miércoles, mayo 30, 2012

Andrés Barba- Ha dejado de llover



Que Andrés Barba iba en serio lo sabíamos sus lectores desde hacía tiempo. Su carrera es la de un corredor de fondo que a cada vuelta acelera ligeramente el ritmo, sin estridencias, sin grandes demostraciones, con una naturalidad asombrosa que hace que el trigo se separe de la paja. En ese sentido, “Ha dejado de llover”, su última novela o, más bien, colección de novelas cortas, supone un paso más en la consolidación de un escritor que va camino de convertirse en el mejor de su generación, con cada vez menos vicios que corregir y más virtudes que admirar.

En apariencia, el tema común de las cuatro nouvelles que componen este libro es la relación paterno-filial y la dificultad de los personajes para manejar la intimidad de ese parentesco, sus responsabilidades, como si una vez fuera de su cascarón no supieran cómo reaccionar… una cierta torpeza sentimental que se arrastra por las páginas con delicadeza. Sin embargo, no nos podemos quedar ahí: en mi opinión al menos el verdadero tema es la fragilidad, la asombrosa fragilidad de todos los personajes de Barba.

Hay que dejar claro que con “fragilidad” no quiero decir “debilidad”. Sus personajes no son débiles. Al contrario. Todos coquetean en algún momento con el éxito, se han forjado a sí mismos y se manejan a la perfección dentro de su propio universo. Lo que los descompone es la presencia de los otros. Los personajes de “Ha dejado de llover” se violentan hasta las lágrimas cuando tienen que esforzarse por entender a los demás. El hecho de que “los demás” sean generalmente sus padres o sus hijos, es decir, una parte de ellos mismos que se han empeñado en negar para poder afirmarse, no ayuda.

En cada novela, hay un momento en el que los protagonistas parecen estar pidiendo auxilio al lector y solo al lector. Hasta ahí llega su solipsismo. Da la sensación de que solo piden ayuda cuando saben que no la van a recibir y dejan de pedirla en cuanto intuyen que alguien podría ofrecérsela y en ese caso generar una deuda. En parte, el libro es un análisis de las deudas entre padres e hijos y de qué manera esas hipotecas nos incomodan, nos violentan, nos avergüenzan.

El nivel medio del libro, como ha quedado dicho, es excelente. La primera novela corta, titulada “Paternidad”, cuenta la historia de una inmadura y fugaz estrella de la música que deja a su amante embarazada y tiene que enfrentarse a la vez con el reto de la paternidad y el de la independencia, con la figura de su propia madre siempre amenazante. Mediante la lejanía absoluta del padre descubrimos la soledad del hijo, condenado en la práctica a una especie de orfandad sentimental producto de las carencias afectivas que dominan la relación entre ambos.

La tercera novela, la citada “Fidelidad”, nos presenta a una chica retadora en pleno descubrimiento del sexo y de su magnetismo erótico mientras su padre vive una aventura secreta con una joven a la que ella debería odiar por una cuestión de valores familiares pero a la que no puede evitar adorar de una cierta manera porque se siente igual que ella: abandonada. Hasta cierto punto, incluso, rechazada; en cualquier caso, incomprendida. La cuarta novela, “Compras”, es una delicia de estilo. Una mezcla del mejor Capote y el mejor Carver, de una tristeza asombrosa. El paseo de madre e hija por el madrileño Barrio de Salamanca en una tarde de invierno y todo lo que las separa y las une a cada instante, los dos mundos completamente separados, las nostalgias y las resistencias. Los roles y la impotencia. Una delicia.

Sin embargo, es la segunda novela de la serie, “Astucia”, la que merece los mayores halagos. Manteniendo ese estilo distante, Barba crea unos personajes maravillosos, tiernos, desesperados, hechos de cristal de Bohemia, a punto de romperse en cualquier momento y empeñados, sin embargo, en tirar hacia adelante. Una hermosa colección de supervivientes que no encuentran manera de salir de su isla desierta. La madre, la hija, la hermana, la cuidadora adolescente… ese complejo y opresivo mundo femenino que el autor consigue desmarañar y mostrar con dureza y a la vez con cariño sin que uno sepa muy bien cómo demonios lo ha logrado.

En definitiva, una lectura agradable, cálida y a la vez triste, como sujetar a un bebé que llora sin lágrimas, solo contrayendo el gesto. Aquí hay un escritor para muchos años y sus contemporáneos tendremos que empezar a acostumbrarnos a ser meros Salieris de su talento.

martes, mayo 29, 2012

Quince momentos estelares de la televisión noventera


Llegó 1990 y las pantallas españolas –que no eran tantas- se llenaron de cartas de ajustes como quien anuncia una guerra o una invasión galáctica. Era el momento esperado desde años atrás, el de la televisión privada. No hacía tanto tiempo, los programas eran en blanco y negro, a la segunda cadena de TVE se le llamaba “el UHF” y por las mañanas no había nada, absolutamente nada, ni siquiera el tupé rebelde de Jesús Hermida, su tono monocorde y su multitud de jóvenes talentos que asolaron la siguiente década como una plaga de langostas.

Como aún no estábamos preparados para tantas emociones, la inmersión en el nuevo universo televisivo fue lento, muy lento, apenas dos canales en abierto y otro que no acababa de definirse entre las rayas horizontales y las chicas guapas de los 40. Con todo, la impresión fue tan fuerte que tuvieron que pasar otros 15 años antes de que aparecieran Cuatro o La Sexta y casi 20 para que se asentara una televisión digital terrestre con suficientes canales como para que uno pueda decidir dónde le adivinan el futuro sin imposiciones.

Al fin y al cabo, la libertad era esto, elegir entre Sandro Rey y Silvia Raposo.

Llegó 1990, decía, y todos nos volvimos más idiotas. No fue culpa de nadie, solo nuestra. Supongo que necesitábamos un punto de idiotez banal después de unos 80 tan intensos, tan estrictos moralmente, con Lolo Rico enseñándote Educación para la Ciudadanía ya a los diez años, cada sábado por la mañana, mientras desayunabas. Los noventa fue, en general, una década estúpida, y tenemos que vivir con ello porque para muchos fue nuestra década y marcó nuestra estética posterior.

Ya está bien de Uri Gellers y de Naranjitos. En serio. Demos un paso más hacia el borde del abismo sin necesidad de entrar en sus profundidades: ni en la sucesión de Mamachichos y Chicas Chin Chin de Telecinco, con su Jesús Gil  y su jacuzzi ni en las toneladas de caspa que caían en cada programa de Antena 3 TV, con Luis Herrero presentando los telediarios y Alfredo Amestoy como paradigma del humor patrio. No es necesario ahondar tanto, sería vulgar, pero este artículo no es un intento de salvar una década sin salvación, condenada a vivir entre la burbuja ética de los 80 y la burbuja económica de los 2000. Una década triste, de ojos azules y escopetas en el pecho.

