Ex ministro de Administraciones Públicas desde la llegada de
Zapatero al poder en 2004 hasta su cese en 2007 por divergencias de
opinión ante el manejo de la incipiente crisis en España, Jordi Sevilla
se ha querido mantener estos años en un segundo plano, sin dejar por
ello de publicar libros de autocrítica sobre la gestión socialista en el
Gobierno y ofrecer alternativas a las políticas del PP en la
actualidad. El “señor Sevilla”, como se refiere a él continuamente su
secretaria, nos espera en una sala privada de la torre Price Waterhouse
Coopers, uno de los cuatro colosos que dan la bienvenida a Madrid desde
el Paseo de la Castellana. Antes de empezar, este reputado economista,
asesor de Zapatero durante su época en la Oposición -su frase “esto te
lo explico yo en dos tardes”, pasó a todos los titulares en su contra-
nos pregunta: “¿Cuál es el tono de la entrevista, vamos a hablar un poco
de qué libros me gustan o vamos a ir al grano?”. “Vamos a ir al grano,
me temo”, digo yo, y empezamos sin dilación porque hay que hablar de la
falta de reacción del gobierno socialista ante la crisis, lo que supuso
el 15-M, si en el PP hay más de Adam Smith o de Marx y todo en menos de
una hora, que nos recogerán y nos volverán a enviar 75 pisos más abajo.
Fotos:
Lola Guerrera
En “Para desbloquear España” usted afirma: “Debe de ser
la primera vez en la historia de España que, ante dificultades serias
de convivencia, la gente pide más democracia y no menos, más diálogo y
no menos, menos confrontación y no más”. ¿Sigue suscribiendo eso?
Sí, creo que ese sigue siendo uno de los rasgos que definen esta
crisis, que salvo voces muy minoritarias los ciudadanos piensan que de
esta tenemos que salir con una mejor democracia y no al revés. Y creo
que aún estamos en ese momento en el que las peticiones de la mayoría de
los ciudadanos de mejor democracia, mejor diálogo y mejor acuerdo no
están siendo adecuadamente interpretadas por una clase política que
sigue enrocada en el “y tú más”.
Quizá uno de los problemas sea que durante muchos años en
España la democracia se entendía como oposición al régimen anterior y
ahora hay que definir exactamente qué tipo de democracia se quiere, de
manera que surge la democracia asamblearia, participativa,
representativa… y la gente sí, pide más democracia pero a veces no sabe
muy bien qué está pidiendo.
Sí, pero no piden menos democracia. Quizá porque yo he vivido en la
dictadura y sé lo que es una dictadura, me enfadé tanto con alguna gente
que decía “Esto es como Marruecos”. No, mire, no. No es lo mismo una
democracia que funcione mal que una dictadura. Yo creo que el propio
hecho de que haya distintas definiciones de democracia es bueno. De la
diversidad es de lo que sale la continuidad de la especie. La democracia
es un buen sistema que te permite ordenar la convivencia y el trabajo
conjunto de personas que no piensen lo mismo. No me preocupa tanto que
haya distintas concepciones de la democracia como que hasta ahora nadie
está diciendo “voy a imponer la mía por la fuerza” sino “voy a hacer
valer la mía mediante el diálogo”.
Ortega y Gasset, en “España Invertebrada”, analiza la
relación entre el ciudadano medio español y sus políticos en términos de
odio porque para el ciudadano, el político simboliza el mediador y el
principal vicio patrio es “la acción directa”, el “esto lo arreglo yo”.
¿Cuánto hay de eso en los 15-M, 25-S, la llamada “democracia real” y
cuánto hay de verdadera mala gestión de los políticos actuales?
Yo creo que hay mitad y mitad. Es cierto que uno de los problemas de
la clase política española es que no ha sido eficaz. La manera en la que
ha abordado problemas muy concretos, como la crisis, no ha sido “voy a
resolverlo” sino “voy a ver cómo me afecta lo menos posible, voy a ver
cómo deteriora lo más posible a mi adversario y voy a ver si saco rédito
político partidista de esto”, y ese es un enfoque equivocado que la
gente ha percibido, criticado y sancionado. Por otra parte, cuando yo
estaba en activo en política solía decir: “Desconfiad quien os diga
esto lo arreglo yo en un rato, yo tengo la solución”.
Bueno, eso es muy español… muy taxista
Sí, muy taxista. Pero digo desconfiad porque nadie tiene la solución
salvo que recurras a la imposición y tengas fuerza para ello. Los que te
dicen: “El asunto del tráfico lo arreglo yo: prohíbo circular a los
coches privados y…”. Oiga, ¿cree que la gente de los coches privados va a
aceptar eso? Pues no, y entonces tenemos que llamar a la guardia civil y
ya tenemos la confrontación y, por lo tanto, no es solución.
En España sigue habiendo un punto de desconfianza con las
instituciones públicas como consecuencia de la historia de unas
instituciones políticas que han estado siempre al servicio de las
oligarquías… y los partidos no han hecho nada por mejorar esa
percepción.
¿Y todavía siguen sometidas esas instituciones públicas?
Vistos ejemplos que se han enquistado en algunas diputaciones
provinciales de este país creo que todavía hay restos de lo que
llamábamos caciquismo, pero solo restos.
¿Cómo combatimos la corrupción y la mediocridad sin que eso signifique alimentar un populismo que puede ser peligroso?
Ahí lo que hay que hacer es tener muy claro que la barra de
separación no puede ser entre “los míos” y “los otros”, sino entre los
que respetan la democracia y los que la vulneran. Y para mí la
corrupción es una manera de vulnerar la democracia. La idea esta de que
los corruptos del adversario son intolerables pero a lo míos, presunción
de inocencia, es injusta. Y creo también que en eso ha influido también
el uso partidista que se ha hecho del poder judicial. Porque hay varios
casos en los que durante años se ha arrastrado por el fango el honor de
un político y luego se ha demostrado que no era verdad, y eso también
hay que ponerlo en la balanza porque es lo que genera esa improtección
de la presunción de la inocencia y que tiene que ver con el mayor
problema: la rapidez de la justicia. Yo no sé si alguno de los ahora
mismo imputados son culpables o inocentes, pero ellos no pueden estar
ocho años sin saberlo, ni ellos ni sus familias ni los ciudadanos ni las
instituciones.
Hablando de velocidades… ¿hasta qué punto el hecho de que
vivamos en un mundo exageradamente rápido en cuanto a acciones y
reacciones, con Twitter como ejemplo, influye a la hora de pedir
soluciones demasiado inmediatas, como si se pudiera uno bajar de
Internet una solución para cualquier cosa como se descarga una película?
Por una parte tienes un mundo tecnológico que avanza a una velocidad
enorme y por otra un mundo político cuyas instituciones siguen hundiendo
sus raíces en la Revolución Francesa del siglo XVIII. Eso genera una
cierta dualidad y ayuda a explicar ese alejamiento que mucha gente tiene
del mundo de la política. También creo que hay problemas que no tienen
soluciones fáciles y rápidas, pero sí estoy de acuerdo en que los
políticos deberían transmitir la imagen de que los están abordando.
Cuando estaba en la Oposición, pasó a la fama por aquella
frase que le dijo a Zapatero respecto a una cuestión económica: “Esto te
lo explico yo en dos tardes”. Sirvió de titular durante días para
ilustrar la improvisación y la falta de preparación del candidato
socialista. ¿Cuántas veces se lo han recordado desde entonces?
Puedes consultar íntegra y gratuitamente mi entrevista a Jordi Sevilla en la revista Unfollow Magazine