L. oía la canción y se emocionaba a su manera, sus 21 años y su inocencia absoluta, a veces desenfrenada: "Sotto questa luna piena, sotto questa luna piena". Tenía una cita "sotto l´orologio" con sus compañeros de colegio. No recuerdo para qué año. Diría que para el 2000, cuando ella ya tendría 19 para 20, pero no estoy seguro porque el 2000 ya había pasado y su entusiasmo no mermaba ni un ápice. La parte del "orologio" se la expliqué yo: "el reloj". Creo que se la expliqué yo aunque quizás ella ya la supiera de antes. Nuestra relación se basaba en esa clase de malentendidos, en mi empeño en vivir en una burbuja aparte.
L. se ponía contenta escuchando a Zucchero y comprendiendo por fin sus citas, con años de retraso, y yo mostraba mi pedante conocimiento de idiomas. Cuando la conocí, estaba estudiando francés. Una de nuestras primeras citas coincidió con una clase en el Institut y ella fingía sentirse culpable porque yo no fuera. L. era muy buena chica. Muy buena chica. La clase de persona que deja que la quieras y que entiende que no es un favor. Pasamos mejores ratos y peores, le regalé un viaje a Barcelona en autobús ida y vuelta en 24 horas por su cumpleaños. Visto en perspectiva no es un gran regalo, pero yo trabajaba en una academia de idiomas e informática de Torrejón y cuando la academia descansó en agosto me puse a estudiar italiano, no ya por el "orologio", porque la cuestión había quedado zanjada, sino por esa burbuja de formación, que dice Aleix Saló, que nos hizo a todos pensar que si pagábamos mucho dinero a academias de idiomas o si trabajábamos gratis para la gente con contactos, todo nos iría mejor.
Tan bien me fueron el francés y el italiano que me tuve que poner a estudiar alemán para conseguir un trabajo de teleoperador en Solmeliá vía, por supuesto, empresa de trabajo temporal. Una carrera de filosofía, tres idiomas, dos años de doctorado y teleoperador de clientes ingleses deseando emborracharse en el Sol Patos. Gandía Shore. No había nada de frustrante en ello. Yo tenía 25 años y me encantaba ver algo parecido a una nómina en mi cuenta corriente, aunque no llegara a los 1000 euros y aunque mi vida, con L. y sin L., se limitara a horarios de diez horas con comida de por medio en Cuzco.
Sin tickets restaurante, por supuesto.
Yo entiendo lo que es la crisis porque lo veo. No solo lo veo sino que me indigno con mucha frecuencia, pero profesionalmente yo he vivido en crisis toda mi vida excepto los pocos años en la Escuela Oficial de Idiomas, enseñanza pública, refugio de derechos hasta hace bien poco. Fuera, la intemperie. Al volver de Barcelona, por si eso le había parecido poco, dejé a L. mientras me tomaba un pollo asado. No fue tan grave si tenemos en cuenta que la segunda vez la dejé por teléfono. Ser un mediocre profesional no le da a uno ningún matiz de heroísmo, al contrario. Podría dejar una frase reivindicativa del tipo "cuando te enseñan que con el máximo esfuerzo llegarás lejos y descubres que con el mínimo esfuerzo vas a conseguir lo mismo, es decir, nada, no es fácil pedirte luego cuentas", pero es mentira. Supongo que a veces es verdad, pero en mi caso es mentira: a mí habría que haberme pedido todas las cuentas del mundo y más.
L. lo hizo. Dos años más tarde, pero lo hizo. Yo seguí aprendiendo idiomas y frases rimbombantes para que, si no podía conseguir algo parecido a un trabajo digno, al menos pudiera ligar con alguna chica maravillosa.