En la famosa temporada del triplete, la plantilla del Barcelona mostró algunas carencias evidentes, sobre todo en la zaga. Sin ir más lejos, en la final de Roma contra el Manchester United, Puyol tuvo que jugar de lateral derecho, Touré de central y Keita estuvo a punto de situarse como lateral izquierdo. Al final no se vio capacitado y Guardiola optó por un Sylvinho ya condenado por entonces al ostracismo y que cumplió con creces.
Yo no sé si aquel equipo necesitaba fichajes, probablemente sí. Lo que parece claro es que no necesitaba ventas, o no tantas. La plantilla ya estaba justa entonces y en estos dos veranos han salido Sylvinho, Márquez, Touré, Hleb, Gudjohnssen, Henry, Cáceres y Eto´o. A cambio, por fin han fichado a un lateral suplente -Adriano-, dos delanteros centros -Villa e Ibrahimovic, aunque presumiblemente Rosell intenta deshacerse de este último- y a otro lateral, Maxwell, que cumple tan bien como Sylvinho.
Chigrinsky vino, vio y se fue.
Comparado con aquel equipo, que ya andaba justo, el Barcelona solo tiene cuatro jugadores nuevos -insisto, pronto pueden ser tres- y ha echado a ocho. Eso es lo que yo llamo jugar con fuego. Por supuesto, Guardiola tiene muy claro que en su Barça no puede jugar cualquiera: la clave del éxito del equipo está en el compromiso, el sacrificio físico en la presión y la convicción absoluta en una idea de fútbol. Eso facilita la aparición de jugadores de la cantera: cumplen un sueño, se dejan la piel, saben a qué juegan sus compañeros y reciben el cariño constante de su entrenador.
Ahora bien, lo que estamos viendo este verano -lo que vimos ayer en Sevilla, sin ir más lejos- borda el ensimismamiento. Parece que se esté instalando en Barcelona la idea de que cualquier jugador de cualquier categoría solo por el hecho de vestir la camiseta del Barça ya está preparado para rendir al más alto nivel en Primera División y en Europa. Eso, lógicamente, es un delirio. Luego vienen Luis Fabiano y Kanouté y te ponen en tu sitio.
Por supuesto, el partido de ida de la Supercopa no es relevante en muchos aspectos: de un lado estaba un equipo rodado, preparado para la Champions y con casi todos sus titulares y del otro estaba el Barça B con algunos retoques. El problema es que ese Barça B con retoques es todo lo que tiene ahora mismo Guardiola en el banquillo. Ya hice en su momento
el análisis de la plantilla, así que no seré repetitivo, pero las carencias defensivas son muy evidentes: no puedes jugar los 50 partidos del año, sabiendo que, con el Madrid enfrente, es muy probable que tengas que volver a irte a los 95 puntos, con un banquillo tan endeble: el Barcelona tiene grandes proyectos de centrales pero ninguna realidad, tiene buenos centrocampistas como Romeu, Thiago, Dos Santos o Sergi Roberto, pero no les vendrá nada mal foguearse en Segunda División con el filial.
No hay por qué triunfar inmediatamente y con 19 años. Sin ir más lejos, Pedrito triunfó en su segunda temporada y con 23. Mientras tanto, se formó y esperó su oportunidad.
Guardiola y el Barça tienen motivos para sentirse guapos y orgullosos: han sido durante dos años el equipo que mejor ha jugado del planeta. En algunos partidos, ha hecho un fútbol a la altura o por encima de los mejores de la historia. Eso no debería traducirse en autocomplacencia. Ni siquiera hace falta gastarse una millonada en tres refuerzos clave -un central, un organizador defensivo y un mediocampista con oficio-. Pueden ser suplentes al estilo Adriano. Aunque el aficionado barcelonista no lo crea, hay suplentes con experiencia y oficio que son mejores y más útiles que jugadores del Juvenil.
Veo en todo esto una exageración y no me gusta. Otra cosa serán los resultados. Yo, de resultados, no entiendo, ya saben.