martes, agosto 19, 2014

Cenicienta en Neptuno



Decidimos salir a desayunar aprovechando que el Niño Bonito nos ha despertado a las ocho de la mañana y ya ha decidido no volver a dormirse porque no era plan. Pensamos distintas opciones: a la Chica Diploma le gustaría ir al centro, pero queda lejos con el carrito; podríamos ir al parque del Planetario o podríamos, buscando un término medio, ir al Starbucks de Neptuno.

Madrid en agosto es bonito pero no porque esté vacío -que también- sino porque los que quedan son mayoritariamente turistas y por lo tanto felices. No es lo habitual. Madrid, incluso en julio, es una sucesión de caras de cabreo y esperas absurdas. En agosto, no. En agosto son chicas guapísimas buscando hostales y familias con los niños del brazo. Madrid convertido en una Fuerteventura de cemento y obras sueltas. La Chica Diploma huele a Italia otra vez y subimos Méndez Álvaro, una calle sin madrileños ni turistas, con olor a orina y vagabundos ocasionales empujando sus carros de la compra.

Es un paseo agradable. Más agradable, en mi opinión, que subir Delicias sorteando gente con bolsas de la compra y traficantes a la salida de los callejones.

Cuando llegamos a la plaza de Neptuno, el Niño Bonito se ha despertado, pero es un despertar tranquilo. Tiene dos meses y ya casi se le salen los pies del carrito. Eso lleva a algún error de vez en cuando, porque nos hace pensar que es más grande que lo que realmente es y no deja de ser un recién nacido que se echa a llorar cuando una moto acelera a su lado. Su madre le canta "Animal lover" de Suede y él se ríe como cuando ve a Draco hacer el idiota en Baby TV.

En la terraza estamos nosotros y otra pareja. La Chica Diploma se ha fijado en ellos y yo no. Nos pasa todo el rato. Yo puedo estar atento a conversaciones ajenas pero nunca miro a la cara, no sé si es vergüenza o ganas de pasar inadvertido. En cambio, la Chica Diploma es tan atenta como su hijo y me dice, en voz baja, con media sonrisa: "¿A que no sabes quién ha pasado una noche maravillosa?", y hace el típico giro con la cabeza para que mire a la mesa que queda a unos cinco metros de nosotros. Hay un hombre, de unos treinta y algo años, y una mujer espectacular. Él va vestido como si fuera un funcionario en los años 80, ella lleva un vestido negro ceñido, el sujetador por fuera y un bolso rojo.

Es una pareja que no pega ni con cola y la Chica Diploma está convencida de que ella es puta, o chica de compañía, o como lo quieran llamar. "Vale", digo, "¿pero han pasado la noche juntos y están desayunando o han quedado aquí para luego pasar el día?" La segunda opción me parece aceptable; la primera, tristísima. No tengo ningún problema con la prostitución siempre que a la prostituta no se le exija ser, además, psicóloga y actriz. Puede que sí, que hayan echado un polvo en algún hotel de las inmediaciones, el turista solitario y la chica anunciada en el periódico de la mañana  -"ni siquiera hablan el mismo idioma", dice la Chica Diploma- y luego él le haya pedido que se quede con él a pasar la noche, haya pagado por ello, por el desayuno e incluso por el paseo posterior por la Puerta del Sol.

Porque lo que sabemos es que van a la Puerta del Sol y además sabemos que ellos no saben dónde está la Puerta del Sol porque ella se lo ha tenido que preguntar a la camarera, que, efectivamente, no ha contestado en castellano sino por signos. Así que el hombre -no sé si decir el chico, tiene mi edad, ¿qué soy yo?- vuelve a la mesa, paga y se van los dos juntos: ella, una cabeza por encima de él; él, con los brazos cruzados detrás de la espalda, gesto de no querer molestar, de no ser una amenaza, gafas de seminarista momentáneamente feliz.

Si no hubiera Chica Diploma ni Niño Bonito les habría seguido. Es fácil seguir a la gente en Madrid en agosto porque ya he dicho que todos parecemos perdidos. Los dos juntos esperando que en la Puerta del Sol ocurra un milagro que, por supuesto, no ocurrirá jamás. Él no intentará seducirla y ella no se dejará seducir y como mucho propondrá volver de nuevo al hotel porque las putas románticas no existen, no hay Julia Roberts en el jacuzzi, solo hacer lo que sabes hacer y punto, porque lo doloroso es todo lo demás, los ojos caídos, las miradas de niño bueno...

"Yo tenía una idea de un relato sobre una puta", le digo a la Chica Diploma, antes de recordar que mis relatos y mis novelas están plagadas de putas y prácticamente todas llegaban sin nada al Hotel Fénix y alguna se iba con una sorpresa. Historias de decadencia y de suicidas. Pequeñas Elisabeth Shue. Cenicientas sin zapatos andando por el Paseo de Recoletos, sorteando coches de policía. Putas de lujo y putas sin corazón. Hay algo perverso en la prostitución siempre pero más perverso aún cuando los dos están perdidos. Si al menos uno de los dos sabe lo que está haciendo, la cosa puede que no acabe mal.

No parecía ser el caso.