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¿Cuándo el neoliberalismo se hizo marxista?
Por supuesto, Karl Marx aspiraba a
verse en los libros de Historia como un gran agitador revolucionario, un
aceptable economista y un filósofo con grandes intuiciones, pero mis
años de carrera universitaria me invitan a pensar que él se creía —como
casi cualquier economista o sociólogo del siglo XIX- un científico.
Cuando Marx habla de las aporías del capitalismo y su futuro desplome,
no lo hace como algo deseable o que dependa de la voluntad del pueblo.
No, lo presenta como un hecho frío, consecuencia de la misma raíz del
capitalismo y el liberalismo post-industrial. Hechos, no opiniones. ¿Se
contradice eso con la necesidad de una vanguardia revolucionaria que
dirija al proletariado para acelerar el proceso? Puede ser, ahí los
expertos discuten, pero la presentación del cataclismo capitalista tiene
la misma pretensión que la demostración de una ley física.
Los daños del cientificismo decimonónico.
La teoría de Marx era clara: si el capitalismo consistía en la mayor
adquisición de riqueza posible a costa del trabajo del obrero y si esa
riqueza era el único valor absoluto, lógicamente llegaría un momento en
el que el comercio se convertiría en una jungla en la que los hombres
serían esclavizados y depauperados, con unas condiciones cada vez más
extenuantes, que hicieran a los propietarios de sus fábricas y empresas
más “competitivos”, es decir, más ricos. Ahora bien, decía Marx, si los
propietarios cada vez son más ricos y los trabajadores cada vez más
pobres, ¿dónde queda la clase media?, ¿quién va a comprar todos esos
productos que los obreros ayudan a construir con su trabajo?
La desaparición de la clase media burguesa a manos de la clase media
industrial supondría el colapso del comercio como tal. En lo alto de la
pirámide, cada vez menos multimillonarios. En la base, cada vez más
desahuciados y lumpenproletarios, sin nada que llevarse a la boca.
Aplicando la dialéctica de Hegel por la cual el amo necesita al esclavo
tanto como el esclavo al amo, llegaría un momento en el que el dinero no
valdría para nada… porque todo habría quebrado, porque no habría nada
que comprar, porque las pequeñas y medianas empresas habrían caído por
la incapacidad de comerciar con sus productos.
La lógica de Marx parecía aplastante pero partía de un prejuicio: la
maldad genética del capitalista. No tuvo en cuenta el concepto de
“piedad” de Adam Smith, ni las teorías igualitarias de Stuart Mill ni el
hecho de que el capitalismo y el liberalismo económico nacieran de una
tradición de pensamiento mayoritariamente británica que observaba un
escrupuloso respeto a las reglas, el Estado y la paz social desde los
tiempos del “Leviatán” de Hobbes.
Ahora bien, si quitamos esa regulación, si desmantelamos el Estado
por completo, si efectivamente reducimos sueldos y ampliamos jornadas,
si apelamos a la “austeridad” para colapsar el comercio, si seguimos
protegiendo los intereses de los más ricos, aunque se hayan portado como
ludópatas, a cambio de castigar a pensionistas, parados o trabajadores
precarios. Si queremos vivir en un mundo sin leyes económicas, es decir,
sin leyes sociales, políticas ni morales, tal y como propugna
determinado neoliberalismo que nació en Estados Unidos y que ha anidado
en ese conglomerado difuso que es “la derecha” española, una derecha
capaz de defender a la vez a Cristo y a los mercaderes del templo con
una fiereza encomiable…
…Si todo eso sucede, digo, enhorabuena. Habrán dado la razón a Marx
más de 150 años después. Habrán destrozado los esfuerzos de miles de
liberales que lucharon por tapar los agujeros que el marxismo había
descubierto en su teoría y habrán conseguido el sueño comunista: acabar
con la clase media, proletarizar la sociedad, romper la paz social,
convertir el mercado en una jungla hasta colapsarlo por completo y ese
largo etcétera.
En una frase: se habrán cargado el liberalismo. Su posibilidad de
existencia. Tanto empeño y tanta ceguera, como liberal político que me
considero, me resultan mucho más que preocupantes.
Artículo publicado originalmente en el periódico El Imparcial, dentro de la sección "La Zona Sucia"