Una década y un país cuya televisión tuvo muchos más de quince momentos estelares, pero volver a Francisco Umbral y su libro sería de un aburrimiento enorme. Estos son mis quince impactos televisivos. Si no les gustan, que diría Groucho, tengo otros treinta.

Las primeras 24 horas de la Guerra del Golfo




 Alguien podría decir que aquí el mérito no es español sino de la CNN. Bueno, de acuerdo, uno hace memoria y se acuerda de Ángela Rodicio y su voz aflautada retransmitiendo desde Bagdad o a Alfonso Rojo enviando crónicas junto a Peter Arnett refugiados en los sótanos de un hotel, cuando aún era la mano derecha de Pedro Jota Ramírez. En cualquier caso, reconozcamos que la Guerra del Golfo fue la primera retransmitida por televisión y que el impacto en un niño de trece años como yo fue inmenso: las noches previas, la tensión, los plazos que se terminaban, “la madre de todas las batallas”. ¡Aquello parecía un Madrid-Barça, por lo menos!
La noche que la coalición encabezada por Estados Unidos atacó Bagdad con misiles y entró en territorio de Kuwait, Telemadrid conectó con la señal de la CNN y por ahí pasaron los Hilario Pino de turno a hacer horas, entre el cansancio de la madrugada y la excitación del momento histórico. El traductor simultáneo explicando cómo el corresponsal en Tel-Aviv anunciaba la caída de misiles “scud” por toda la ciudad, la máscara anti-gas separando su boca de su micrófono, como si le hubieran llevado a Verdún a comentar la Guerra del 14.

Estados Unidos atacaba a Irak e Irak atacaba a Israel. Esa era nuestra idea del apocalipsis, que, como ven, viene de lejos en el imaginario contemporáneo, es decir, que nunca se ha ido. Los gestos tensos y las manos rápidas, las conversaciones entre los presentadores, el nuevo tipo de informativo que pasaría a los platós españoles de una forma cutre y de barra de bar. Los Manolos. Por primera vez, en el patio de clase, no hablamos ni de Míchel ni de Butragueño sino del general Schwarzkopf. Quizás, ese día, dejamos de ser niños. O al contrario.

Emilio Aragón sustituye a José Luis Moreno



Emilio Aragón no existía. Existía Milikito, eso sí, pero Emilio Aragón era el recuerdo de un jovencillo acumulando gags y siguiendo una línea blanca programa tras programa en “Ni en vivo ni en directo”. Cuando, de repente, Valerio Lazarov decide que “VIP”, un concurso para antes de la comida, pase de las manos del encorsetado José Luis Moreno al “natural” Emilio Aragón, no sabe que está cambiando su cadena y creando un monstruo que aún sigue en lo más alto del mundo televisivo.

El concurso en sí era aburridísimo. Aragón se dio cuenta desde el principio, tanto que...


Continúa leyendo el artículo sobre los quince momentos estelares de la televisión noventera en JotDown de manera completamente gratuita en este enlace

lunes, mayo 28, 2012

Vargas Llosa, Krugman y el apocalipsis escacharrado


Entiendo que todos sabemos en qué consiste el juego del teléfono escacharrado: una frase se va pasando de boca a oreja cada vez más deprisa de manera que, cuando la rueda de susurros llega al final, la frase se ha convertido en otra cosa completamente diferente a la original. Si tienen Internet y leen determinados diarios digitales, verán que es una costumbre muy habitual en el periodismo contemporáneo: tú di lo que quieras, que yo lo interpretaré y lo venderé como me dé la gana.

Al respecto, cada día tenemos muestras sobradas del abismo entre los titulares y la realidad. Sin ir más lejos, recientemente salieron unos entrecomillados de Cristiano Ronaldo diciendo que el Real Madrid era mejor que el Barcelona y que él era mejor que Messi… acompañados de un vídeo en el que se podía comprobar que no había dicho nada de eso o desde luego no de esa forma rotunda. Mucho más grave me parece el siguiente caso, que va más allá de una mala praxis periodística y toca de lleno a analistas e intelectuales que, se supone, no caen en trucos sensacionalistas para vender sus opiniones.

Se trata del “corralito” de Krugman. La noticia en cuestión, llegada de agencias, decía que Paul Krugman, Premio Nobel de Economía en 2008, pronosticaba un “corralito” en España. Fijémonos en tres términos clave: el primero, “Premio Nobel”, es decir, una percha de autoridad para dar valor al predicado; el segundo, “pronosticaba”, que, unido al primero, nos hace pensar en una evaluación seria y científica de la situación… y por último, “corralito”, que nos remite inevitablemente a las imágenes de familias desesperadas golpeando las puertas de los bancos argentinos, incapaces a su vez de absorber la demanda de retirada de dinero tanto en pesos como en dólares.

El titular se podría resumir en “Un experto dice que vamos a morir todos” y nos habríamos ahorrado muchos caracteres.

Yo no sé de economía, así que no le di un especial valor a la noticia. Sí me chocó que Krugman hablara de “corralito”, un término tan castellano, y me fui a su blog, de donde había salido el artículo, para ver cómo traducía la palabra al inglés o si la mantenía en su idioma original. Vicios de profesor. Lo que me encontré fue una breve entrada, encabezada por un “hemos estado dándole vueltas al asunto” más coloquial que científico y que enumeraba posibles pasos en la crisis del euro: la salida de Grecia más o menos inmediata, la retirada de dinero de bancos españoles e italianos rumbo a Alemania y… “quizá, solo como una posibilidad, controles de facto que impidan a los bancos transferir dinero al extranjero o que limiten la cantidad de efectivo que se pueda retirar”.

Creo que entre “pronosticar” y decir “quizá, solo como una posibilidad” hay una enorme diferencia. La misma que hay entre “corralito” y “límites en la retirada de efectivo en algunos bancos”. Krugman solo apunta esa eventualidad en el caso de que el BCE no inyecte dinero a los países miembros comprando deuda, cosa que no debe de ser tan disparatada cuando el propio Rajoy lo está pidiendo. En ningún momento se menciona Argentina, ni la palabra “corralito” ni hay nada parecido a un análisis serio de la cuestión con comparaciones en cifras. Nada. Cuando Krugman escribió ese post —ni siquiera artículo, “post”, recuerden: “Hemos estado dándole vueltas…”- no estaba pensando en Argentina ni tenía en cuenta la paridad dólar-peso, los problemas de la devaluación, el diferente origen de los ahorros…

Todo eso podría tenerlo en cuenta el redactor que lanzó la noticia, pero estaba demasiado ocupado en vender el apocalipsis como para caer en detalles. Es más, la “noticia” no solo ocupó portadas de todos los periódicos digitales sino que sirvió para unos cuantos artículos de opinión que atizaban a gusto a Krugman por comparar ambas situaciones. Lógico, por eso mismo no las había comparado. El despropósito llegó a su punto más preocupante cuando el mismísimo Vargas Llosa escribía en “El País” un largo y brillante artículo que no dejaba pasar la oportunidad desde el segundo párrafo de repetir que Krugman creía que en España iba a haber un corralito.

