En la T4 no hay televisiones. Ni una sola. El tipo nos dice que oían los partidos de la Eurocopa por la radio. El avión da un giro imprevisto justo cuando se supone que está aterrizando y se va hacia arriba de golpe y luego a la derecha y yo me mareo y me asusto y me preocupo, pero los demás no y el autobús no nos deja en Sants sino en Plaza de España pero merece la pena, especialmente la pantalla de plasma enorme del bar donde nos tomamos unas alitas de pollo, miramos Internet quince minutos -los que son gratis- y conseguimos ver el partido diez horas más tarde.
La mayonesa de las patatas no nos intoxica aunque es verano y la ciudad es un templo con multitud de niños y niñas guapas persiguiendo a niños y niñas guapas -preferiblemente extranjeras- por la Plaza de Catalunya para que entren en Pachá. Nosotros bajamos por la calle del medio y nos metemos en un bar sin música -para morir elegí una de The Killers que dice "I´ve got soul but I´m not a soldier" y que antes que Nike la utilizó el pincha del Honky, ¿o era el del Pops?- a repasar una adolescencia que está más cerca siempre de lo que uno piensa, traspasando plásticos para hacer fotos en el Maremágnum, subiendo y bajando escaleras, andando como locos Diagonal arriba y Diagonal abajo, camino del Borne, un sitio como cualquier otro para comer.
Hace sol pero no mucho calor, la terraza es agradable. Contador ha perdido el bronce por ocho segundos. La camarera indica la izquierda señalando la derecha y me mira como si yo fuera el tonto y acabamos en la Barceloneta, la primera vez sin bañador, la segunda vez con bañador pero sin toalla, preguntando a las turistas -a las guapas- "do you come from the beach? where is the beach?" porque Barcelona, en agosto, es una ciudad cuyos mensajes sólo pueden descifrar las turistas guapas y miro el mar sin libro ni periódico, tumbado de espaldas, bellezas mediterráneas a mi alrededor y yo, ¿qué? Yo, algo. Madrileño, probablemente. Una pantalla gigante da un partido de dobles femeninos, el Atleti pierde.
Y aunque el sitio es bueno, es mucho peor que hace 10 años. Un poco más de 10 años, contigo y con L., o contigo y con T., como prefieras. Los tres, en cualquier caso, escuchando canciones de George Michael en un disco-pub que no era hawaiiano o latinero o lo que quiera que sea ahora, sino misterioso, con sus figuras de cera y sus pasillos y sus reliquias tras los cristales. El trenecito del amor. El club del pepino. Venimos de una sala abarrotada en la calle Balmes, donde una camarera -podría contar mi vida uniendo camareras- nos ha hinchado a kikos. Barcelona es una ciudad con Pepsi y sin Brugal y una calle enorme que hay que caminar todo el rato y un montón de recuerdos agazapados tras cada esquina a los que sacarle la lengua, y España empieza mal, sigue mejor, acaba mal otra vez, Verónica Puertollano llama, quedamos en el Raval, justo al lado del MACBA, nos contamos de cero, como cada vez que coincidimos: ella con su especie de prisa tranquila, yo con mi especie de calma nerviosa. Una ensalada mixta y un montón de recuerdos y miedos que van surgiendo y una bici -como tu bici en el Paseo de Gracia pero esta vez en La Central- y una biblioteca donde no hay gente delante de la que besarse, porque besarse, y volvemos a la adolescencia, es, esencialmente, un acto público.
El calor de la estación de Sarriá. El calor y la sensación de que voy a desmayarme. El mareo y la angustia y el dolor intenso en el hombro izquierdo -¿será el brazo izquierdo? ¿será un infarto?- y la calle Doctor Fleming y la calle Vía Augusta y la noche de repente en mitad de ningún lado, pero cerca del Tibidabo, a mis pies. su ciudad llena de lucecillas y torres, inofensiva desde lejos, ahí, tirada, cómoda, tranquila, Narciso ante el espejo del río. Contemplándose y contemplándola con un solomillo de buey en la boca, tragando ansiedad y ansiolíticos y dolor de hombro y cansancio y mirada a Fer para irnos y Fer empieza a correr porque no llegamos, pero yo no puedo correr, no puedo siquiera andar deprisa y confiamos en que, pese a todo, Sandra nos espere y que el tren llegue tarde y cuando llegamos a Sitges hay un sol de limón que me atorra por la ventanilla derecha y de repente es 2003 -casi todo el rato es 2003, si se fijaran, se darían cuenta- y callejeamos y comemos más solomillos y nos tumbamos boca abajo, yo lleno de todo tipo de cremas solares y con una toalla prestada y menos belleza mediterránea porque esto no es Temple Beach, esto es otra cosa más democrática, más de viernes de puente.
Pasamos por tu pueblo pero tú no estabas, así que eché de menos a otra.
