“Crebinsky” es una de esas películas arriesgadas por las que merece la pena apostar. ¿Sólo porque es arriesgada? No, ya estamos hartos de intentar escandalizar a los burgueses y excesos de esa clase. “Crebinsky” crea un universo enloquecido pero es tremendamente consistente dentro del absurdo. No hay nada gratuito ni facilón, al contrario, el director, Enrique Otero, se empeña en tomar las decisiones difíciles pero que a la vez son las que encajan.
Tiene algo de cuento de niños, de acuerdo, ambientado en la Galicia rural, pero es tan distinto a todo: un soldado ruso aparece en las costas, se casa con una lugareña, tienen dos hijos hispano-soviéticos en plena II Guerra Mundial, mueren, y dejan a los niños ya convertidos en hombres –Feodor y Mijail, ni más ni menos- en una casa portátil a cargo de una vaca a la que adoran y que se sienta a la mesa con ellos. Surrealismo, sí, pero no crean que choca demasiado en la pantalla. Por supuesto, yo se lo estoy contando aquí y a ustedes les parece una memez enorme, pero no lo es.
No lo es porque tiene sentido dentro de la historia. El cine es eso. La literatura es eso: crear sentidos. La vaca se escapa mientras nazis y aliados luchan por ocupar una playa, una cantante se hace llamar Loli Marlén, un falangista se une a unos oficiales alemanes que acaban huyendo a Normandía, Luis Tosar no está serio y preocupado por alguna injusticia sino que sonríe en ocasiones y habla en inglés… Hay un punto de sketch prolongadísimo de Monty Python. Humor británico, sin duda.
Y por encima de todo está la actuación de Miguel de Lira y Sergio Zerraeta, sublimes. Por el tamaño de la película y su presumible pobre distribución, probablemente se mantengan alejados del estrellato y de los grandes premios pero su interpretación es impecable, una auténtica gozada en estos tiempos de excesos.