Yo entiendo que uno no puede estar a todo y que bucear por hemerotecas para buscar fuentes directas a veces es tedioso, pero mirar en un blog de Internet que está abierto al público en el New York Times… ¿Es tan complicado? Desconozco el valor de las profecías de Krugman pero me asusta el nivel del análisis perezoso, más cuando se extiende a las cumbres de nuestra intelectualidad. En cualquier caso, si quieren seguir leyendo sobre el fin del mundo, no se preocupen, la semana que viene tendrán otro titular a mano.

Artículo publicado originalmente en el diario El Imparcial, dentro de la sección La Zona Sucia

sábado, mayo 26, 2012

Barcelona 3- Athletic Bilbao 0


El último partido de la temporada duró 24 minutos, lo que tardó Pedro en marcar dos goles y Messi en fusilar a Gorka a bocajarro. Es incalculable lo que el Barcelona ha echado de menos al canario durante todo el año y bueno sería que Del Bosque tomara nota de su actual estado de forma: su facilidad para aparecer en los partidos decisivos es impresionante y algo me dice que si Guardiola le hubiera dado más minutos ante el Chelsea, quizás el Barça habría estado en Munich. Nunca lo sabremos.

Como digo, el partido duró más bien poco y tuvo un punto cruel e injusto. El equipo azulgrana salió a por todas desde el principio, conjurado para expiar frustraciones y despedir a su entrenador por todo lo alto. El Athletic tenía el antecedente del gol temprano de Falcao en Bucarest en su otra gran cita de la temporada pero no consiguió aprender la lección. Es un equipo muy joven, con muy poca experiencia y que tiene que madurar a partir de estas derrotas. La actitud de sus jugadores merece mucho más que un balance de 0-6 en las dos finales.

Y es que para el Athletic todo fueron fatalidades: de entrada, el acierto rival; después, la tradicional torpeza arbitral, que se comió un penalti de Piqué a Llorente en la primera parte que le obligaba a expulsar al central catalán, cosa que Borbalán se negó a hacer, sabedor de que siempre es más fácil beneficiar al grande y más con un 3-0 que cambiar el signo del partido con una decisión que luego una cámara puede dejar en ridículo. Rival y árbitro aparte, cuando los bilbaínos se vinieron arriba y buscaron el 1-3 tampoco fueron capaces de meter el balón en la portería, pese a sus múltiples ocasiones.

Del lado blaugrana, buenas noticias: el hambre sigue ahí, Messi deslumbra de nuevo, Pedro vuelve a aparecer y Montoya tiene una pinta estupenda como lateral. Un hombre para muchos años, sin duda. Un defensa silencioso que supo parar a Muniain cuando cayó por su banda y llegar al ataque con más claridad que Alves en sus últimos partidos. En cualquier caso, todo fue demasiado fácil; tan fácil que demasiados errores de coordinación entre Piqué y Mascherano pasaron desapercibidos ante la contundencia del resultado y la poca eficacia de los delanteros vascos.

Quedará el recuerdo del partido mucho más por sus connotaciones históricas -el último partido de Guardiola y su último título: 14 de 19  posibles después de dos años en blanco- que por la calidad del juego. Los futbolistas están fundidos a estas alturas de año y eso es muy preocupante cara a la Eurocopa. Incluso los caballos más fornidos acaban derrumbándose cuando se abusa de su esfuerzo y muchos están demasiado cerca del límite. Messi quiso dedicarle a su técnico un gol de escándalo pero Gorka lo impidió.

El Athletic no quiso ser un invitado a la fiesta y se mostró aguerrido, buscando el cuerpo a cuerpo, monopolizando el balón en los primeros minutos de la segunda parte. Eso dice mucho de su voluntad y de su bisoñez. Un equipo con Llorente, Martínez, Muniain y Herrera está llamado a cosas grandes con o sin Bielsa, aunque con el argentino será más fácil. Insisto, hay algo cruel en este doble 3-0 que se llevan para Bilbao en las dos finales. El equipo no fue tan inferior ni al Atlético ni al Barcelona, pero estos supieron jugar los momentos clave con jugadores clave. Muy pronto, esos jugadores tendrán apellido vasco.

viernes, mayo 25, 2012

Madrid, Madrit, Madriz...


Madrid no existe. Lo primero de lo que uno se da cuenta cuando llega a Madrid es de que no existe, igual que no existen los madrileños. ¿Qué es Madrid? Un lugar de paso. ¿Qué somos los madrileños? Un accidente, sin más. Un montón de gente nacida en cualquier otro lugar o cuyos padres han nacido en cualquier otro lugar; en mi caso, en el protectorado español de Tetuán, hijos a su vez de vascos, asturianos, andaluces... Madrid solo tiene sentido en días como hoy, días en los que los invitados llegan con sus camisetas, sus bufandas y sus banderas y se sienten perdidos y preguntan con miedo por una dirección, un restaurante, una tienda...

Y es ahí donde el madrileño -que probablemente no sea más que extremeño o canario, incluso catalán o vasco- puede lucirse y dedicarse a lo que más le gusta: hablar bien de su ciudad, de la ciudad que no es suya, de la ciudad que toda la vida le han dicho que no es bonita, que no es tan bonita como Londres o París o Nueva York o Barcelona, la ciudad que cada cuatro años se pone bien guapa para que en el COI le den un buen repaso y la dejen con magulladuras y raspones.

El madrileño puede explicar dónde queda Cibeles o recomendar un paseo por los Austrias o incluso pedir paciencia y comprensión por la cutre Callao Square que han montado nuestros distintos alcaldes y convencer al visitante de que Madrid es algo más que canalla o señorial o recia. Que lo suyo es encanto pero también puede llegar a ser belleza, y que quizá lo más destacable, lo más deseable de esa belleza es que no le pertenece a nadie. Como una  fuente que no se agotara nunca y a la que pudieras invitar a cualquiera que pasara por ahí y quisiera echar un trago.

