sábado, agosto 02, 2014

Estate



La noche que nació Álvaro, Chile le ganó a Australia un poco por los pelos. Los goles caían a lo lejos, en una pantalla detrás de la barra del VIPS, casi invisible entre el cansancio, el sueño, la excitación y la madrugada. De aquella noche recuerdo la casa al llegar yo solo. Recuerdo desnudarme para dormir por fin y que todo estuviera exactamente como lo habíamos dejado cuando nos fuimos al hospital corriendo dos noches antes. Que, de repente, el cuarto de Álvaro tuviera sentido como tal porque había un Álvaro, la toalla con líquido amniótico aún sobre la cama, el calor del salón recalentado por 48 horas de sol de Planetario.

De eso hacen hoy siete semanas y el niño se va acostumbrando a todo esto a la misma velocidad a la que a su padre le resulta todo más incomprensible. Ahora mismo, duerme arropado por una gasa en el regazo de su madre, también dormida. El otro día tuve una sensación extraña, creo que fue ayer mismo: bajaba en el ascensor con una bolsa de basura en la mano, un hijo y una mujer, camino de mi trabajo en la radio, la Cadena COPE ni más ni menos. Es difícil reconocerse en el futuro ahora que el futuro ha llegado en todo su esplendor, mucho más fácil reconocerse en el pasado, en las fotos donde mis ojos se salen de las órbitas como se salen los de Álvaro: la misma nariz, las mismas orejas, la misma forma de cabeza rubia pelona.

Las amigas de la Chica Diploma le llaman "mini-Guille"; yo, casi siempre, le llamo "enano" o "enanito" y a ratos me maravillo de lo pequeño que es y a ratos me duelen los brazos de lo mucho que ha crecido.

Aparte de las siete semanas de Álvaro, hoy deberían cumplirse 60 años de mi padre. No pudo ser. Me cuesta mucho imaginar cómo sería la relación de Álvaro con su abuelo. Me cuesta mucho imaginar siquiera cómo explicarle que tuvo un abuelo y ya no está, cuando en principio ya tiene los dos abuelos que a todo nieto le corresponden. Hay un montón de momentos en los que me gustaría preguntarle a mi padre cómo era ser padre, como era él cuando se encontró con el futuro y tuvo que bajar la basura en el ascensor.

No sé qué me habría contestado. Yo creo que, para empezar, jamás habría hecho la pregunta porque mi padre y yo hacía tiempo que no hablábamos y desde luego no de intimidades, pero si todo hubiera ido bien, sin enfermedades, con un poco de distancia, quiero pensar que se le caería la baba con su nieto y su puño izquierdo constantemente levantado.

Esta tarde pasé por Tipos Infames, "un sitio donde pasan cosas", en palabras de David Casas Peralta. Curro me preguntó por el niño y yo le dije que lloraba mucho. "Ha salido a su padre", dijo él con una enorme sonrisa, y yo acusé el golpe con la naturalidad de lo que es cierto: "Sí, es un bebé melancólico, tiene un largo historial de melancólicos en su familia". Luego me fui, mareado, y deambulé por la calle con una depresión de libro, la típica depresión de mañanas imposibles y noches que se alargan. La depresión de que las cosas no te pasan a ti y las que te pasan a ti no les pasan a los demás. La psicosomatización y la soledad.

Me habría gustado volverme a la tienda y explicarle a Curro: "Yo no quiero ser así", pero no hubiera tenido demasiado sentido, nunca me creería. Estoy casado con una mujer maravillosa, tengo un niño bonito que se duerme en mis brazos, mis libros se venden en El Corte Inglés, la FNAC y La Central... trabajo en la gran revista digital del momento y en una de las emisoras de radio más importantes de la historia. ¿Cómo puede ir nada mal?, ¿Cómo los mareos y los dolores y la sensación de que todo es ajeno? No, no se entiende. Mi osteópata -ahora voy a osteópatas, no se lo pierdan- dice que sonría y dé gracias. A veces, funciona. Lo de la sonrisa, digo; lo otro, sinceramente, aún no lo he intentado.

Trinaranjus y pincho de tortilla en el Decine con libro sobre los Pegamoides. El que un día fue mi barrio convertido en un lugar hostil. Taxi a casa y de repente aire en la cara y mundo que cambia. De repente, Delicias y seguridad. En casa, el niño mama. Cuando pierde el control del pezón se pone como loco y grita desconsolado. Luego su madre le recoloca y sigue el espectáculo. A veces le da por mamar piernas, es un chico un poco desorientado, supongo.

Mi mujer huele a Italia y Suiza. Es un olor maravilloso.