jueves, enero 30, 2014
Rosalía
Salíamos a comprar cantando y bailando. Teníamos 16 años. No nos pegaba nada hacer eso y esa era la única razón para hacerlo: Juan Luis Guerra en medio de todo ese laberinto de lamentos smashingpumpkinianos, depresiones nirvanescas, estupendismos radioheadenses. Nosotros teníamos una enorme conciencia de ser especiales. Lo digo sin arrogancia alguna. Entiendo que todo adolescente se sabe especial pero no todos con tanto escándalo, tardes y noches combinando el baloncesto con la literatura o incluso la filosofía. La generación del 77, dije yo, y nadie quiso desmentirme.
Hacíamos fiestas donde podíamos y no tomábamos cocaína. La mayoría de nosotros no tomábamos cocaína al menos, como si no quisiéramos que nada nos arruinara la preparación. ¿Preparación para qué? Preparación para todo. Nosotros íbamos a comernos el mundo y no teníamos demasiadas dudas al respecto, lo peor es que estábamos seguros de que el mundo tendría para todos, para todo el Ramiro de Maeztu y sus aledaños. Nos quisimos con tanta rabia que llegamos a odiarnos. Nos odiamos con tanta inquina que supongo que nos querremos siempre.
Yo les querré siempre.
Yo recordaré a la Chica Sardina bailar "Rosalía" en Avenida de América junto a una americana que se llamaba Hope y me recordaré a mí mismo sonreir como un estúpido, un estúpido drogado por algo que no solo no era cocaína sino que ni siquiera era alcohol porque presumía de abstemio, la sobriedad como rasgo también distintivo. Bailábamos poco pero bailábamos mal, que es como hay que bailar siempre, a destiempo, con torpeza, pisándonos los pies. La elegancia la dejamos para más adelante, para 2005, o por ahí, quiero creer que cada uno habrá tenido su año.
Juan Luis Guerra era una licencia de normalidad porque no siempre queríamos más, a veces queríamos menos y podíamos incluso amagar con romper la noche en Pachá, Ku o Archie´s, aunque creo que esos chicos ya no éramos los de antes, que ya teníamos un año más y por lo tanto estábamos más cerca del abismo. Una licencia para dejarse llevar y mover los pies. "Rosalía, dímelo pronto, que te entristeces sin mí, que mi cariño te quema". Yo estaba enamorado, muy enamorado, puede que de alguien o puede que de mí, suele ser lo segundo. En algo tiene razón la Chica Diploma, para que vean que le he dado vueltas al tema: si la Chica Langosta se hubiera enamorado de mí, si mi cariño la quemara o construyéramos un conuco o alguna gilipollez de esas, yo habría sido directamente insoportable.
Mi encanto ha sido no saber que tenía encanto. O, al revés, mi encanto ha sido saber que tenía encanto y fingir que no lo sabía. No resultar excesivo. Podría haber tenido otro encanto más directo: podría haber sido guapo, guapo a rabiar, y que las chicas se me subastaran en los Viajes Fin de Curso; podría haber sido cantante o guitarrista y hacer el reparto de groupies... podría haber sido muchas cosas que me habrían hecho la vida más fácil, pero en ese caso "Rosalía" no sería una esperanza, sería una táctica. No sé si me entienden. Uno puede cantar: "Dime que te entristeces sin mí" solo cuando sabe que es mentira. Lo contrario sería de una poca elegancia tremenda.
Uno puede bailar, en definitiva, solo para uno mismo, sin daños colaterales. Seducir lo justo. Luego las cosas se complican. Amagar y no dar. Tocar e irse. Las sutilezas. Un mundo de feos siempre es un mundo más sutil. Un mundo de feos que se crean guapos, claro, porque si no aquello acaba siendo aburridísimo,y, aburridos, lo que se dice aburridos, yo creo que nunca.