Dejar claro que Madrid no es el enemigo.

Porque Madrid, ya lo he dicho, no existe; Madrid es del que la disfruta y madrileño es todo aquel que, durante 24 horas, deje a un lado cualquier prejuicio y se sienta como en casa, igual que también es madrileño todo aquel que, al día siguiente del éxodo, echa de menos al visitante con una melancolía inmediata e incomprensible, hasta el punto de que estoy por pensar que incluso los chiquillos de las JMJ en realidad no eran tan coñazo.

Aunque sí, lo eran.

miércoles, mayo 23, 2012

My first world problems


Cumplí 35 años. No fue una gran noticia porque llevaba un tiempo viéndolo venir. En cualquier caso, no creo que los números redondos le amarguen a nadie. A mí, al menos, los que me amargan son los que vienen después, es decir, cumplir 20 fue asumible, pero 21 fue un desastre, y algo parecido ocurrió cuando pasé la treintena, en 2008, que me dio por montar una fiesta de cumpleaños a lo Hugh Heffner y las terrazas de La Latina aún tiemblan cuando lo recuerdan.

Para la ocasión elegí una noche tranquila dentro de un día enloquecido. Sigueleyendo decidió sacar mi libro del 15-M el mismo día de mi cumpleaños y de repente me encontré con siete horas y media de clases y una sucesión de llamadas de medios de comunicación y amigos a los que era imposible distinguir y mucho menos atender, con el estrés que eso me causa porque todo el mundo sabe que yo sueño con ser el vecino ideal.

The boy next door.

En cuanto al libro, solo puedo repetir que cuesta un euro y que está muy bien y que incluso una de las entrevistas está online, que es algo parecido a un éxito teniendo en cuenta que el 10 de mayo no había nada, solo un ataque de rabia y dignidad, esas cosas que me vienen encima de vez en cuando. En cuanto al cumpleaños, insisto, una celebración de mojito y planta baja y con más chicos que chicas, dato que no sé si aceptar como un signo de madurez o qué. Creo que es la primera vez que me pasa.

De entre los regalos destacaron un libro de Jonathan Franzen, el cómic de "Arrugas", ciertas cantidades familiares de dinero y por encima de todo, un iPad. Lo del iPad se ha ido calmando con los días pero al principio fue una catástrofe: podía pasarme toda una mañana angustiado sin saber si era mejor bajarme libros con la aplicación de Kindle o con la de iBooks y preguntando en cada foro porque no sé qué formato no era compatible con no sé qué software. Yo, que no he leído un libro digital en mi puta vida, como si eso fuera un problema de verdad. Problemas del primer mundo.

El iPad me da horas de sueño porque ya no me desvelo como antes, es decir, ya no necesito levantarme, encender el ordenador y ver cómo va determinado partido de la NBA mientras Sandro Rey habla con los ángeles. Ahora lo puedo mirar directamente en la cama hasta caer dormido otra vez, ahorrándome el tarot y los ansiolíticos.

35 años. Se dice pronto. Durante mucho tiempo pensé que los mejores años de mi vida serían entre los 25 y los 35. Sinceramente, no se han dado mal, pero permitan que cambie mi opinión y alargue mi acmé una década. De los 35 a los 45 y así sucesivamente. Too much is not enough. He amado a mujeres que no podía ni imaginar hasta llegar a una que ni siquiera mi propia familia podía haber imaginado, he publicado unas cuantas cosas, vivo más o menos cómodamente en medio de una crisis devastadora y puedo gastar los martes por la mañana haciéndole carantoñas a mi sobrina de tres semanas mientras ella duerme en el bolsón de su madre.

En general, Eva se ha convertido en un ejemplo, un patrón de conducta. Si no tienes nada mejor que hacer, échate a dormir o come algo. Con eso basta.

martes, mayo 22, 2012

Mis seleccionados para la Eurocopa



Lo más importante a la hora de adelantar una posible lista de convocados por Vicente del Bosque es saber cómo va a jugar España sobre el campo, exactamente qué quiere. Parecen inamovibles la defensa de cuatro, el doble pivote Xabi Alonso-Busquets y las posiciones entre líneas de Xavi e Iniesta, con libertad total. A partir de ahí, hay que cubrir dos puestos: la irrupción de Silva al primerísimo nivel mundial parece que le da una ventaja sobre sus múltiples rivales en la posición de interior con llegada al área y lo suyo sería contar con un delantero centro, más que nada porque España tiene serios problemas de gol, como demuestra el hecho de que en las pasadas eliminatorias de Eurocopa y Mundial –siete partidos- solo lograra marcar ocho goles, tres de ellos en un solo partido y otro en la prórroga.

Del Bosque se enfrenta, pues, a un gran problema: conseguir que su equipo no solo juegue bien sino que además marque. España no tiene un Messi que solucione individualmente la falta de puntería de sus compañeros. ¿Qué soluciones hay? Torres, Soldado, Llorente, Negredo… El  “inconveniente” es que ahora mismo tenemos demasiados mediocampistas triunfando a nivel europeo en sus clubes como para dejarles fuera sin herir sus egos. De hecho, el gran peligro de la lista española es que se convierta en una colección de enganches a la que le falten defensas, organizadores puros y delanteros.

El objetivo de este artículo no es adivinar lo que Del Bosque hará, sino jugar a ser uno más de los 45 millones de seleccionadores y hacer mi propia lista razonada, siendo consciente de que los técnicos tienen más información y más conocimientos. Además, la baja de Puyol crea un nuevo quebradero de cabeza: es fácil decir que Javi Martínez puede jugar de central, pero lo cierto es que eso dejaría a Busquets sin un sustituto puro para un torneo agotador que llega después de una temporada agotadora. Veamos cómo podemos solucionar eso, de momento empecemos por el principio.

Porteros

Casillas-Valdés-Reina

Decía el periodista Diego Salazar que en las pasadas semifinales de la Champions League se habían dado cita los cuatro mejores porteros del mundo. Dos eran españoles. Cada uno tendrá sus favoritos y sus jerarquías pero indudablemente este es el puesto mejor valorado de la selección española. Igual que hablábamos de los pocos goles que España había anotado en las eliminatorias de Eurocopa y Mundial hay que resaltar un dato que a menudo pasa sorprendentemente desapercibido: en esos siete partidos, incluyendo dos prórrogas, no recibió un solo gol.

Defensas

Ramos-Piqué-Jordi Alba-Arbeloa-Albiol-Javi Martínez-Montoya

Tres laterales puros, tres centrales y un comodín. En total, siete jugadores para cuatro puestos y ya andamos justos, porque Javi Martínez tendría que jugar en el medio campo si fuera preciso.
Ramos, Piqué, Albiol y Jordi Alba deberían ser los titulares. ..


