Joe Arlauckas llegó a España a los 23 años después de un breve paso por los Sacramento Kings de la NBA y la Juvecaserta italiana de Oscar Schmidt Becerra.
Su destino no tenía demasiado glamour, precisamente: el Caja de Ronda
era un equipo de mitad de tabla para abajo, acostumbrado a ascender y
descender y que disfrutaba del apogeo tardo-ochentero de las Cajas de
Ahorro vinculadas al baloncesto en una ciudad como Málaga donde competía
con el Mayoral Maristas de Mike y Ray Smith, probablemente los mejores extranjeros de la liga.
El fichaje de Arlauckas, sin embargo, revitalizó por completo al equipo, completando un quinteto inicial histórico con Fede Ramiro, Luis Blanco, Rafa Vecina y Ricky Brown. A base de jugar 40 minutos por partido, con escasos relevos puntuales ordenados por Mario Pesquera
en el banquillo, el Caja de Ronda pasó de ser un equipo comparsa a
disputar los play-offs por el título con sus posesiones largas,
tediosas, que acababan generalmente con un balón interior para
cualquiera de sus tres pívots —Arlauckas solía salirse a jugar de alero
pero su obsesión era el bote hacia dentro, todo potencia, una especie de
Karl Malone blanco— o un triple de Ramiro o el escolta de turno.
Sus buenos números no pasaron desapercibidos a Josean Querejeta,
un tipo al que normalmente no le pasa desapercibido nada de lo que
tenga que ver con el baloncesto. Tras dos años en Málaga, Arlauckas
fichó por el Taugrés, equipo heredero del Caja de Álava, en verano de
1990, y empezó lo que sería una trayectoria espectacular, probablemente
la mejor de un estadounidense en la moderna liga ACB. En su primer año
en Vitoria compartió vestuario con Pablo Laso, Chicho Sibilio, Scott Roth, Ramón Rivas, el mítico Alberto Ortega…
El Taugrés estaba dando el paso de un buen equipo a uno de los grandes
de España y en eso tuvo mucho que ver el propio Arlauckas, que consiguió
el premio al mejor extranjero de la liga otorgado por la revista Gigantes durante tres años consecutivos: 1992, 1993 y 1994, este último ya en el Real Madrid.
Aquel
Taugrés era un equipo rápido, explosivo, capaz de grandes parciales a
favor y en contra. Con los años fueron apareciendo los Nicola
y compañía, chicos adolescentes sacados de la cantera argentina, pero
la estrella seguía siendo la misma: Joe Arlauckas, también obligado a
sostener al equipo jugándose los 40 minutos y corriendo contraataques
como loco, con Pablo Laso poniéndole el balón en el lugar preciso. Si
Arlauckas era Malone, Laso era Stockton. Verles jugar
juntos maravillaba a cualquiera: en 1991, dieron la campanada eliminando
al Real Madrid y solo perdieron contra el Montigalá Joventut en
semifinales; en 1992, el equipo repitió semifinales, poniendo contra las
cuerdas de nuevo al Madrid de Clifford Luyk, que solo
pudo ganar en cinco partidos. El tercer año, más modesto, el Taugrés
cayó eliminado en octavos de final ante el Elosúa León de Xavi Fernández. Eso sí, Arlauckas fue nombrado MVP de la Copa del Rey de aquel año, que ganaría el Real Madrid de Sabonis…
…Y
precisamente al Real Madrid de Sabonis viajó el estadounidense, a sus
ya 28 años, dispuesto, como todos, a “ganar títulos”. Al principio,
había dudas sobre su ubicación en el campo: en Caja de Ronda había sido
un alero que jugaba por dentro, en el Taugrés, un ala-pivot con
facilidad para el tiro de cuatro-cinco metros… ¿qué sería en el Madrid
de Antonio Martín y Arvydas Sabonis? Su primer partido
oficial, ante el Unicaja Polti, lo perdería, con una actuación algo
discreta: 9 puntos, 11 rebotes y un pobre 4/11 en tiros de campo,
alternando las posiciones de alero y pívot. Aquel Real Madrid venía de
ganar el doblete y jugaba por y para Sabonis, cosa muy lógica, con las
amenazas exteriores de los veteranos Kurtinaitis, Biriukov y Cargol y el extenuante trabajo defensivo de dos “juniors” como José Lasa, Isma Santos y el repescado Javier García Coll, héroe estudiantil en los 80, que acababa su carrera como tantos otros, en el eterno rival.
No
le fue mal la cosa a Arlauckas. Poco a poco fue reivindicando su
estatus, comiéndole minutos a Cargol y a Antonio Martín, sobre todo, y
llevó al equipo a ganar la liga frente al Barcelona con 18 puntos de
media por partido.
Su siguiente año fue aún mejor, con Zeljko Obradovic
en el banquillo. Sabonis estaba en su esplendor, con partidos por
encima de los 60 puntos de valoración, y Arlauckas era su fiel escudero.
