De Carrère nos fascina su sobriedad. Su manera de contar las
cosas de una manera objetiva pero sin omitir juicios ni procesos mentales. Es
la realidad pasada por la narración y, dentro de la propia narración, un autor
que a veces sentencia y a veces duda y es precisamente esa duda abierta la que
nos hace sentir que el tipo está siendo honesto. Nos gustó en “El Adversario”,
nos encantó en “De Vidas Ajenas” y vuelve a ser su punto fuerte en “Limónov”,
cuya lectura al principio es un poco tortuosa y acaba siendo una gozada.
Hay en este último libro una mezcla de reportaje para
revista y biografía clásica. Los dos estilos se mezclan en el libro y eso a
veces es bueno y a veces no lo es tanto. Me explico: todo aquel que compra la
biografía de un personaje que considera interesante sabe que tiene que
apechugar con las inevitables primeras páginas centradas en su niñez, sus
padres, sus problemas, el colegio, etc. Generalmente, esas páginas son
insufribles y mucho más si al personaje en cuestión ni siquiera le conocemos.
No nos hagamos los estupendos ahora: Eduard Limónov es una figura que ha pasado
siempre de refilón en España y solo los muy interesados en literatura rusa
tienen una opinión formada sobre sus libros igual que solo los que realmente
siguen la política de aquel país pueden saber sus problemas con la justicia y
su empeño por formar distintos partidos que se opongan a Putin.
Por eso decía al principio que cuesta arrancar con Limónov y
su infancia en la URSS estalinista. Cuesta ver qué hay de interesante en ese
personaje más allá de su carácter pendenciero.
Para mitigar ese efecto, Carrère utiliza las armas típicas
del reportaje periodístico: un primer capítulo introductorio nos ubica al
protagonista en una manifestación en algún momento de finales de los 2000. Ese
encuentro fugaz con el autor, le permite a Carrère ir hacia atrás y contar más
sobre el personaje. Este truco de “cercanía-distancia-cercanía” se emplea solo
al principio y al final del libro pero con éxito. En medio, quedan trescientas
páginas de excesos. A Carrère le sorprende la entereza con la que Limónov vive
el dramatismo de su vida, lo intolerable de sus opiniones sociopolíticas… y al
lector le sorprende la relación amor-odio que Carrère mantiene con Limónov.
Hay en este libro algo que se insinuaba –y se criticaba- en
“El Adversario”: la simpatía hacia el diablo. La compasión, más bien. La
redención, si quieren. En la historia de Romand esta simpatía está más mitigada
porque el tipo poca simpatía podía merecer, pero ya le llovieron entonces las
acusaciones de “hacerle el juego” al múltiple asesino de mujer, hijos, padres y
perro. Él quería pasar a la posteridad y gracias al libro de Carrère de alguna
manera lo consiguió. Eso debió de perturbar al escritor y aquí se lanza
directamente hacia cierto tipo de psicoanálisis compartido -¿por qué Limónov es
así, por qué me gusta que Limónov sea así cuando debería odiarlo?- y una
relación basada en la complicidad culpable.
No se puede acusar a Carrère de ocultar cartas bajo la mesa.
Eso nunca. Limónov es un pro-estalinista, un tipo desagradable en el trato,
extremadamente violento, habría matado ya de pequeño si hubiera tenido la
ocasión, no supo digerir la derrota ni el éxito, perdió a todas las mujeres de
su vida, se desentendió de sus padres, trepó mientras acusaba a los trepadores
y a partir de la cincuentena derivó en un paneslavismo enloquecido que le llevó
a hacerse amigo de Arkan y Karadzic, defender públicamente la posición serbia
en Bosnia e incluso marcharse a Sarajevo a jugar al francotirador. ¿Jugar tan
solo? Carrère tiene dudas.
Coqueteó con el terrorismo, no creyó nunca en la democracia,
admiró a Charles Manson y a cualquier hombre que impusiera su voluntad personal
sobre las convenciones sociales. Despreció y odió toda forma de compasión.
Moral de señores frente a la molesta, cristiana, despreciable moral de
esclavos.
Y, sin embargo, con todos esos datos sobre la mesa, se
mantiene la lucha de Carrère por detestar a alguien detestable sin conseguirlo.
La continua explicación de la explicación. Un matiz tras otro. El autor condena
a su protagonista en una sola frase y luego dedica páginas a “salvarlo” de
alguna manera. Hay en todo el libro la sensación de “este tipo, desde el poder,
podría ser un nuevo Stalin, un nuevo Pol Pot, un nuevo Hitler… pero nunca
llegará al poder. Nunca podría soportarlo”. La exención estética. Carrère
intenta colocar a Limónov ahí, en la estética, porque sabe que desde la
estética puede redimirle, igual que se puede redimir a Nietzsche.
La vida de Limónov es una vida de aventurero desde Yakóv a
Moscú, desde Moscú a Nueva York, desde Nueva York a París y luego vuelta al
mundo eslavo. Solo la biografía como tal ya merece un libro y desde luego se
agradece un libro tan honesto y completo. A veces a algunos les puede molestar
esa pose de Carrère, que parece gritar a quien quiera oírle “¡Eh, miradme, yo
no escribo novelas!”, cuando sus narraciones coquetean continuamente lo
novelesco y la introspección en los personajes y sus pensamientos es mucho más
propia de un escritor de ficción que de un periodista riguroso que solo contara
los hechos.
Hay en “Limónov”, como lo hay en toda su obra desde 1999,
una mezcla de hechos, juicios de esos hechos, hipótesis sobre esos juicios y a
la vez hipótesis sobre esos hechos. Lo prodigioso de Carrère es que se sumerja
tanto en el psicoanálisis sin acabar siendo un auténtico coñazo. Lo contrario:
uno acaba el libro sin ninguna gana de conocer al Limónov de verdad, sin
interés siquiera de googlearlo, que es lo mínimo en estos tiempos, pero con la
sensación satisfecha de haber estado compartiendo tardes y noches con un
personaje que la merecían. Un personaje odioso, sí, pero personaje.
Si Carrère hubiera, de verdad, querido retratar a la
persona, no habría podido siquiera empezar el libro.
Por otro lado, y esto no conviene olvidarlo, buena parte de
la biografía de Limónov es la biografía de Rusia. De la Rusia soviética y de la
Rusia de Yeltsin y Putin. La fascinación de Carrère por el país viene de
familia y está muy presente en el libro. En especial las últimas páginas, las
que abarcan el período desde la toma de la Duma por parte de Yeltsin hasta la
elección de Medvedev como presidente para dejar a su jefe Putin como primer
ministro, son más un ensayo de política que otra cosa. Un ensayo dentro de una
novela de aventuras, que es exactamente lo que soñaba con hacer Carrère y que
además cumple con éxito, así que, de nuevo, enhorabuena.
Reseña publicada originalmente en la revista Sigueleyendo