Puedes leer el resto de esta locura de selección en el magazine de Martí Perarnau de manera completamente gratuita...

sábado, mayo 19, 2012

¿Qué le ha hecho Rosa Díez a Rajoy?



Yo admito que, en estos momentos, no me gustaría ser Mariano Rajoy. En serio lo digo. No hay dinero ni poder ni fama ni entusiasmo que valgan estar achicando agua día y noche con un ataque de angustia permanente. No envidio su situación ni la terrible sensación de que todo lo que haces empeora la posición económica del país o al menos no la alivia. Estoy convencido, además, de que por una especie de optimismo irracional, él creía que de verdad la crisis iba a desaparecer en cuanto apareciera en la primera cumbre, sonriera con los ojos bien abiertos y dijera: “Aquí estoy yo” con el traductor al lado.

Dicho esto, hay que reconocerle a Rajoy una cierta templanza. Pocas cosas sacan de quicio a nuestro presidente. En la Oposición, más que enfadarse con Zapatero lo que hacía era regañarle, como se regaña a un doctorando que defiende su tesis y da con un profesor gruñón. Siempre ha habido algo de pedagogía en Rajoy, el hombre de la barra del bar que, mientras lee el Marca y se fuma un puro, arregla el mundo con dos frases mientras sus amigos se pierden en voceríos. Sentido común, lo llama él continuamente.

Quizá por eso, Mariano Rajoy tolera a Rubalcaba, incluso le viene bien Rubalcaba porque puede poner cara de “estos chicos…” y reconducirle al buen camino, pero no soporta a Rosa Díez. Desde el principio de la legislatura, el presidente del gobierno ha reservado sus intervenciones más duras para contestar a la líder de UPyD. Díez viene a insinuar que quizá Rajoy no sea tan listo y eso él no lo soporta y, como hacíamos en el colegio, se arma de un “rebota, rebota…” y contraataca con argumentos como “La que no es tan lista eres tú”.

A Díez se le critica su populismo. Yo no se lo critico porque a mí me parece que encargarse de los problemas reales de la gente no es populista. Puede hacerse con un enfoque acertado o equivocado, pero en realidad si por algo ha destacado nuestra clase política es por hacer caso omiso a los problemas reales de la gente, hasta el punto de que los propios ciudadanos se han olvidado de cuáles son sus problemas y se han dedicado a defender estatutos, matrimonios, familias, lenguas… como si les fuera la vida, mientras otros hacían el trabajo sucio en Cajas de Ahorro e inmobiliarias.

Cuando Rosa Díez deja a un lado la crisis económica y apunta a una crisis política, a la endogamia de los partidos, a su alejamiento del ciudadano, a su empeño en enturbiar el debate con acusaciones falsas, manipulaciones, torneos de ping-pong y basura bajo las alfombras, Rajoy no puede soportarlo porque es inevitable sentirse responsable.  El problema de los partidos políticos en España es tan grave y tan visible que Rajoy no puede echarle la culpa a nadie más: él preside el más votado. Lo único que le queda es acusar de “antisistema” a Díez, como si UPyD no fuera a su vez un partido y la petición de mejoría no fuera en realidad una petición global. Yo no quiero un país sin partidos políticos y mucho menos con partidos políticos como Amanecer Dorado. Tampoco lo quiere Rosa Díez, supongo. El asunto es reformar, agilizar y valorar más los méritos dentro de los ya existentes.

Puede que Rajoy ya supiera lo que iba a pasar en Asturias cuando se puso a atacar personalmente a Díez, olvidando que el ataque personal es lo más populista que se puede hacer en política. Puede que le escociera haber perdido el poder en una Comunidad donde podría haber arrasado si tan solo hubiera tenido un poco de ese sentido común que tanto predica. Es muy complicado explicar que el PSOE vaya a gobernar Asturias sin atender a la cantidad de despropósitos que han rodeado la relación entre Rajoy y Cascos en los últimos años.

A cambio, Asturias tendrá una reforma de la ley electoral, una investigación detallada de la corrupción y el compromiso de que sus políticas económicas irán en la línea que marque el gobierno de la nación. No parece ningún disparate ni nada excesivamente populista y supongo que eso duele. Imaginen que IU hubiera pedido algo igual cada vez que ha dado su apoyo al PSOE a cambio de nada. Imaginen que esa hubiera sido su petición en vez de consejerías y asientos en consejos de administración.

Déjenme que piense que algo por fin está cambiando y por eso mismo entienda que a Rajoy le moleste que 
sea justamente ahora.

Artículo publicado originalmente en el periódico El Imparcial, dentro de la sección "La zona sucia".

viernes, mayo 18, 2012

Kurt Cobain en JotDown



Cobain abandonó su clínica de rehabilitación en Los Ángeles el 1 de abril de 1994. Se limitó a decir “salgo a por tabaco” y saltó un muro. Lo siguiente que se supo de él es que estaba de vuelta en Seattle, buscando heroína. Como la gente no se suicida, en general, y menos las estrellas mediáticas, que sufren “sobredosis accidentales”, nadie había advertido a los médicos de la clínica de que Kurt no solo era un maníaco-depresivo sino que había intentado matarse días antes en Roma, al finalizar un concierto en el que supuestamente el público habría silbado la interpretación de “Dumb” con un cuarteto de cuerda.

Como si a Kurt Cobain le hiciera falta una tanda de silbidos para querer quitarse de en medio.

El líder de Nirvana volvió a casa y se paseó por la ciudad mientras todo el mundo le daba por rehabilitado en la otra punta del Océano Pacífico. Exactamente ese era el control y la atención que recibía. Del 1 al 5 de abril negoció precios, se encerró con su guitarra en una casa de campo y cuando tuvo claro que esta vez nadie le iba a llevar a ningún hospital, que no había rescate posible, escribió una larguísima nota de suicidio, se metió en el invernadero y se pegó un tiro con la escopeta en el pecho, por si algún forense aún se sentía tentado de mencionar la palabra “accidente” en su informe. 

jueves, mayo 17, 2012

El corralito de Krugman


Uno de los titulares más repetidos a principios de semana y que seguro que recuerdan es aquel de "El Premio Nobel Paul Krugman vaticina un corralito para España e Italia". Impactante, ¿verdad? La noticia llamó tanto la atención que no solo saltó a las portadas sino que incluso provocó artículos adheriéndose a la opinión del economista estadounidense, firme defensor de políticas de incentivo del consumo frente a las políticas de austeridad, y otras tantas columnas criticando que un hombre de su responsabilidad comparara España con Argentina, hasta el punto de que el propio ministro Montoro ha tenido que salir a rebatirle en público.

