Lo malo de ser profesor de un taller de escritura es que se encuentra a menudo con gente cuyo talento sobrepasa con creces el propio, y uno se siente acomplejado, molesto, con esa sensación agria que da perder un partido en casa.
Lo bueno de ser profesor de un taller de escritura es que se encuentra a menudo con gente cuyo talento dispara en todas las direcciones, de manera que uno se inquieta pero no se siente necesariamente amenazado, no de manera personal, al menos, y puede disfrutar con historias que no desmerecen en absoluto lo mejor que uno ha leído por ahí, que empieza a ser bastante.
Por ejemplo, Isabel González, y no voy a ponerme en el brete de elegir su mejor microrrelato para colgarlo aquí, pero sí quiero poner el nombre. Por si me tengo que apuntar alguna medalla luego.
La fiesta del aguafiestas
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[La Brújula (Opiniones ultramontanas), 3:05]
Buenas noches. Mi aguafiestismo profesional me obliga hoy a la tarea,
ciertamente desagradable, de arremete...
Hace 1 hora