Italia es un país muy raro. Uno tiende a compararlo con España por aquellas películas de los 50, el neorrealismo y tal. Lo que pasa es que da la sensación de que España salió de la película de Berlanga e Italia se quedó en la de Fellini sin posibilidad de salida, atrapados dentro del proyector.
Italia, de entrada, es un país con fama de tramposo. Al menos, en deporte. Utilizar todos los trucos para conseguir un resultado, sin mayor consideración moral. Así surgió la Mafia, supongo, en sus orígenes, antes de convertirse en un negocio multinacional. En política, el país es un desastre, aunque económicamente funcione razonablemente bien: durante los últimos 25 años los casos de corrupción han sido constantes: jueces estrella y primeros ministros huídos a Túnez.
En todo eso llegó Berlusconi. Berlusconi podría compararse a Jesús Gil, pero a lo grande. Quiero decir, Jesús Gil tenía Los Ángeles de San Rafael, Berlusconi tenía Mediaset, un imperio mediático. Pero su propuesta era similar: yo no soy un político tramposo, yo soy un empresario que empecé como vosotros y he llegado a lo más alto. Yo os voy a librar del Estado para conseguir que triunféis.
¿Qué vio el ciudadano italiano detrás de eso? Es difícil saberlo, pero supongo que algo parecido a cuando Capello promete títulos. Y si las cosas van mal, Silvio siempre podrá fichar a Ronaldinho.
La confianza de los italianos en Berlusconi, mantenida a intervalos durante 15 años ya, refleja algunas pautas:
1) Creen que los políticos son todos unos mentirosos y unos tramposos y que, por tanto, Berlusconi, que ha mentido y ha hecho trampas toda su vida, no es distinto, no merece ser castigado por ello. Al revés, él al menos no da lecciones morales.
2) La izquierda no ha conseguido presentar un proyecto mínimamente atractivo para combatir el populismo berlusconiano. Y no creo que sea tan difícil. ¿O sí? Hablamos de un país donde las actrices porno son reclamos electorales muy efectivos incluso en el Partido Socialista. La izquierda, cada vez que alcanza el poder, se rompe en mil peleas internas y discusiones utópicas.
3) Por tanto, a los italianos no les gustan las utopías ni las trampas por debajo de la mesa. Son más prácticos. Prefieren a Berlusconi. Berlusconi es el arquetipo de la "acción directa", un defecto muy latino. Y en eso están. Si hay problemas, que alguien los solucione. Como sea. Diez atrás y a ver si Luca Toni pilla alguna en un corner.