Se subía a la cabeza, como la cerveza de Palito Ortega. Era inevitable. No sólo la tristeza sino la ironía. Es muy fácil quedarse con los posters de Kurt Cobain y con su cara de ángel derrotado y su innegable tendencia al victimismo, pero había algo irónico y juguetón en las chicas moviendo sus pompones en aquel gimnasio de instituto de Aberdeen, Seattle, Washington. Las reinas de la promoción. Todo adolescente en cualquier país quiere ser el rey o la reina de su promoción. Incluso Carrie, ¿por qué no yo?
Yo canturreaba “Here we are now, entertain us” en el patio mientras todos los pijos madrileños sacábamos nuestras camisas de leñador canadiense, rasgábamos los vaqueros y nos dejábamos barba -¡barba!- de tres días. “Aquí estamos”, les decía. “Aquí estamos”. De repente, el adolescente se da cuenta de que el mundo le pertenece, sin límites, sin matices. Noches de borrachera y llanto. De gloria y rabia.
El chico no llama. La chica se ha ido con el malote del barrio.
La adolescencia es un eterno “nosotros” frente a “ellos” y ese “nosotros” podía ser cualquier cosa. A mí me gustaría haber compartido toda esa mística de rabia e inconformismo y “oh, dios mío, no hay empatía, lo mejor que puedo hacer es buscar una buena escopeta”. A mí me hubiera encantado, en serio, me hubiera sentido completo y comprometido, pero sencillamente no fue posible. Mis sufrimientos eran sufrimientos de la calle Serrano. Mi adolescencia era la de un chico triste que gritaba entre pinos “My girl, my girl, don´t lie to me”. En mi vida no había coches pero sobraban chicas.
Y en medio de todo eso, Nirvana. O Soundgarden. O Sonic Youth. Nosotros, en definitiva. Todo el mundo sabe que en la vida, durante muchos años, uno no elige sino que le eligen. Lo sabe desde el primer día que baja al parque y dos capitanes deciden los equipos y le dejan para el final. A mí me hubiera gustado ser un perdedor social y revolucionario, pero solo pude ser un perdedor estético. La peor clase de perdedor.
“Smells like teen spirit” era nuestro himno porque no entendíamos nada pero ese tipo de la mirada desencajada se parecía a nosotros. Ese tipo se reía de las animadoras pero quería animadoras, podíamos verlo en su sonrisa. Ese tipo era una excusa perfecta para perderse en algo parecido a una marea. Para pertenecer. Aquí estamos, entretenednos. A mí, en la adolescencia, todo el mundo me dejó bien claro que el mundo estaba podrido y que no quedaban esperanzas. Desde Ray Loriga hasta Thom Yorke. ¡A ver si es que Kurt Cobain va a tener la culpa de todo, ahora!
A mí lo del “mundo podrido” me daba igual, podía soportar el olor. Lo de las esperanzas sí que me fastidió bastante. A nuestra generación se nos puede exigir muchas cosas, pero ser feliz no es una de ellas.
Encima ser feliz, sólo faltaría eso. Haberlo dicho antes.
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