A Ronaldo se le conocía como Ronaldinho. Esto mucha gente lo ha olvidado pero yo no porque quería ligarme a una chica del Barça, de hecho,
me ligué a una chica del Barça y compartí su entusiasmo por el fichaje y prometimos que nuestro primer hijo se llamaría así: Ronaldinho. Ronaldinho Ortiz.
Íbamos borrachos.
Ronaldinho llegó a Barcelona tras un intenso verano de negociaciones con el PSV Eindhoven. Tenía 20 años recién cumplidos y ya era casi una leyenda: con 18, fue convocado para el Mundial de Estados Unidos que ganó Brasil, aunque no jugó ni un solo minuto, tenía delante a Romario y Bebeto en su mejor momento de forma. Luego se rompió una rodilla, estuvo seis meses de baja, marcó unos cuantos goles en competiciones menores y acabó firmando por una cantidad que nos pareció indecente en su momento pero que no creo que superara los 1000 millones de pesetas, unos 6 millones de euros en la actualidad.
De hecho, me comentan, fueron 2500, menos de 20, lo que cuesta Huntelaar.
Lo primero que hizo lo hizo en la Supercopa contra el Atleti. Hablamos del Atleti del doblete, un equipo sensacional. En el partido de ida, en el Camp Nou, marcó un par de goles y sirvió otro majestuoso no sé si a De la Peña o a Giovanni después de un regate imposible a Geli. Ya entonces se veía de qué estaba hecho el chaval: una carrera impresionante, una habilidad técnica descomunal y una capacidad para definir solo vista antes en el citado Romario, peleado por entonces con Luis Aragonés allá en Valencia.
Ronaldo celebraba los goles imitando al Cristo de Corcovado de Río de Janeiro, con los brazos extendidos. Celebró varios goles ese año, hasta 47, que no está nada mal, goles que gustaban a Zico. El gol que le marcó al Compostela, aun trufado de rechaces y trompicones, ejemplificaba lo que era aquel Ronaldo: imparable, un tanque, un hombre entre niños que intentan derribarle. Luego marcó otro al Valencia saltando entre dos centrales dispuestos a tumbarle. Aquello era Oliver y Benji llevado a la realidad. El Barcelona eliminó al Madrid de la Copa con gol suyo, ganó la Recopa al París Saint Germain de Ginola con gol suyo y si se quedó sin liga fue por varios factores: entre ellos, que el jugador se fue con su país a jugar la Copa América cuando aún quedaban tres jornadas de liga, incluido el fatídico partido en Alicante ante el Hércules.
En un tiempo de comparaciones, digamos que cuando Messi coge el balón ahora mismo sabes que va a pasar algo bonito: regateará, combinará, penetrará... cuando Ronaldo cogía el balón entonces sabías que podía pasar algo tremendo. Ese es el adjetivo: tremendo. Sabías que estabas ante la Historia. Que él estaba ante la Historia cuando cogía la pelota igual que la cogía Mark Landers: desafiante, con la portería entre ceja y ceja, calculando el camino más corto.
La marcha de Ronaldinho, ahora ya Ronaldo, por jerarquía y porque el central brasileño de ese nombre abandonó la selección, fue un trauma algo incomprensible: reuniones de madrugada entre agentes, representantes, amigos y directivos. No se pusieron de acuerdo y llegó Moratti y se lo llevó al Inter. Era la época en la que el Inter, como ahora el Manchester City, lo fichaba todo: lo bueno y lo malo. Fue la imagen de Pirelli y tuvo un primer año glorioso en Milán, donde ganó la UEFA. Tampoco pudo con la liga. Luego llegaron los problemas: la crisis epiléptica -o algo parecido, aún no se sabe con detalle- justo antes de la final del Mundial 98, la destinada a consagrarle, la doble rotura de los ligamentos de la rodilla en un mismo año, los retornos siempre milagrosos, las finales perdidas con Cúper, la frustración en San Siro, la gloria absoluta, por fin, en el Mundial de Corea y Japón... y finalmente su fichaje por el Madrid.
Volvía Ronaldo y para entonces ya estaba gordo. La gente se lo cantaba en todos los campos: "Gooordo, gooordo, goooordo" y él se iba a casa y celebraba su cumpleaños por todo lo alto. Ahora le llamaban Ronnie, que era un nombre mucho más galáctico, donde va a parar. Carne de modeluqui de la pasarela Cibeles. Carne de camarera de Gabbana. Una vez le vi con muletas en un club de Martínez Campos. Yo había ido ahí a bailar salsa con una amiga, era la noche brasileña. Yo no bailo salsa, salvo cuando quiero ligar con la chica, y sí, también ligué con esa chica, dejemos que las excepciones cuenten mi historia.
A lo que iba: Ronaldo estaba sonriente, con muletas, en un reservado. Su equipo acababa de jugar sin él y dejarse media liga en Pamplona. Eran las tantas de la madrugada. Estaba gordo y no se cuidaba. Y muy cojo, estaba muy cojo, ya no había giros mágicos de rodilla ni tobillo. Era una especie de Sabonis, la duda constante de "¿hasta dónde podría haber llegado?" Ganó una liga con el Madrid y fue Pichichi. Gordo y cojo, insisto. Luego tuvo un par de temporadas más que decentes hasta que cumplió 30 años, Capello se cansó de él y lo mandaron empaquetado a Milán de nuevo, esta vez con Galliani y Berlusconi, dispuestos, una década después que sus vecinos, a fichar todo lo que se meneara.
Se rompió de nuevo la rodilla. Jugó algunos partidos, mal que bien, y buscó su retiro dorado en Corinthians. Daba un poco de pena y a la vez de alegría. Quiero decir: daba pena verle tan gordo, tan, tan gordo y tan torpe, y a la vez daba alegría ver que seguía marcando goles como churros y que incluso se rumoreaba que podría contar para Dunga en la convocatoria del Mundial 2010. ¡Para Dunga! No, imposible. Ronaldo se quedó en la playa mientras su selección caía en cuartos, consciente de que lo único que le quedaba era ganar la Libertadores y volver a Japón, a la Intercontinental, quizá contra su Madrid o su Barça o su Inter o su Milan y retirarse ahí, donde más grande fue.
Para ello dependía de sus compañeros pero el mejor de sus compañeros era Roberto Carlos, así que el sueño se truncó hace diez días, en la fase previa. No tenía sentido seguir sufriendo. Ronaldo era un juerguista, de acuerdo, pero el juerguista más sufridor de la historia: nadie se rompe la rodilla cinco veces y aguanta 16 años de carrera profesional al más alto nivel sin sufrir como un perro. Para muchos, especialmente para los que nos pilló aquella temporada 96/97 en plena juventud, es el jugador más impresionante que hemos visto nunca. Los que no le vieron entonces probablemente no lo entenderán, pero era un hombre que separaba los océanos, literalmente.
Por supuesto, Messi es mejor jugador y Cristiano Ronaldo más versátil y más atlético, pero Ronaldo era épico. Una tormenta. Ahora diríamos "un tsunami", pero es que ahora, discúlpenme, somos unos horteras.