Además, llueve.
Subo al Auditorio, conozco a Wifredo, de prensa, y me meto un poco en Internet para comprobar el enésimo desastre del Estudiantes. Como en un bar de la Plaza mientras veo las motos. Leo “El Mundo”, “La Razón”, el “ABC” y el “Marca”. Deambulo por las calles y pido suizos con azúcar. Entro y salgo del “Continental” por si hay alguien conocido, pero no: casi todos los que conozco se han ido ya para casa. Como mucho que María aparezca por algún lado con su cara de melancolía infinita y a su vez me reconozca a mí.
Improbable.
No sucede.
Vuelvo al restaurante del hotel y leo “El Norte de Castilla”. A estas alturas, me sé el nuevo Gabinete de Zapatero de memoria. A las 17,30 aparece Vega con su hermana y me recogen al lado del puente de un río que no existe. Gente previsora, la de Medina, dijo Antonio el primer día, han construido los puentes y el cauce por si algún día el río aparece.