lunes, agosto 18, 2014
Carisma
María comenta algo de las noticias que yo escribía para la página oficial de Gran Cordero. Explicarlo todo aquí y ahora sería muy fatigoso, pero digamos que era otro tiempo -hace diez, once, doce años...- y era otra persona -un chico de unos 25, convencido de que se iba a comer el mundo-. Estamos en una terraza del 2 de mayo: la Chica Diploma y yo, María y Guille y nuestros respectivos hijos. Julia tiene 6 meses y Álvaro tiene 2. En apariencia, no se llevan bien, aunque sabemos que esa es una proyección de los padres que los niños no entienden. Cuando uno se siente cerca del otro, le atiza. Puede que intente acariciarle pero el caso es que acaba atizándole y el otro, incluso el de dos meses que abulta como si tuviera un año, no tiene más remedio que responder.
Yo me hago un poco el loco, pero la verdad es que estoy hinchado como un pavo. Esas noticias, las que María ha estado repasando en sus ratos de ocio, son el reflejo de un hombre que me gustaría haber sido siempre y se quedó en el camino. Un hombre divertido y carismático. No sé por qué pero siempre he pensado que cuando era más divertido era no solo más interesante sino mejor persona. Es una asociación algo perversa, pero supongo que tiene que ver con la capacidad de alegrar el mundo a los demás, de ponérselo a todos un poco más fácil.
En la realidad, como suele pasar, no hubo nada de eso. Yo era brillante, divertido y alrededor de mis crónicas se creó una comunidad virtual de lo más disparatada. Nos abrazábamos bailando canciones de Alejandro Sanz y ese tipo de cosas. Sin embargo, no era un buen tipo. Ser carismático y ser un buen tipo es complicado, si se piensa, o al menos es complicado a determinadas edades a las que hincharse como un pavo no se limita a una media sonrisa interna mientras acunas a tu hijo con el aperitivo esperando en la mesa sino a la perversión de todas las reglas, porque al fin y al cabo, tú lo vales.
Supongo que lo ideal sería un punto medio: ser divertido, ser carismático y saber echarte a un lado. Yo nunca he sabido echarme a un lado salvo cuando me he batido en retirada, que no han sido pocas veces. Pero, así, por inteligencia, por cálculo militar, nunca. Y así nos ha ido.
A mis 37, creo que soy un tipo más bien soso. Mi mujer me dice que no para que me anime y porque casarse con un tipo más bien soso la deja en muy mal lugar. También es posible que no sea un tipo soso o que ella piense de verdad que no lo soy, pero eso no es lo importante. Lo importante es la constancia de lo lejos que quedan los 25 y la de cosas que han pasado por en medio, incluida esa supuesta invitación a un cumpleaños ajeno durante esos confusos años de 2003 a 2005 en los que cada vez que veía una perdiz volando en vez de un tirachinas sacaba cualquier otra cosa, una cuchara de madera, por ejemplo, y todo se prestaba a situaciones algo esperpénticas.
Eso no quiere decir que el esperpento me moleste. Al revés, si se fijan, casi parece que lo eche de menos, que ser un tipo esperpéntico o coquetear con el absurdo fuera algo que recuperar en cualquier momento, más allá de ver vídeos de Miguel Noguera uno tras otro. El esperpento es lo que ha quedado como historia personal y lo que hace que pueda sonreir orgulloso y pensar "joder, sí, yo hice todo esto", no a la manera de Frank Sinatra, insisto, sino más gamberra, más Frank Underwood visitando su academia militar.
Podríamos pasarnos horas recordando esos años pero la Chica Diploma se aburriría. Es probable que ya lo hayamos hecho antes y que ella ya se haya aburrido con anterioridad, así que duplicar el aburrimiento me parece cruel. Lo dejamos en el presente y en el futuro, el de nuestros hijos. Tortilla en Olavide, helados en Santa Engracia, primer camino en metro a casa, con sus paneles del tiempo en negro y esa sensación de haber entrado en un espacio en el que cualquier cosa es posible y a nadie le importa.
Luego en casa leo a Carrère, un libro que encontré perdido en una tienda de periódicos. Lo compré porque me pareció fascinante que aquel hombre siguiera guardando un ejemplar medio roto de "Una novela rusa". No pegaba con el entorno y nada de lo que no encaje con el entorno me es ajeno. De Carrère admiro muchas cosas pero por encima de todas a su traductor. Leí "L´Avversaire" en francés y me resultó brillante pero algo caótica. Cada libro en castellano, en cambio, me parece de una claridad sorprendente, imposible. Yo querría ser claro como Carrère y absurdo como Noguera, pero en realidad este artículo no iba sobre eso, lo que ya lo dice todo de mi capacidad de síntesis.
Este era un artículo sobre ser carismático y buena persona o, más bien, cuando te crees carismático y crees que eres buena persona. Algo, ya hemos dicho, casi imposible. A mi padre la cuestión le obsesionaba. No la del carisma, aunque fue carismático y nunca vi que eso le avergonzara, sino la de ser buena persona, algo que le atormentaba en las noches de borrachera.
Jugamos con el talento que nos dan los dioses sin saber si los dioses existen.
Vivimos una ficción, en definitiva, pero una ficción preciosa... y supongo que de eso se trata. Algo parecido a pasar desapercibido y obligar a los demás a encontrar tus huellas por todos lados, incluso por el Bugaboo de sus hijos si es preciso. Yo estuve ahí pero todos hemos hecho como si no nos acordáramos. Entrañable mentira, al fin y al cabo.