Bien, aquí tienen lo que escribió Krugman en realidad, en su blog:

"Some of us have been talking it over, and here’s what we think the end game looks like:


1. Greek euro exit, very possibly next month. 


2. Huge withdrawals from Spanish and Italian banks, as depositors try to move their money to Germany. 


3a. Maybe, just possibly, de facto controls, with banks forbidden to transfer deposits out of country and limits 
on cash withdrawals. 


3b. Alternatively, or maybe in tandem, huge draws on ECB credit to keep the banks from collapsing. 


4a. Germany has a choice. Accept huge indirect public claims on Italy and Spain, plus a drastic revision of strategy — basically, to give Spain in particular any hope you need both guarantees on its debt to hold borrowing costs down and a higher eurozone inflation target to make relative price adjustment possible; or:


4b. End of the euro. And we’re talking about months, not years, for this to play out."

El punto de la discordia es el 3a), que paso a traducir: "Quizás, solo como una posibilidad, controles de facto que impidan a los bancos transferir depósitos al extranjero y límites en la retirada de efectivo".

Creo que de "Quizás, solo como una posibilidad" a "Krugman vaticina..." hay un abismo. De hecho, parece que el propio Krugman se inclina hacia la opción 3c) que consiste en pedir dinero al BCE para evitar el desplome de los bancos.

Como ven no hay ninguna referencia al corralito como tal ni mucho menos a Argentina. No soy un experto en economía pero sé inglés y eso ya es algo. El corralito en Argentina tuvo que ver con la co-existencia real de dos monedas, el dólar y el peso, la devaluación de la segunda y la consiguiente limitación de retirada de efectivo en dólares, que no en pesos, para evitar la fuga de capitales. Lo horroroso de aquello no fue el corralito en sí, es decir, la imposibilidad de retirar cierta cantidad de dinero en dólares sino el hecho de que muchos ahorradores, cuyo ingreso había sido hecho en pesos, perdieron el 80 o el 90% del valor de su dinero.

No parece que ese sea el escenario de Krugman, que simplemente contempla una cierta limitación en la retirada de efectivo para evitar un traspaso de capital al extranjero, en concreto a Alemania. Que este país tiene mala pinta lo sabemos todos. Que los periódicos a veces parece que estén deseando que las cosas empeoren, también. Ahora bien, que un ministro salga a rebatir algo que no se ha escrito empieza a ser desagradablemente frecuente.


El penalti de Eloy Olaya (México 86)



España llegaba a México como subcampeona de Europa, lo que la convertía en una de las claras favoritas al título después del descalabro sufrido cuatro años antes en campo propio. A la corajuda selección del 84, la del 12-1 a Malta, la de “La Furia”, la de la flor de Miguel Muñoz… se le había añadido la savia joven de la “Quinta del Buitre” del Real Madrid representada por Butragueño y Míchel, más el siempre talentoso Francisco, el expeditivo Tomás Reñones y el espídico chaval del Sporting, Eloy Olaya. Era un equipo rocoso y versátil, sabía competir y aquel Mundial tenía que ser el de su consagración. Como cada cuatro años, vaya.

Las cosas empezaron bien y mal. Que tu primer partido sea contra el Brasil de Sócrates, Zico, Careca y compañía ya es de por sí una desgracia. Que el árbitro —el infame Bambridge— no dé válido como gol un balón que bota un palmo dentro de la portería rival solo empeora las cosas… y que se te acabe de lesionar tu mejor central, Antonio Maceda, acostumbrado a formar con Goikoetxea una de las mejores parejas del panorama internacional, ya podía parecer un desastre absoluto.

Sin embargo, hubo cosas buenas: el equipo dominó gran parte del partido, tuvo oportunidades claras, los chavales no desentonaron —el gol fantasma fue obra de Míchel— y se había puesto a la tricampeona del mundo contra las cuerdas, solo batidos por un gol de Sócrates en probable fuera de juego tras rechace del larguero. El siguiente partido, ante Irlanda del Norte, se antojaba clave para la clasificación, dejando de lado a la Argelia de Madjer, un gran jugador perdido en un equipo falto de calidad.

Irlanda del Norte ya nos había montado una buena en 1982, derrotando a la selección 0-1 en primera ronda y condenando a España a un grupo imposible junto a Alemania Federal e Inglaterra, lo que derivó en la tempranísima eliminación de los de Santamaría en una competición que el país entero llevaba años planeando al detalle. Irlanda tenía un portero mítico, Pat Jennings, que ya sumaba 41 años y era el equivalente en el Ulster al eterno Peter Shilton inglés. Poco más, la verdad.

El miedo duró un minuto y medio, justo lo que tardó Butragueño en anotar el primer gol, precisamente a pase de Míchel. Los dos podrían ser hijos de Jennings y liaron una buena en aquella primera parte en la que España arrolló. Julio Salinas, otro jovencito salido del Athletic de Bilbao, ponía el 2-0 y la selección se echó a dormir, tanto que los irlandeses aún recortaron distancias y dispusieron de oportunidades para el empate. El pitido final fue un gran alivio: por una vez se había ganado el partido clave. La fase final se cerró con una victoria, 3-0, ante Argelia, noche de gloria para Calderé, ese infatigable rubio del Barcelona.

Segundos de su grupo, los españoles se enfrentaban en octavos a un primero, en este caso, Dinamarca, la mejor Dinamarca de la historia. Los daneses ya habían dado un aviso en la Eurocopa del 84 perdiendo en semifinales y por penaltis precisamente ante España y paseándose en la liguilla previa con una goleada de escándalo ante Uruguay (6-1) y una contundente victoria ante la todopoderosa RFA (2-0). Era un equipo con tan buenos jugadores que costaba elegir al mejor: los goles eran cosa de Elkjaer Larsen, en defensa todavía daba guerra Morten Olsen, el medio del campo lo dirigían Jesper Olsen y Michael Laudrup, mientras Soren Lerby ponía el punto todoterreno que sorprendía a cualquiera.

La Dinamarca de 1986 era algo así como la Holanda de 1978, un equipo en toda la extensión de la palabra: flexible, coordinado, fuerte en todas las facetas, ordenado cuando había que ser ordenado y talentoso cuando había que tirar de talento. A los 34 minutos de partido, para aumentar su favoritismo, los daneses se adelantaron de penalti después de una entrada muy mal medida por Ricardo Gallego, improvisado central —líbero, se decía en aquellos tiempos felices— ante la baja de Maceda.

