viernes, febrero 05, 2010

De amor y política

Hache dijo algo parecido a "cuando uno pierde la militancia política, pierde su capacidad de enamorarse" y yo desde entonces no he dejado de darle vueltas a la frase, aun habiendo constatado mi incapacidad de enamorarme tanto antes como después de la pérdida de militancia perdida o, aún peor, dejando de lado el hecho de que mi concepto adolescente del amor estaba vinculado sin más al idealismo y al sufrimiento. A no conseguir nunca lo que buscaba. A no mirar, por si acaso. A vivir en un mundo maravilloso y fantástico que dolía cada vez que se chocaba con la realidad.

Sí, quizás eso tenga algo de militancia política. La capacidad de comprometerse con una idea irreal y luchar contra todas las injusticias es la condición de posibilidad de comprometerte con alguien irreal y luchar contra la tremenda injusticia de que esa persona no te quiera o simplemente no sea como nosotros nos hemos empeñado en que sea. Matilde Urbach.

Uno tiene la esperanza de que con los años la cosa cambie y, efectivamente, deje de enamorarse de manera agónica, es decir, concebida como una forma de hacer daño gratuito a un montón de gente y especialmente a uno mismo, y pase a querer, que sin duda es otra cosa pero no tiene por qué ser peor, porque, de entrada, para querer a alguien hay que mirar y ver a ese alguien, oírle y escucharle, y aceptar la gravedad con todo su peso. Hay gente que a eso le llama conformarse y prefieren gritar que otro amor es posible, pero sin duda hay en eso un prurito pancartero y estético, es decir, político.

De repente, uno pasa de preguntarse si realmente estaba enamorado de sus parejas a preocuparse de si ellas se sentían queridas. Una especie de giro copernicano. Nos hacemos mayores y conservadores pero eso no tiene por qué ser malo, insisto. Supongo que tarde o temprano se pasará esa necesidad de marcar la vida de alguien, de que te recuerde como su gran amor perdido, de que no te olvide nunca, de que cuente su pasado empezando por ti. De que sufra por ti, en una palabra.

Supongo que a partir de la pérdida de compromiso político o aquello que tendemos a llamar madurez, el sufrimiento empieza a ser una responsabilidad demasiado grande y simplemente tendemos a prescindir de él.

Desde luego no a glorificarlo.

Lo supongo, es decir, en realidad no tengo ni puta idea.