miércoles, agosto 25, 2010

Vida de chalet II. Historias de abuelos


Mi bisabuela nació en 1894. Eso no tendría nada de particular si no hubiera muerto en 1997, es decir, cuando yo ya tenía veinte años y ella rozaba su tercer siglo consecutivo de existencia. No escuchaba demasiado a mi bisabuela, si he de ser sincero. El problema no era mi bisabuela en sí, a la que adoraba y podía pasar tardes enteras jugando a las cartas con ella, sino mi desinterés por el pasado y mucho más por el pasado familiar que a uno siempre le parece el más aburrido posible, especialmente a determinadas edades.

El caso es que, de una manera u otra, mi bisabuela estuvo envuelta en el desastre de 1898 -su familia tenía raíces cubanas, plantaciones y esclavos que se negaban a marcharse porque eran muy felices, nos contaba-, las revueltas de Zapata y Pancho Villa -vivió en México en su juventud-, el glamour de la Corte en tiempos de Alfonso XIII -se casó con un hermano de Dámaso Berenguer, alto comisionado de Marruecos y presidente del Gobierno en 1930-31, justo antes de la proclamación de la II República-, padeció represalias y exilios durante la Guerra Civil, incluida una viudedad y la muerte de al menos uno de sus hijos y luego se fue a Tetuán a vivir, protectorado español, y la cosa se paró.

Cuando murió, a los 103 años, ya no recordaba casi nada de esto, obviamente. Yo tampoco, por mi desinterés. Decidí un tiempo después grabar a los tres abuelos que me quedaban: mi abuela materna -que falleció en 2007- me contó cómo era Madrid durante la Guerra Civil, más para una huérfana de Guardia Civil en tiempos de chekas y paseos; mi abuela paterna -la hija de mi bisabuela- me contaba sus recuerdos fugaces de aquellos tiempos convulsos, casi siempre entre expresiones de pánico porque toda su infancia fue una sucesión de persecuciones y con los años el miedo se va enquistando, eso todos lo sabemos.

Mi abuelo paterno tenía unas historias fantásticas. Era de una familia carlista de un pueblo cercano a Bilbao. Todavía en casa hay una foto maravillosa de su padre y alguno de sus hermanos con barba a lo Zumalacárregui y el atuendo carlista con chapela roja incluida. En la Guerra Civil estuvo con los dos bandos. Le reclutaron los republicanos con 19 años, luego se pasó al enemigo. Yo pensé en cuestiones ideológicas, al fin y al cabo los carlistas, ya por entonces enemigos a muerte del PNV aunque luego el PNV haya acabado integrando su historial guerrillero dentro de la sinopsis nacionalista del País Vasco, lucharon del lado de Franco.

Pues no. En sus propias palabras, "los nacionales pagaban más, por eso nos fuimos todos". A mí me hizo gracia y no me preocupa demasiado el valor histórico de sus palabras. Simplemente, dicen bastante de lo que puede ser una guerra para un chico de 19 años que lo que quiere es ser economista.

Aquellas grabaciones tenían como objeto que no me pasara como con mi bisabuela, es decir, que en algún momento tuviera los testimonios directos de mis familiares y no tuviera que escribir cosas como "creo que mi bisabuela tuvo algo que ver con Pancho Villa pero no sé el qué". En algún momento en el que ellos no estuvieran. Creo que fue una gran idea, porque poco a poco se van marchando. Ley de vida, lo llaman. Mi abuelo falleció el domingo y lo enterramos el lunes. Es curioso porque cada entierro me recuerda al entierro de "El extranjero" de Camus. Referencias estéticas. Ayer estuve intentando acordarme de cómo se llamaba el extranjero de Camus y sólo me salía Antoine Roquetin y estoy casi convencido de que ese era el protagonista de "La Náusea".

En el chalet hay mucho tiempo para literatura e incluso historia. Esta mañana he visto un reportaje algo repetitivo pero interesante sobre Sadam Hussein y el Tercer Reich, el Gran Muftí de Jerusalén y ese largo etcétera. El día da incluso para acabar "Primer amor, últimos ritos", de Ian McEwan, su primer libro publicado, una colección de relatos sórdida y que roza lo soportable dentro de lo grotesco. Un libro maravilloso, lo mejor que he leído de McEwan con diferencia. Como si después, una vez convencido de su talento, hubiera estado demasiado empeñado en pasar a la Historia.