Pintaban bastos en Querétaro y hacía un calor insoportable. Aquel Mundial rozó unas temperaturas exageradas, las sombras dejando sus huellas en la hierba reluciente. Tanto calor hacía que los daneses se fueron viniendo abajo, desconcentrados, como si la fatiga y las expectativas pudieran con su entusiasmo inicial. Justo antes del descanso, de tanto tocar y tocar, los daneses acabaron por pasársela a Butragueño, así, sin más, para que el chaval empujara a la red el empate ante el desconcierto de todo el estadio.

Aquel error marcó el final de una era que se suponía que empezaba. Dinamarca terminó de derrumbarse en una segunda parte infame: a la salida de un córner, Butragueño volvió a remachar libre de marca y de cabeza un balón desviado en el primer palo para subir el 2-1 al marcador. A renglón seguido, “El Buitre” recibía un balón en profundidad y caía derribado en el área. Goikoetxea anotaría el penalti. Con los daneses volcados a un ataque imposible, aquel rubio aparecido en el escalafón mundial un par de años antes, en la remontada ante el Anderlecht que llevó al Madrid a alzarse con la Copa UEFA, se puso las botas: primero finalizó una preciosa jugada de equipo llegando solo desde atrás y seguidamente volvió a forzar otro penalti en uno de sus regates eléctricos dentro del área. Esta vez lo lanzó él y, por supuesto, lo anotó.

Los niños nos habíamos ido a dormir y de repente despertamos rodeados de bocinazos. La madrugada de España era una fiesta: “Se nota, se siente, el Buitre presidente”. Pasarán los goles de Iniesta y Torres y una generación, quizá dos, seguiremos recordando Querétaro y el 5-1. Así de caprichosa es la memoria. El país se llenó de euforia. Eran los ochenta y todo iba bien. Maravillosamente bien. El PSOE se preparaba para una segunda mayoría absoluta, acabábamos de ingresar en la Unión Europea y ningún coronel chiflado se atrevería a asaltar el Congreso de un país donde los goles caían de cinco en cinco.

El rival en cuartos no tenía nada que ver con la poderosa Dinamarca. La veterana selección belga se nos aparecía como una chinita comparada con la montaña danesa. Había un veterano incansable, llamado Ceulemans, un jovencito Scifo, y aparte tenían al portero del Bayern de Munich, Jean-Marie Pfaff, un hombre de reflejos desesperantes, que ya tendría tiempo de jugársela la temporada siguiente al mismísimo Real Madrid en su enésimo asalto a la Copa de Europa. En semifinales, oteaba Argentina guiada por la mano de Maradona. En la final, quién sabe.

A los belgas no les sobraba talento pero tampoco les faltaba ni un gramo de fuerza ni un punto de experiencia. Llevaron el partido a un terreno agotador, pesado, propio para que los críos europeos cayeran dormidos ante tanta contundencia. Desde la cama, uno podía ver a la selección intentarlo una y otra vez pero sin ideas. Butragueño apenas apareció y cuando lo hizo se encontró con Pfaff. La desesperación del 0-0. Los españoles siempre nos hemos manejado muy mal en el 0-0 y eso no vendrá ni un Capello ni un Mourinho a cambiarlo. El aficionado español teme al empate porque de alguna manera teme al destino, a la prórroga y a los penaltis. En ese sentido, es incorregible.

En pleno ataque de ansiedad, y aún en la primera parte, el citado Ceulemans remataba de cabeza un centro desde la izquierda. De nuevo, la defensa fallaba en la marca en el peor momento. Con el 0-1, Bélgica se encerró y dejó que España inventara, es decir, utilizó nuestras armas. La selección, acostumbrada a los espacios y el contraataque, tuvo que reinventarse. Eloy salió por un fallón Julio Salinas, y Señor lo hizo por Tomás Reñones, en un intento de quebrar de nuevo la garganta de José Ángel de la Casa.

Lo intentamos por la izquierda, por la derecha, por el centro, pero Pfaff era mucho Pfaff. La histeria continuó hasta el minuto 85, balón que llega a la banda después de un córner, con todo el equipo volcado en el área belga, pase hacia atrás a la llegada de Señor, quien, de nuevo, entre un mar de piernas, la rompe con la pierna izquierda ante un portero desconcertado y sin visibilidad. Aquel nuevo gooool de Señor tenía que ser como el gol de Maceda ante Alemania, el pasaporte in extremis a la gloria. Lágrimas de angustia antes de respirar con la prórroga.

No pudo ser.

Confiábamos en El Buitre, pero El Buitre estaba muerto. Lo intentó Eloy, el escurridizo Eloy, un chiquillo de 22 años que había entrado como de sorpresa en la lista, los tiempos en los que el Sporting de Gijón era una referencia en cada convocatoria. No sirvió de nada. Llegaron los penaltis como llegaron ante Dinamarca en 1984 pero Arconada —“Arcotodo” en el colegio al día siguiente— no estaba. Señor marcó el primero, pero la cosa se torció cuando Eloy falló el segundo. Bélgica aún tenía que anotar cuatro veces para aprovechar ese fallo. Lo desesperante fue la facilidad con la que lo hizo. Zubizarreta, en una tanda que le descalificó de inmediato como parapenaltis para el resto de su carrera,no se acercó siquiera a detener ninguno de los lanzamientos belgas.

Cada jugador de blanco llegaba al punto fatídico, tocaba y se iba levantando los brazos. Barra libre de felicidad. Mientras, en el medio del campo, solo como siempre quedan solos los que fallan, sentado entre lágrimas, quedaba Eloy, un chico que quedaría marcado por ese fallo que ni siquiera una carrera llena de goles en Gijón y Valencia pudo borrar. El penalti de Eloy Olaya como el penalti de Joaquín 16 años después. Dos chavales y un destino. El fútbol, señores, es así. Bélgica, por supuesto, no pasó de semifinales.


Artículo publicado originalmente en la revista JotDown, dentro de la sección "No pudo ser"

martes, mayo 15, 2012

Cuando lo que mejor funciona en España es el Atleti



Tenía pensado un artículo alegre para esta semana. Un artículo sobre algo que fuera bien, porque para insistirles en lo mal que va todo ya tienen los ojos y los oídos… y para recordarles que lo que ven y oyen es mentira ya tienen las portadas de los periódicos. Así que, bueno, me he tenido que poner a descartar temas, empezando por el aniversario del 15-M, más que nada porque ya no sé ni quién es el 15-M ni qué razón hay para prolongarse como sujeto político-social más allá de la defensa de determinadas ideas de sentido común que, quiero creer, ya están en la mente de los ciudadanos.

