sábado, abril 02, 2011

In a place called Vertigo



Ayer creí que me iba a morir. O algo parecido. Obviamente no era la primera vez que me pasaba pero probablemente fuera la vez en la que más motivos tenía. El mundo no se estaba quieto, quiero decir, el problema no era tanto yo como el mundo y su manía de girar alrededor de mí en círculos, como una noria, sin que yo pudiera hacer nada al respecto más que tirarme de la cama al suelo, esperar a que se pasase, respirar, arrastrarme para buscar un teléfono y dramatismos varios.

Morirse tiene un punto surrealista, créanme. Morirse tan a cámara lenta y con cierta lucidez. Por ejemplo, yo estaba pensando en cómo habrían quedado los Lakers contra los Mavericks, pero ya digo, no podía moverme del suelo. Solo girar la cabeza a un lado o a otro ya me provocaba un mareo intolerable, así que solo podía mirar hacia arriba, coger el mando del televisor de la mesa y poner el teletexto. Como suena.

Pensé en cosas más románticas. Mandar mensajes, por ejemplo. Mensajes a gente diciéndoles lo mucho que les quieres o les has querido y ese largo etcétera. Lo que pasa es que no me apetecía. La pata de la mesa seguía girando de arriba abajo pero a mí no me apetecía despedirme de nada, solo saber qué demonios había pasado con los Lakers de Gasol. Conseguí llegar al vaquero, también, y tomar un ansiolítico. Vértigos y ansiolíticos no están relacionados pero me ayudó a calmarme y respirar mejor e incluso conseguir, a la media hora, sentarme en el suelo, la cabeza apoyada en el sofá, la MTV puesta en la tele.

Por entonces, ya suponía que no iba a morir pero no suponía que fuera a ser tan fácil. Pensaba en ambulancias del SAMUR a la puerta de mi casa y yo saliendo en camilla, tres pisos de escaleras hacia abajo, en pijama, con una sujeción en el cuello y haciendo la señal de victoria con los dedos para que los telespectadores se tranquilizasen.

Hospital, pruebas y el hallazgo de algo. ¿De qué? Soy un hipocondríaco así que tenía varias opciones: un microderrame cerebral -era perfectamente consciente de que la hospitalización supondría perderse el Nadal-Federer de la noche y el Villarreal-Barcelona del fin de semana, así que un GRAN derrame cerebral no podía ser-, un ictus, que es más o menos lo mismo, un problema circulatorio, un tumor, por supuesto, ese clásico...

Paré los pensamientos y dejé el móvil ahí, sin más. El teletexto no decía nada. En la MTV no había ninguna adolescente llorando por estar gorda y pidiéndole a alguien, a cualquiera, que la ayudara, que eso no podía seguir así, que nadie se sentaría con ella en el instituto mientras siguiera estando tan fofa. No caí en que el teléfono tenía Internet y habría podido salir de dudas en el instante. En esas circunstancias, algunas cosas se te aparecen con una facilidad prodigiosa y otras no aparecen nunca.

Tampoco podía mirar hacia arriba ni hacia abajo. Solo hacia enfrente y siempre que la cabeza estuviera apoyada. El mundo fue tranquilizándose. El mundo, ya digo, es un enorme problema. La realidad. Probablemente hubiera bastado con haber seguido durmiendo pero yo no, yo necesitaba saber cómo habían quedado los Lakers. Y luego, solo luego, quizá, despedirme. Pero, ¿de quién?