Christian era el tío más guay del instituto. No sé si lo era pero a mí me lo parecía: tenía una casa enorme en el barrio de Salamanca que compartía con su hermano porque sus padres apenas andaban por Madrid, ligaba como el que más, tenía en torno al millón de amigos y se emborrachaba lo justo: nada de exhibiciones pero con consistencia.
Obviamente, le veía desde una cierta distancia. De entrada, yo tenía un año menos y eso suele ser una distancia mortal en un instituto. Además, no tenía nada claro que fuera "guay" en ningún sentido. Comparen: vivía con mi abuela en un pisito de Prosperidad, no había ligado en la vida, mis amigos del instituto eran los chicos con los que jugaba al baloncesto, poco más, y no bebía alcohol. Ni una gota.
No sé en qué momento eso cambió. Supongo que cuando yo decidí que cambiara, como suele pasarnos a todos: empezamos a tener amigos comunes. Empecé a ir a sus casas a ver películas o jugar al baloncesto. Empecé a acercarme los viernes por la tarde a la casa común de Príncipe de Vergara para verles jugar a la SuperNintendo o lo que fuera que tuvieran en esa época. Una televisión plana gigante -era 1993- presidía el salón, con la Premier League de Canal Plus a todo volumen.
Y entonces pasaron dos cosas: un día me invitaron a ir a Malasaña. Yo no sabía ni lo que era Malasaña. Había oído a chicos de mi clase decir que salían "por Bilbao", pero de verdad que yo ni imaginaba que hablaran de la parada de metro, sino de algún bar en concreto o algún barrio o algún lugar mágico... Ahí estaba yo, de repente, en el Este-o-este, con mis coca-colas mientras estos iban cogiendo sus borracheras adolescentes de las siete de la tarde. Ese fin de semana había Superbowl y hablábamos de Joe Montana mientras cantábamos a Jimi Hendrix. "Hey, Joe, qué bien tiras el balón".
Hacerse el borracho cuando vas completamente sobrio es una escuela de interpretación. Yo se lo recomiendo a todo aquel que quiera ser actor. Tienes que estar a la altura sin sobreactuar en ningún momento. Ver y aprender y reirte y compartir chistes. Con el grupo de Christian, que, por lo demás, era un buen grupo, y desde luego era un muy buen chico, que se merecía toda su popularidad, fui descubriendo Fuencarral, Apodaca, Churruca y todas esas calles y esos recovecos que se convertirían en mi hogar metafórico hasta los 19 años y mi hogar real desde el que ahora estoy escribiendo esto.
¿Y qué pinta Clint Eastwood aquí? Bueno, Clint Eastwood era un tío duro bastante olvidado. En serio, ahora Clint saca una película por año a lo Woody Allen y no le hace falta ni protagonizarla para que sea un éxito. A principios de los 90 la cosa no era así: había un hueco enorme entre los spaghetti-westerns de Leone, las aventuras de Harry Calaghan y sus a menudo frustrados intentos de volver al estrellato. Pero le admirábamos igual, los chicos de Christian. Sus ojitos casi indistinguibles y esa sensación de que es mejor no meterte en líos con él que ha mantenido hasta "Gran Torino", con casi 75 años.
Una tarde, en vez de ir a emborracharnos, fuimos al cine. Es probable que fuéramos al Dúplex, en General Oraá, un lugar que creo que ahora ya no existe y que si existe seguro que no está lleno de humedades y soledad. La película era "Sin perdón", no sé si antes de que arrasara en los Oscars o no. Íbamos cinco o seis amigos, entre ellos Christian y yo. Llevaba una camisa de leñador a cuadros verdes y blancos. Todos lo hacíamos. Chris la miró y sonrió y me preguntó, admirado: "Qué bonita, ¿dónde la has comprado?"
Yo no podía decir que no tenía ni idea y que me la había comprado mi madre, así que me inventé una tienda por Clara del Rey sabiendo que nunca iría a buscarla y que aquello no había sido más que una cortesía de soberano.
Pero a mí me encantó, fue como mi momento de gloria de los 15 años.
No era tan guay como para poder llevarme a la Chica Langosta ni a A. ni en mi casa había Plus ni tenía tantos amigos y sinceramente jugaba al baloncesto muy mal. Pero había dado con la camisa acertada. Camisa a cuadros, además. Eso era algo y algo, ya lo dijo Loriga, es mucho mejor que la tristeza.