Esto se ha puesto muy feo. Muy desagradable. Tanto que resulta casi imposible no ofender a nadie en algún comentario así que ya adelanto que lo haré. Ruedas de prensa anteriores y posteriores, pisotones, piscinazos, porteros suplentes y delegados de equipo agarrándose del cuello, compañeros de selección enfrentados, portadas indignantes, desde Madrid y desde Barcelona. Odio. Una acumulación brutal de odio dispuesta a explotar en cualquier momento: cualquier himno, cualquier idioma, cualquier decisión arbitral…
Todo, en deporte, se reduce a una máxima de Al Pacino en “Un domingo cualquiera” y que dice algo tan sencillo como esto: “Al final, un domingo cualquiera, no importa lo que hagas, vas a ganar o vas a perder… el asunto es si sabrás ganar o perder como un hombre”.
Si el Barcelona hubiera perdido, todo el mundo culparía a Guardiola de entrar en juegos ajenos, de perder los papeles, de descentrar el equipo. Ahora que ha ganado es fácil decir que les ha motivado, les ha mostrado su lealtad, ha supuesto un acicate para sus jugadores. Bla, bla, bla. Un domingo cualquiera, un miércoles cualquiera, once tíos se van a enfrentar a otros once y van a intentar jugar lo mejor posible. Y uno de los dos va a ganar.
Ahora hablemos de fútbol: la primera parte fue sorprendente. Al menos a mí me sorprendió. El Barcelona estaba claramente tocado por la final de Valencia y, no nos engañemos, dos meses de un fútbol muy por debajo de su fama. Busquets fallaba pases, Keita hacía lo que podía pero desde luego no era Iniesta, Messi se peleaba con Pepe y Lass sin triunfar nunca, Alves no creaba peligro… Bueno, ya digo, eso llevamos un tiempo viéndolo, y al menos Villa y Pedro mejoraron sus prestaciones.
Lo que realmente me chocó fue que el Madrid tirara esa primera parte. Sinceramente, todo el “momentum”, que dicen los americanos estaba de su parte: un equipo tocado física y mentalmente que viene a tu campo después de una derrota dolorosísima y sin encontrar variaciones tácticas. El público entregado. Lo tienes todo a tu favor para buscar un gol temprano y buscar incluso la sentencia de la eliminatoria. ¿Y qué hace Mourinho? Tener miedo. Un miedo horrible. Todos atrás, sin estorbar siquiera la circulación de un Barcelona incapaz por su parte de crear peligro.
No hacía falta. La vuelta se jugaba en su campo, con su público y su césped.
Mourinho apostó por el 0-0 de una manera que roza la vergüenza y solo amenazó con un disparo lejano de Cristiano Ronaldo que le hizo un extraño a Valdés y cuyo rechazo recogió Özil en fuera de juego. ¿Su reacción en la segunda parte? Quitar a un jugador de fútbol y meter a un pívot de baloncesto para poder colgarle balones sistemáticamente. No existió Cristiano, no existió Di María, Xabi Alonso quedó relegado a sacar faltas y Özil, ya digo, al banquillo directamente.
Sí, lo sé, en Valencia funcionó. Pero, ¿cuántas veces puede funcionar eso? Por no recordar que la estrategia de la Copa no fue esa. Era el mismo equipo, vale, pero no era la misma actitud. En Valencia, el Madrid se comió al Barça en términos de intensidad durante la primera parte. Se lo comió. Fue a por él y lo trató de tú a tú. ¿A qué ese pavor en el Bernabéu, en tu competición soñada, con una plantilla de cientos de millones de euros?
Expulsaron a Pepe, sí. Ahora vamos a pelearnos todos por si esa jugada es de roja o es de amarilla. Peleémonos y sigamos sin hablar de fútbol. ¿Qué espera Mourinho? ¿Que el árbitro se equivoque a su favor? ¿Cuándo, si no tiene nunca la bola? Pepe llegó tarde y entró como un camión con los tacos por delante a la pierna de Alves. Yo sacaría amarilla. El árbitro sacó roja. La pregunta es: ¿Qué demonios hacía Pepe pegando ese planchazo en esa posición del campo a un lateral derecho rival? Pues lo que lleva haciendo tres partidos: cerrar los ojos e ir al bulto. Solo que en los dos anteriores le había salido milagrosamente bien.
El Madrid, con 10, seguía jugando ante un equipo con la defensa descolocada, con Iniesta lesionado, con Busquets inseguro, Messi desesperado y Pedro lesionado de nuevo tras un pisotón involuntario de Marcelo. Miremos de nuevo a la táctica del entrenador: ninguna. Rendirse. Autoexpulsarse. Volver a apelar a conspiraciones y errores ajenos. Él no tiene nunca la culpa, sólo tiene el poder absoluto del equipo más rico del mundo. Ódienme también, si quieren, pero lo diré alto y claro: a cualquier otro entrenador, el Bernabéu no le hubiera tolerado tal muestra de cobardía en un partido clave como este. No le hubiera tolerado que su equipo no pasara del medio del campo, que no diera dos pases seguidos, que no buscara la calidad ni el empuje ni siquiera la heroica. Nada. Plano.
El Barça ganó por inercia, no por convencimiento. Incluso contra diez dio la sensación por momentos de que el empate les venía bien. El Barça está fundido, esto es así, no es el de noviembre, no es el equipazo temible que pasaba por encima de sus rivales, ¿cómo no lo pudo ver el técnico madridista? Aprovechó los huecos como hace un alumno aplicado: repitiendo lo que Guardiola dijo en el primer derby: la ventaja está dentro y de ahí abrimos para fuera y no al revés. Xavi encontró a Afellay, Afellay desbordó y su centro lo remató Messi desde atrás. 0-1. No hizo mucho más el equipo azulgrana, apenas inquietó a Casillas, que aun así paró las dos que tuvo, como es habitual en él.
A punto de cumplirse el final del partido, siguiendo con la rutina del toque, Messi vio un pasillo y se adentró. Nadie le salió al paso o le salieron tarde, llegó casi hasta el área pequeña y definió maravillosamente bien. Un gol que le describe y probablemente le dé su tercer Balón de Oro consecutivo. Su 52º de la temporada. No es fácil marcar 52 goles en una temporada pero desde luego es imposible marcarlos sin tener el balón. Cristiano Ronaldo acabó el partido muy cabreado. No le culpo. No tuvo ninguna oportunidad de demostrar que vale 96 millones. Probablemente, los valga. En Valencia tuvo que buscarse la vida por su cuenta y lo consiguió.
Mourinho ha decidido jugarlo todo a la ruleta y a culpar al croupier cada vez que pierde. En medio queda una afición incansable, una plantilla descomunal, un presidente que se ha gastado 450 millones en dos años y una incapacidad absoluta para la autocrítica. Eso sí, quiero pensar que los jugadores no se rendirán en el Camp Nou… por mucho que su entrenador ya lo haya hecho.