En el metro de Sol, a las seis y media de la mañana, Fer Cabezas y yo vemos a una señora pasar dentro de un vagón de metro que cruza la estación sin pararse mientras pita, como en las películas. Nos inquieta. Estamos sentados en un banco y verborreamos. Hablamos de deporte, como siempre que queremos hablar de la vida y de algunos de nuestros éxitos y fracasos. Las derrotas se soportan mejor si se comparan con las de Cadel Evans, por ejemplo, no parecen tan graves.
Recordamos momentos de una noche mejorable: la fiesta Vetusta Morla vs Love of Lesbian acabó en un triste 1-0, es decir, una canción de Vetusta Morla y cero de Love of Lesbian. Sálvese quien pueda. En nuestro speaker´s corner del Sideral veíamos a los chicos indies quemar vasos y a las chicas indies berrear todas las canciones, incluso las primeras de Offspring. Cuando ibas al baño, te cerraban todos los huecos con un doble pibón en el centro del campo.
Las cosas deberían ser fáciles y bonitas y todas las chicas pasearían sus actos de habla performativos con una sonrisa en la boca.
Pero no es así. Hay algo parecido a hostilidad, que probablemente no sea hostilidad sino simplemente tedio. Un tedio no esperado que se prolonga temazo a temazo, porque los temazos acaban aburriendo como las tortillas de patatas. Hablamos de clínicas, hospitales y operaciones. Hablamos de Copas, fichajes y sistemas. Hablamos de mujeres que se nos escaparon de entre los dedos y de otras a las que dejamos escapar sin razón aparente.
Intentamos caer a la banda, un poco como Kaká, a ver si ahí, de palomeros encontramos más huecos, pero la primera patada va al tobillo. Toda gran estrella tiene que acostumbrarse a las patadas al tobillo, así que sonrío y me alejo y no ando revolcándome por el suelo porque para qué. Jugar fuera de casa es lo que tiene. Las bellezas son lánguidas, pálidas y es como si estuvieran cansadas de esperar algo. O de encontrarlo. Cada movimiento parece suponer un esfuerzo increíble, una existencia al borde de la anemia.
Recuerdo una noche en sitios improbables de Moncloa, con chicas que pagaban taxis y copas y lo que fuera con tal de continuar el juego. Recuerdo cuando jugábamos sin porterías.
En la estación, los trenes siguen pasando sin parar. César Sánchez se coloca frente a nosotros. Ella también está aburrida. "Somos dos tipos muy divertidos", le digo a Fer, "el problema es que nadie nos entiende, pero nosotros somos muy graciosos". Fer se ríe, como siempre. Fer sí me entiende, claro. Fer sabe lo que es perder una final y lo que es perder una primera ronda. Fer es del Atleti. Si un tipo del Atleti y otro del Racing no pueden entenderse, ¿quién va a poder?
Anticipamos nuestros estados del Facebook. Estoy convencido de que Hache podría sacarle mucha punta a eso: dos chicos que vuelven a casa y anticipan sus estados de Facebook. No sólo es que vayan a sentarse en la silla frente al ordenador a las siete de la mañana en vez de dormir, es que casi les va la vida en ello. Estética. "Hache siempre ha sido la que más talento ha tenido de todos nosotros", dije en medio de la fiesta cuando hablábamos de un equipo fugaz y de celos imaginarios o reales.
Intrahistorias.
Sonó "Luces de neón" y yo mataba por escuchar otra vez "Paper planes". De repente, me di cuenta de que todo eso, absolutamente todo eso ya lo había contado antes en demasiados sitios. Que, por supuesto, no me iba a impedir volver a contarlo, pero que habíamos entrado en algo parecido a un bucle: a un tren dando vueltas por túneles inmensos con una señora dentro.