Lancho nos pare en plena calle del Espíritu Santo y le acaricie mientras duerme en su Marsupi, la Marsupi que lleva su padre, más bien, orgulloso ex-malasañero de vuelta a su barrio: tiendas de sushi y terrazas del 2 de mayo donde ponen "Get lucky" mientras al niño le entra hambre de nuevo o sed o algo y toca nueva sesión de pecho.

Luego, ya digo, el camino de vuelta a casa, entrada la noche, y el niño que vuelve a caer dormido al segundo meneo porque está agotado. Sus padres, mientras, delante de la tele, observando su mayo del 68 particular y repitiendo anécdotas como si tuvieran 80 años. Lo dicho, el pánico a estar criando otro esclavo y el optimismo de pensar que si sus padres consiguen no rendirse, él tampoco lo va a hacer. Por lo demás, alguna lágrima y alguna tristeza: Sol es, en parte, mi padre saliendo del logopeda y preguntándome si me puede acompañar a la acampada y sus 56 años y el mareo y el calor y el cuaderno donde dibujaba letras para el rehabilitador y esa cara de agotamiento y desconcierto que se le ponía a veces tras el ictus mientras me pedía: "¿Me acompañas al metro, por favor?" y yo, por supuesto, le dejaba en su andén, y ya me volvía a jugar a los revolucionarios.

Un juego peligroso, si quieren, pero en ocasiones, necesario.