sábado, abril 20, 2013
The cocoon
Salir de la burbuja. Me explico. La burbuja de la muerte de un padre. Los días anteriores a la muerte, los meses anteriores. La sensación, una vez acaba todo, de que nadie espera nada de ti. Esa maravillosa sensación. La burbuja, en definitiva. El horror y la burbuja que te protege porque es un horror muy comprensible, muy fácil de explicar: "Ha muerto mi padre", como la primera frase de un libro de Albert Camus, y ya caen los abrazos y las condolencias y los mensajes en Facebook. La protección interna y externa. El respeto al duelo. El duelo.
Luego pasan los días y hay que volver, es decir, hay que salir. Pasa una semana y vuelves al trabajo, vuelves a las clases, vuelves a los artículos, vuelves a la radio. De repente, te sientes expuesto y no de cualquier manera, porque expuesto estás siempre: ahora te sientes expuesto y a la vez exageradamente vulnerable. Groggy. Si alguien preguntara, yo diría que el adjetivo sería ese: ni triste, ni enfadado, ni nada de eso. Sonado. Sí, ese sería el adjetivo en castellano: sonado como un boxeador en un octavo asalto al que le limpian la boca y le obligan a salir con un empujón porque ha sonado la campana.
Son tiempos de campana, eso es todo. La campana suena y sales ahí y empiezas a repartir puñetazos como un loco sin saber exactamente quién es el rival ni dónde está. Pura inercia. Si no fuera por la inercia, te quedarías en la cama, deprimido, coleccionando libros y series y autocompadeciéndote, pero te han enseñado a no autocompadecerte -y eso fue una buena enseñanza solo a medias- así que sales ahí fuera como si nada, solo que la propia expresión es ridícula. ¿Cómo si nada? No. Mi padre ha muerto. Esta es la segunda vez que usted lo lee y es la tercera o la cuarta que mucha gente lo oye. El efecto en ellos no es el mismo. No puede serlo. Yo siento que no es el mismo al menos porque la protección, el cariño, los abrazos (la burbuja) tienen su tiempo limitado, es normal, ley de vida, así que yo sigo sin padre pero el mundo ya sí empieza a volver a pedir algo de mí, lo que sea, algo que se parezca a lo de antes. Los nombres contables y los incontables, por ejemplo.
Y así la confusión no va a menos, claro, porque lo que sientes es algo parecido a la amenaza. La amenaza de un golpe que no llega porque, insisto, no sabes dónde está el enemigo ni si hay enemigo, es todo angustia y ansiedad, entendida a lo Donald Barthelme, y así voy yo por las clases, los bares, las presentaciones, las radios... repitiendo a todo el mundo aquello de "se ha muerto mi padre" de una manera que ya no se parece a Camus sino a José Luis Cuerda, a ese personaje de "Amanece que no es poco" al que el médico incluso le felicita: "Qué bien se me ha muerto su padre" y luego pasa de cantina en cantina intentando que los demás le comprendan o que, en su defecto, le dejen leer sus novelas.