La ducha tiene un mecanismo complicado y una mampara ridícula. El baño se llena de agua enseguida y el suelo está lleno de toallas que nos tienen que cambiar cada día. Hay dos camas enormes y juntas. En el minibar faltan ya dos botellas de agua. No hemos vuelto a probar las alitas de pollo del bar. El camarero nos dice que sí y nos sentamos los tres a tomar unos bocatas de lomo antes de entrar de lleno en las fiestas. Dani Flaco nos cuenta, vida personal y profesional. Yo le cuento. Fer calla. Vamos al bar de Mariona, donde hace mucho calor, muchísimo, y al menos hay Pampero durante un rato. Oímos una versión maravillosa de "One way or another" de Blondie, nos colocamos junto a todos los grupos de chicas, la mayoría veinteañeras, guapas, extranjeras, rubias pero morenas, con minifalda y una camiseta de tirantes y el pelo recién lavado. Nos perdemos entre contenedores. Hacemos marcha hasta Francesc Macià y corremos a partir de Francesc Macià. Las chicas se desmayan después de las fiestas de espuma, Phelps gana el séptimo oro, tú me llamas para decirme que no me echas de menos, como si llamarme no fuera una manera de decirme que me echas de menos, la chica de La Illa se equivoca y me trae un bocadillo de jamón con pan y tomate. Le digo que no, que chorizo. La chica mira la orden y trae chorizo. El segundo cuarto es un desastre. El tercero, también. Nos reímos. El problema, después de todo, es que los demás van muy rápido. Van como locos.
Paolo Bettini ataca en el primer puerto, nada más llegar a la Razzmatazz -no fuimos al final al Gamper, Grácia estaba masificado-, las chicas se van al cuarto de baño cuando no quieren nada contigo, nosotros las miramos desde lejos, todo escritor encuentra un cierto placer en la distancia. Primero hay girls who are boys who like boys to be girls who do boys like they´re girls who do girls like they´re boys, luego, más adelante, mucho más borracho, a las tres o las cuatro Imagine all the boys hahahahahahaha and the girls hahahahahahahaha and the strings hihihihihihihihi and the drums, the drums, the drums, the drums... En la terraza no se ve nada, pero al menos nos cruzamos y nos sonreímos y nos decidimos y nos despedimos porque no hay medalla segura. Nunca. En el pop bar no hay pijitas con corbatitas. El concierto nos gusta porque es lo que esperamos. Una expectativa cumplida. A veces estamos en una discoteca y a veces en las Fiestas de la Paloma, pero cuando Nadal salva las dos bolas de break y se lleva el segundo set está claro que va a ganar (como si no estuviera claro antes) y podemos coger el autobús infernal, el que no llega nunca, el que se retrasa como un barco croata asaltado por tripulantes daneses -"olviden todo lo que les hemos dicho", dijo la comentarista, y me pareció una gran idea- y bajarnos frente al Hospital del Mar y pedirle disculpas, mil disculpas, un millón de disculpas a Sandra que nos espera en un sitio que se llama "Agua" y que está justo al lado de la playa a rebosar, en el Port Olímpic.
El sol cae de la izquierda y derrite el Magnum. Mi polo y yo. Drassenes, línea verde. Colón señala hacia Mallorca, no hacia América. El móvil suena pero lo apago y cuando me despierto es de noche cerrada, pero aun así nos dejan entrar, siempre que decidamos lo que queremos en diez minutos y lo comamos en unos treinta. El Valencia remonta. Estamos mucho más allá de la resaca y la cena se nos hace muy pesada. La mafia de Osetia amenaza a Fer con el dedo -qué feo señalar, incluso para un georgiano- y huímos a territorio dublinés, uno de esos sitios donde pides JB con Coca-Cola y no sólo tienes que pedirlo en inglés, sino que te lo ponen con Pepsi y todo en vasos aparte, como si fueran dos bebidas distintas. Sleeping is giving in. All I wanna do is have some fun. No veo cómo un gin-tonic podría mejorar nuestra situación en la última noche. Quizás un peep-show, pero Fer no sabe lo que es un peep-show. Se lo explico, mientras subimos las Ramblas y resulta que está cerrada la exposición de los Spots Electorales, como, al parecer, pasa todos los lunes.
Nos metemos en un bar con cinco canales olímpicos diferentes y en todos ellos ganan los chinos. Comemos un par de hamburguesas y maldecimos -maldigo- a Scola. Fer baja con Bridgestone y yo con Michelín, y se me hace más duro, claro. Calle Numancia, abajo, hacia Sants, pero al menos el autobús llega en seguida y yo encuentro el billete que busco y cuando por fin cruzamos la línea del metro, la línea final, tras la cual ya no quedan vacaciones ni sueños ni Barcelona sino un asfalto pegajoso que nos recibe así, como si nada, como diciendo: "Al final, todos vuelven", ya sin rencor alguno, levantamos los brazos y nos decimos por última vez, bajando del taxi: "Podemos".
El Estado es un sensor
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*por Yaiza Santos*
Enumeró, en contra de su costumbre, lo que hasta ese momento había
declarado el señor Víctor de Aldama ante el juez. Por ejemplo los p...
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