Sin duda, formaban la pareja interior más fuerte de Europa y lo
demostraron en Zaragoza, donde consiguieron la octava Copa de Europa
para el Real Madrid, la única que ha conseguido el club blanco en los
últimos 32 años. Todo el mundo recuerda el partido de Sabonis, por
supuesto, incluso la defensa de García Coll, pero Arlauckas no anduvo a
la zaga, con 16 puntos y hasta 21 lanzamientos a canasta, buena muestra
de su importancia en el equipo.
Aquella
fue la última temporada de Sabonis en Madrid y el club entró en una
especie de zozobra: Arlauckas se quedó como única referencia hasta la
llegada de Dejan Bodiroga y Alberto Herreros
en 1996. Se suponía que el Madrid había formado un equipo de ensueño,
pero aquellos años se saldaron con solo una Eurocup —antigua Recopa— con
exhibición incluida de Joe en Bolonia ante la Virtus: 63 puntos en una
serie de 24 de 28 en tiros de 2 y 15 de 18 en tiros libres. Sigue siendo
el record absoluto de la competición hasta la fecha y tiene pinta de
que el récord durará bastante en unos tiempos donde muchos equipos ni
siquiera llegan a los 63 puntos en total.
Los
últimos años de Arlauckas en el Madrid fueron duros: más allá de la
treintena, las lesiones empezaron a hacer mella junto a una cierta
pérdida de protagonismo en el ataque: en la temporada 1996/97 solo pudo
jugar 24 partidos aún a un nivel monstruoso, como atestigua su
exhibición europea. En la 1997/98, sin embargo, fue cortado al poco de
terminar la primera vuelta por su entrenador, Miguel Ángel Martín,
con quien mantuvo una relación algo más que tensa. “En diez años en
España no he tenido problemas, hasta que ha llegado este tío al que no
pienso nombrar”, dijo Joe en su despedida. “El Cura” respondió: “Es un
vago, todo el mundo lo sabe, por eso nadie lo quiere fichar”.
El
caso es que el propio Martín fue cesado poco después, en ese club a la
deriva que fue el Madrid post-Sabonis y que ha venido siendo, con
momentos puntuales de esplendor, desde entonces.
Arlauckas
tenía 33 años y un pedigrí importante en Europa. Quizá le faltara el
atletismo de sus primeros años, esos contraataques fulgurantes
culminados en mate inclinado a una mano, colgando casi el codo de la
canasta mientras se reía de la hinchada del fondo rival. Pero un tío que
viene de meterle 63 puntos a la Virtus de Bolonia no podía ser ni un
vago ni podía estar acabado, así que el baloncesto griego, en su
esplendor económico, apostó por él, en concreto el AEK de Atenas, que
luchaba por combatir la dictadura de los Panathinaikos, Olympiakos, PAOK
y Aris de Salónica…
El
paso del baloncesto español al griego fue mortal para Arlauckas, que
nunca supo adaptarse a ese juego parsimonioso, agónico, de posesiones
eternas y marcadores ridículos. Un montón de multimillonarios jugando
como universitarios al mando de los poderosos entrenadores yugoslavos de
la época. Su equipo venía de perder la final de la Liga Europea el año
anterior precisamente ante la Virtus de Bolonia, entrenada por Ettore Messina,
después de anotar unos ridículos 44 puntos. Arlauckas llegó para
aportar anotación y dinamismo y algo de eso hizo, pues rondó los 14
puntos por partido, pero el equipo no logró los objetivos marcados: jugó
la final de Copa, pero la perdió contra el PAOK de Salónica. A lo largo
de la temporada vio cómo hasta tres distintos entrenadores se sentaban
en su banquillo: Giorgios Kalafakatis, el joven Fotis Katsikaris y el mítico Kostas Politis.
El fichaje de Dusan Ivkovic
como técnico supuso la salida de Arlauckas, que tuvo que buscar refugio
en el Aris de Salónica ya con la temporada 1999/2000 iniciada. El Aris
estaba muy lejos de los tiempos de Gallis, Giannakis y
compañía, cuando llegaba a Final Fours con asiduidad y representaba casi
en exclusiva el baloncesto griego por Europa. Pese a todo, y gracias a
jugadores como Charles Shackleford, Zarko Paspalj, Tiit Sokk, Mario Boni y el eterno “Piculín” Ortiz, el Aris había conseguido ganar la Korac de 1997 y la Copa griega de 1998. Con el equipo fuera de posiciones de play-offs y dado el bajo rendimiento de su americano Darnell Robinson,
la directiva decidió fijarse en Arlauckas, quien el 27 de diciembre de
1999, a los 35 años, debutaba por última vez en su quinto club europeo.
El
Aris era un equipo con problemas económicos y continuos cambios en el
banquillo y la directiva. Con todo en contra y pese a las bajas de hasta
cinco jugadores a lo largo de la temporada por diversos problemas,
Arlauckas consiguió liderar a sus compañeros hasta los play-offs,
donde cayeron en primera ronda. El ganador de aquella liga sería el
Panathinaikos, con su excompañero Dejan Bodiroga como estrella
indiscutible. Más preocupado de su familia que del baloncesto y con 36
años ya cumplidos, uno de los mejores ala-pivots del baloncesto europeo
de los 90, anunciaba su retirada.
Artículo publicado originalmente en la revista JotDown, dentro de la sección "El último baile"