Crear universos es complicado. Adaptar la realidad para que encaje en tu fantasía, mucho más, porque las líneas son delgadas y el lector puede confundirse. Hay en “Nada es crucial” (Lengua de Trapo), de Pablo Gutiérrez, una mezcla de realismo detallista -nombres de grupos musicales, películas, series, libros, repaso contextual de las décadas de los 80 y los 90…- y fantasía casi onírica. Es algo más que “dos contra el mundo” pero también es, en parte, “dos contra el mundo”, en este caso, Lecu, Magui y esta realidad asfixiante que les rodea. El autor sabe saltar perfectamente de un lado a otro, ahí su mérito.
La realidad queda fija en las visitas del Papa, los yonkis heroinómanos de los 80, el grunge noventero, las películas de Tarantino, los movimientos neo-religiosos… mientras consigue convencernos de que Lecu y Magui viven en su propio mundo, con sus propias reglas.
En realidad, si uno lo piensa, este doble enfoque provoca una cierta perplejidad: las cosas que les pasan a Lecu y a Magui son a menudo increíbles e incluso inverosímiles… pero tienen el respaldo de los datos detrás, el respaldo de la realidad a la que se enfrentan. Y en el enfrentamiento surge, curiosamente, la coherencia.
Si Magui y Lecu no encajan es precisamente porque sus comportamientos y sus acciones son un punto más que excéntricas, a menudo inmotivadas. En este punto, es un libro que va a más conforme uno va leyendo, es decir, conforme uno se va ubicando, que ya digo que no es fácil. Al principio, el lector busca referencias y no siempre encuentra las correctas y se siente tan perdido y desamparado como los propios Lecu y Magui mientras crean su cosmos. Luego ya se deja llevar y deja de buscar explicaciones y se pierde en el lirismo controlado de la prosa de Gutiérrez, mientras el propio autor avanza con valentía en la historia de los dos “outsiders”.
“Nada es crucial” es una novela hipnótica en ocasiones, de un ritmo soberbio y en la que los personajes llevan todo el peso: no hay aquí cruzadas ni infecciones ni un final con giro maravilloso y sorpresivo. No, hay mucho más que eso: hay dos universos que se acaban confundiendo en uno y hay un sorprendente retrato generacional que desde luego es intencionado pero a la vez tremendamente sutil: cualquiera que tenga memoria de las tres últimas décadas encontrará esparcidos, casi como por accidente, motivos para la nostalgia, desde Ulises 31 a los Smashing Pumpkins.
El único problema que plantea el libro es que el lector no tenga la suficiente paciencia o, simplemente, el suficiente interés. No son buenos tiempos para el lirismo de Gutiérrez y la cantidad de personajes y subtramas que rodean las principales de Magui y Lecu a veces resultan redundantes y desvían la atención. Por lo demás, la novela es impecable.
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