Decía mi madre que, cuando era pequeño y tenía que hacerme un análisis de sangre o cualquier prueba de ese tipo, me pasaba la espera llorando y llorando desconsolado hasta que la enfermera de turno decía en alto: "Guillermo Ortiz" y ahí me erguía yo, sorbía los mocos y me encaminaba gallardo hacia el cuartito en cuestión, para salir cinco minutos después con un enérgico: "No he lloraro" (tenía un serio problema con la "d" y la "r") y ponerme de nuevo a berrear.
En otras palabras, yo soy un cobarde hasta que hay que ser un valiente, el hombre que duerme y lee a Muñoz Molina mientras su avión lucha a brazo partido con la ciclogénesis explosiva.
Todo esto se lo cuento a la chica que me está depilando las piernas para que sepa con quién está tratando y para poder soportar un poco el dolor. Es la primera vez que me depilo y por mí no habría sido, desde luego, pero donde hay osteópata no manda marinero y si va a ayudar en algo a los dolores de cadera y pierna derecha, pues bienvenida sea la cera caliente. Luego, hablamos de más cosas, por ejemplo de huir de Madrid. Ella es malagueña y a mí no me importaría irme a Málaga a vivir. A la Chica Diploma, tampoco. Hablamos del medio-largo plazo, por supuesto, porque somos gente razonable que no tomamos esas decisiones de un día para otro, o al menos la Chica Diploma es razonable porque, si por mí fuera, ya no estaría viviendo aquí, por mucho miedo que me dé marcharme. Lo mismo que cuando era pequeño: llegado el momento me levantaría sin más, muy digno, y cogería el AVE o el avión a Canarias.
La frase que utilizo para justificarme es: "Yo no necesito tanto". Creo que es verdad. Hace tiempo parafraseaba a La Mala Rodríguez y su "No siempre quiero más, hay veces que quiero menos". Tener eso claro en la vida es decisivo, ojo, no es ninguna tontería. Muchas veces hay que querer menos y quererlo con locura: menos oferta para ajustarse a una menor demanda. Querer menos cosas. Querer lo que necesitas, en definitiva, aunque no tengas claro lo que necesitas y te equivoques mil veces.
Algo así intento explicarle a la Chica Esquiva por la tarde, en un bar de la Calle Echegaray donde solo venden jerez y no admiten propinas. Un lugar recio y castellano. Vacío, por lo demás, como es previsible, pero digno, fiable. La Chica Esquiva, como yo, cree que hay decisiones en las que uno no define su futuro sino que se define a sí mismo, qué clase de persona es. La Chica Esquiva, como yo, lo que quiere es hacer historia en cada momento y pronto tendrá que darse cuenta de que eso no es posible, que vitalmente es incluso insano, pero solo que se lo plantee ya me parece loable.
La pregunta, entonces, sería: ¿Cuándo huir es una victoria?
Aunque eso nos remitiría a algo más metafísico: ¿Qué demonios es una victoria?
Quien parece que va a huir también es el Chico Chanante. Me lo encuentro a la salida de la academia, con mi mochila nueva en los hombros, y me habla de sus planes de mudarse a Menorca. Yo le digo que fantaseo con Fuerteventura, que siempre he fantaseado con Fuerteventura o Lanzarote, pero también le dejo claro que no serán más que fantasías porque las circunstancias mandan y las circunstancias dejan a mi familia y a mis amigos a dos horas y media de distancia en avión. Me habla de la Pícara Valenciana y caigo en la cuenta de que hace cuatro años que no nos vemos, desde aquellas navidades que vino y arrasó con todo y luego desapareció, dándole de nuevo la razón a la Chica Diploma, que, ya lo hemos dicho, no solo es la guapa sino que también es la lista en esta relación.
Yo, al menos, de vez en cuando, friego los cacharros.
Al parecer, Pícara quiere irse a Lisboa, así que se confirma que aquí todos huimos o queremos huir y que al fin y al cabo la huida es el tema del siglo XXI. El gran tema. Miren películas y libros. Las películas y libros que intentan reflejar el mundo y no inventar uno paralelo, algo que de por sí ya es una huida con todas las letras. Ahí tendrán huidas constantes. David e Iratxe buscando la paz en Boise, Idaho. ¿Y si la mejor manera de hacer historia fuera no hacer nada en absoluto? La más gratificante al menos. "Qué tío, se fue a Canarias y le perdimos la pista". Una vida a lo Juan Rulfo, ni siquiera a lo J.D. Salinger, algo más de andar por calle.
Solo que no sucederá y puede que tampoco sea tan grave. Puede que, efectivamente, todo sea cuestión de elegir y ser valiente y eso pueda suceder en cualquier ciudad, incluso en la que llevas viviendo 36 años y medio. Si hay algo en lo que mi mujer se equivoca es en que yo mitifico lo que sucede. El otro día hablábamos de qué habría pasado si yo hubiera tenido algo con la Chica Langosta -aparte de que habría desaparecido durante cuatro años, cosa que de todas maneras hizo y ya van para diez- y su convicción de que habría dedicado una vida a contárselo a todo el mundo.
Es al contrario: cuentas lo que no pasa. Lo que pasa, por definición, tiene un punto vulgar estéticamente hablando. Contar lo que ha pasado, sublimar lo que ha pasado. No, de ninguna manera. Para que algo pueda ser narrado, por definición, tiene que no haber sucedido o no del todo. Si no, el escritor, ¿para qué demonios está?