domingo, diciembre 16, 2012

¿Cuándo el neoliberalismo se hizo marxista?



Por supuesto, Karl Marx aspiraba a verse en los libros de Historia como un gran agitador revolucionario, un aceptable economista y un filósofo con grandes intuiciones, pero mis años de carrera universitaria me invitan a pensar que él se creía —como casi cualquier economista o sociólogo del siglo XIX- un científico. Cuando Marx habla de las aporías del capitalismo y su futuro desplome, no lo hace como algo deseable o que dependa de la voluntad del pueblo. No, lo presenta como un hecho frío, consecuencia de la misma raíz del capitalismo y el liberalismo post-industrial. Hechos, no opiniones. ¿Se contradice eso con la necesidad de una vanguardia revolucionaria que dirija al proletariado para acelerar el proceso? Puede ser, ahí los expertos discuten, pero la presentación del cataclismo capitalista tiene la misma pretensión que la demostración de una ley física.
Los daños del cientificismo decimonónico.

La teoría de Marx era clara: si el capitalismo consistía en la mayor adquisición de riqueza posible a costa del trabajo del obrero y si esa riqueza era el único valor absoluto, lógicamente llegaría un momento en el que el comercio se convertiría en una jungla en la que los hombres serían esclavizados y depauperados, con unas condiciones cada vez más extenuantes, que hicieran a los propietarios de sus fábricas y empresas más “competitivos”, es decir, más ricos. Ahora bien, decía Marx, si los propietarios cada vez son más ricos y los trabajadores cada vez más pobres, ¿dónde queda la clase media?, ¿quién va a comprar todos esos productos que los obreros ayudan a construir con su trabajo?

La desaparición de la clase media burguesa a manos de la clase media industrial supondría el colapso del comercio como tal. En lo alto de la pirámide, cada vez menos multimillonarios. En la base, cada vez más desahuciados y lumpenproletarios, sin nada que llevarse a la boca. Aplicando la dialéctica de Hegel por la cual el amo necesita al esclavo tanto como el esclavo al amo, llegaría un momento en el que el dinero no valdría para nada… porque todo habría quebrado, porque no habría nada que comprar, porque las pequeñas y medianas empresas habrían caído por la incapacidad de comerciar con sus productos.

La lógica de Marx parecía aplastante pero partía de un prejuicio: la maldad genética del capitalista. No tuvo en cuenta el concepto de “piedad” de Adam Smith, ni las teorías igualitarias de Stuart Mill ni el hecho de que el capitalismo y el liberalismo económico nacieran de una tradición de pensamiento mayoritariamente británica que observaba un escrupuloso respeto a las reglas, el Estado y la paz social desde los tiempos del “Leviatán” de Hobbes.

Ahora bien, si quitamos esa regulación, si desmantelamos el Estado por completo, si efectivamente reducimos sueldos y ampliamos jornadas, si apelamos a la “austeridad” para colapsar el comercio, si seguimos protegiendo los intereses de los más ricos, aunque se hayan portado como ludópatas, a cambio de castigar a pensionistas, parados o trabajadores precarios. Si queremos vivir en un mundo sin leyes económicas, es decir, sin leyes sociales, políticas ni morales, tal y como propugna determinado neoliberalismo que nació en Estados Unidos y que ha anidado en ese conglomerado difuso que es “la derecha” española, una derecha capaz de defender a la vez a Cristo y a los mercaderes del templo con una fiereza encomiable…

…Si todo eso sucede, digo, enhorabuena. Habrán dado la razón a Marx más de 150 años después. Habrán destrozado los esfuerzos de miles de liberales que lucharon por tapar los agujeros que el marxismo había descubierto en su teoría y habrán conseguido el sueño comunista: acabar con la clase media, proletarizar la sociedad, romper la paz social, convertir el mercado en una jungla hasta colapsarlo por completo y ese largo etcétera.

En una frase: se habrán cargado el liberalismo. Su posibilidad de existencia. Tanto empeño y tanta ceguera, como liberal político que me considero, me resultan mucho más que preocupantes.

Artículo publicado originalmente en el periódico El Imparcial, dentro de la sección "La Zona Sucia"