De camino a la COPE leo a Ricardo Piglia. Nunca había leído nada de Piglia y empiezo por un libro que se llama "Formas breves" y que habla continuamente de Borges y Macedonio Fernández. Hubo un tiempo en el que yo leía mucho a Borges, prácticamente todo, incluso las entrevistas y los prólogos de prólogos. Ahora paso demasiado tiempo enganchado a programas basura y temo ser más feliz. ¿Qué consecuencias tendría eso?, ¿cómo se compagina publicar libros y dirigir revistas culturales con el visionado semanal de "La voz", "¿Quién quiere casarse con mi hijo?", "Pesadilla en la cocina" y el binomio "Geordie-Gandía Shore"?
En serio, ¿cuánta gilipollez puede acumular mi cerebro sin volverme un completo gilipollas? Entiendan que me sienta culpable. Mi madre me recuerda en un mensaje que a los tres años ya me llamaban "Séneca". Por supuesto, me siento orgulloso de ello, porque a mí me gustaría haber sido un Séneca o un Piglia o un Macedonio o un Borges. Sencillamente no fue posible, demasiadas responsabilidades. Así pasa el jueves y pasa el viernes y no leo más que unas cuantas líneas de un libro que Pilar Adón publicó hace siete años y me siento agotado en cierta manera, incluso conformista.
No sé explicarlo. Nadie me obligó a dedicarme a leer y escribir. Nadie más que yo, quiero decir, pero ahora ni leo ni escribo y lo peor es que siento la culpabilidad pero la necesidad, el placer, el gusto, no está en ningún sitio.
Creo que ha habido un cierto empeño por mi parte en convertirme por completo en personaje y ahora que soy persona y que las cosas me van bien me siento un poco descolocado. Ya no hay margen para la melancolía, todo es presente. Un presente agotador, de hecho. Llega el fin de semana y quiero estar con mi novia viendo programas absurdos o paseando por Delicias arriba y Méndez Álvaro abajo. Es lo que quiero. Y sentarme y ver a un chef arreglar una cocina y con una cocina una vida y con una vida el mundo. Siento mis limitaciones más que nunca. Y la dificultad para romperlas.
En rigor sigo siendo bueno solo en lo que era bueno hace muchos años: escribir de baloncesto y hablar de fútbol. Compulsivamente y a toda velocidad, con Lartaun de interlocutor como en otro tiempo lo pudieron ser Coque o Diego Salazar.
El elegido esta vez fue Panenka pero podría haber sido Ayrton Senna. Echo de menos el entusiasmo, una señal de que probablemente el entusiasmo nunca estuviera allí.
El propio Borges confesaba tras la muerte de su madre que había cometido el peor pecado que un hijo podía cometer: no haber sido feliz. Yo, que soy feliz, y me alegro de que mi madre, mi novia e incluso Kika lo sepan, soy a la vez tan gilipollas de pensar que he cometido el peor pecado que podía cometer: olvidar por completo casi todos los cuentos de Borges.