El color: Cuando Lara y Rebeca anunciaron que el tema era el color, me sentí profundamente desmotivado. Por supuesto, no podía decirlo en aquel momento, pero soy muy poco dado a lo abstracto y fantasioso. Muy poco dado a los colores, además, me pasa como en las típicas fiestas temáticas en las que hay que inventarse algo.
Así que pensé y encontré una imagen que me había referido M. en algún momento, cuando le daban bajones de tensión, se mareaba y se desmayaba: "Todo se vuelve ocre, amarillo y desaparece. Luego vuelve a aparecer amarillo, ocre y ya en sus colores normales". Y decidí tirar por ahí.
La historia: Tenía el desmayo. No era algo demasiado original, porque ya había escrito anteriormente sobre desmayos ocres. Dos veces, además. Había un problema añadido: no tenía tiempo. Ni demasiada motivación, ya lo he dicho antes. Así que recurrí a una vieja historia sobre el 11-S, "La mañana americana", en la que un chico se despierta de un desmayo en la esquina de un bar y en las televisiones los aviones atraviesan las Torres Gemelas.
El relato original duraba 10 páginas, porque narraba casi todo el día tal y como yo lo viví. Yo nunca me he mareado hasta desmayarme, pero sé lo que son los mareos y los ataques de ansiedad. Me hago una idea. Sé lo que es notar cómo el mundo gira y tener que agarrarme a una mesa, a una pared, a lo que sea. En medio del relato había una historia de amor. Prescindí de ella. Prescindí del médico, también. Me ceñí al desmayo y al 11-S.
El relato: Para que tuviera algo de coherencia y cohesión, añadí algunas cosas. No quité casi nada de las tres primeras páginas. En realidad, esas tres primeras páginas, bien escritas, podían valer para una novela, pero no creo que formen un buen relato. Un buen ejercicio, quizás. A la gente le gustó. A Ernesto, al menos. Creo que fue el primero que le gustó, o al menos la primera vez que me lo dijo.
Yo tengo mis dudas. Como siempre. Pero por si acaso, y como sigo sin tener tiempo -ni imaginación- para contar más cosas, lo dejo
aquí.