El Barcelona salió al campo de El Molinón sabiendo que su rival llevaba toda la semana preparando el choque y con el aviso de que no convenía pensar en el partido de Londres del martes que viene. No había excusa posible pero aun así no le sirvió de mucho: durante los primeros 25 minutos fue arrollado por el Sporting de Gijón, que se entregó en un derroche físico y táctico impresionante. Minimizó los huecos, obligó al Barcelona a atacar por el medio, entró con valentía pero nobleza en todas las jugadas y fue superior, muy superior.
Tan superior que, cuando llegó el gol de Barral, no hubiera sido descabellado pensar en una goleada. El Barça tenía la pelota pero no sabía qué hacer con ella: a Messi le pesaron los 90 minutos que él mismo se empeñó en disputar con Argentina. El único problema que se le presenta a Leo en su carrera es ese: su obsesión por demostrar que es más argentino que nadie y que está más comprometido con su selección de lo que ningún jugador lo haya estado nunca. Obsesiones que vienen forzadas desde fuera, por supuesto, pero que parece que el de Rosario ha interiorizado.
Con Messi sin explosividad y recibiendo muy atrás, Villa descolocado y Affelay perdido, el Barcelona se vio en muy serios apuros. Si el Sporting hubiera apretado más, si hubiera tenido un punto más de fe, probablemente se hubiera ido al descanso con más de un gol de ventaja. No fue así. Se vio por delante y le entró un vértigo comprensible. Abandonó la presión, se parapetó atrás y confió en que los minutos pasaran.
No sé si eso fue un error o un recurso: obviamente, el equipo estaba agotado. Tras el descanso, se vio un partido bien distinto. El Barcelona se calmó, abrió el campo, subió a Maxwell y Alves como extremos y empezó a tocar con más criterio. La diferencia entre el fracaso y el éxito en fútbol es una cuestión de centímetros, ya lo hemos comentado muchas veces. El acierto en un pase en profundidad, adelantarse en una jugada defensiva, no caer en el fuera de juego, evitar la mano del portero…
El Barcelona será muy criticado por este empate pero durante media hora de la segunda parte jugó un fútbol excelente: de dentro afuera y de fuera adentro, una oportunidad tras otra: Xavi, Iniesta, Messi dos veces, Alves… todos pudieron marcar y ninguno lo hizo. Justo cuando el vendaval parecía amainar llegó un despiste del omnipresente Cuéllar y la vaselina perfecta de Villa que puso el 1-1 casi en su única jugada de peligro. Curiosamente, los dos goles del Barcelona esta temporada ante el Sporting los ha firmado el asturiano.
A partir de ahí, más de lo mismo: el Sporting se conformó con su punto e hizo muy bien. Pedro pudo marcar el 1-2 tras jugada de Messi completamente solo en el área pequeña pero falló. Cuestión de centímetros. Obviamente, el Barcelona no jugó su mejor partido y el Sporting hizo un encuentro memorable, casi perfecto, pero en el fondo todo se reduce a lo que ya sabíamos: nadie gana siempre. Un día estás desacertado, rematas mal, el rival corre más… y ese día empatas o pierdes. Le pasó al Madrid, le ha pasado al Barcelona y les pasará más veces. Pocas, pero algunas.
Sin que eso tenga que responder exactamente a una tendencia o a una explicación lógica ni suponga, lo siento mucho, ningún drama.