De Bankia ni hablar, claro. ¿Para qué repetir la cantinela de los cargos políticos elegidos a dedo que han llevado a la quiebra técnica a organizaciones gigantescas mientras cobraban sueldos grotescos solo por representar a PP, PSOE, IU, CCOO, UGT, etc.? De ahí podríamos seguir con el tema tan manido de que aquí no hay nadie que pida perdón. En serio, es impresionante. Ellos gestionan mal el dinero, quiebran la Caja, se llevan su sueldo y su finiquito, dejan al Estado que solucione un agujero de decenas de miles de millones de euros –siempre que la contabilidad no haya sido manipulada- y si te he visto no me acuerdo.
Ni el Estado como tal pide explicaciones ni los que colocaron ahí a esos maravillosos consejeros salen a exigirlas. España no es Grecia, dicen.

No, hablar de eso sería deprimente y la primavera por fin ha llegado, tan acelerada que se ha convertido en verano de mayo. Había que buscar algo que funcionara bien en este país, algo que pudiera ilusionarnos y olvidar las pequeñas corruptelas del Presidente del Consejo General del Poder Judicial, al que solo le ha faltado decir “y a mucha honra” cuando se le han sacado las facturas de sus vacaciones pagadas a coste de los presupuestos judiciales.  Al menos, y a diferencia de algunos políticos, no ha contestado que el del Tribunal Constitucional roba más o que el de la Audiencia Nacional ya mentía antes que él. Es un alivio.

Descarté Grecia porque ese tema ya había salido la semana pasada y hasta que no vuelva a haber elecciones –en tres meses, dicen, y mientras tanto, ¿qué?- no podremos sacar nada en claro y del mismo modo tuve que olvidarme del consejero de sanidad de Extremadura que pasaba consulta privada en Portugal para evitar incompatibilidades. No vamos a enfadarnos, sino a quedarnos con lo maravilloso que ofrece este país, algún ejemplo de gestión admirable, de eficacia indiscutible. ¿Repsol? No, no es el momento. ¿Red Eléctrica? Olvídenlo. ¿La revolucionaria arcilla azul del Masters de Madrid de tenis? Aplazado.

Los EREs de Unidad Editorial, Intereconomía o el Grupo Prisa, cuyo modelo de negocio parece pasar por explotar a sus becarios y lanzar Huffington Posts al grito de “¿Quién quiere trabajar para nosotros gratis?”, mejor los analizaremos en otro momento.

¿Qué me quedaba, entonces? Pues el Atlético de Madrid. El país ha llegado a un momento en el que lo que mejor funciona es el Atleti. Creo que es una excelente metáfora de la situación actual y que ningún colchonero se me enfade que tengo genes que me hacen sentir el club como algo propio. Lo único malo es que no sé qué decir del Atlético de Madrid que sea bueno, porque, según los expertos, los dueños son unos ladrones, los directivos son unos inútiles, los jugadores están sobrevalorados y cada entrenador que ha ido pasando durante los últimos años ha demostrado ser un incapaz.

No sé, alguien estará haciendo algo bien en el Atlético de Madrid para haber ganado tres títulos europeos en dos años, más una final de Copa y una participación en la Champions… pero nadie lo encuentra. Alguien estará haciendo algo bien en España para que el país siga en pie pese a todo, pero yo tampoco soy capaz de encontrarlo. Seguiré buscando, a ver si se me da mejor la semana que viene.  

Artículo publicado originalmente en el diario El Imparcial dentro de la sección "La zona sucia"

lunes, mayo 14, 2012

Publicación oficial de mi libro sobre el 15-M


Ya os avisé hace días que estaba en descarga gratuita el PDF, pero ahora tenéis algo mucho más bonito, elaborado, con fotos -y gratis hasta el miércoles- en la página de la editorial Sigueleyendo. El cariño que le están poniendo al libro, su entusiasmo, su confianza... me emociona. No he vivido -editorialmente-nada parecido antes y recompensa muchos chascos, claro que sí. Siempre pensé que estos artículos me iban a dar alegrías y solo ese reconocimiento es ya una alegría enorme.

Si lo queréis descargar el enlace es este. Si os gusta y queréis pagar un eurillo porque creéis que merece la pena, la opción estará disponible a partir del miércoles. Mientras, es un regalo, ¡aprovechadlo!

domingo, mayo 13, 2012

El caos del Mutua Madrid Open


La verdad es que es complicado sumar tantos despropósitos en una sola semana y además darles forma y explicarlos. Empecemos por lo obvio, por lo público: las quejas de Nadal y Djokovic, entre muchos otros jugadores, con respecto a la tierra batida de la Caja Mágica. No son fáciles de analizar tampoco: en los días previos, Nadal y Federer se habían mostrado muy molestos con el hecho de que la tierra fuera azul, pero solamente por un tema de tradición, porque, obviamente, no habían jugado todavía sobre la nueva superficie.

Las quejas, después, han variado. En un sentido, me parecen importantes y en el otro, no. Importante es que la pista sea peligrosa, es decir, que sea tan resbaladiza que pueda causar lesiones. Eso es lo que dijeron Djokovic y Nadal para argumentar su posible ausencia el año que viene. No parece refrendado, afortunadamente, por la realidad: no sé si alguno de los 96 jugadores -entre mujeres y hombres- que han pasado por Madrid ha acabado con alguna lesión pero en cualquier caso no ha habido más incidentes que en cualquier otro torneo.

La otra queja tiene que ver con el hecho de que la velocidad de la pista y su dificultad para los apoyos dificulte el estilo de juego de algunos tenistas, como los propios Djokovic o Nadal, que basan su tenis en un despliegue físico muy intenso. Hacen bien en protestar si lo consideran oportuno, pero quejarte de que la pista no se acopla a tus condiciones en vez de hacer el esfuerzo por acoplar tu juego a la pista no me parece serio. Menos aún que se apele al "es que estamos en España y perjudica a los españoles" como si Nadal hubiera sido eliminado por un búlgaro o en Francia preparen pistas para perjudicar al mallorquín, que ha ganado 8 veces Montecarlo y probablemente consiga el mes que viene su séptimo Roland Garros.

Los pegadores siempre van a tener ventaja en Madrid por la altura, eso está claro. ¿Tienen más ventaja ahora por la pista rápida? Puede, pero no creo que eso sea motivo para boicotear un torneo o cada jugador acabará disputando solo aquellos torneos que le beneficien a su estilo y a ser posible en casita.

Por supuesto, todo esto podría haberse evitado, y esa es la otra cara de la moneda. Hubiera bastado con mantenerlo todo como los años pasados y punto. Un poco de mano izquierda en ese sentido habría sido de agradecer pero Ion Tiriac no se ha bajado en ningún momento del burro. En algún sitio leí que el torneo de Madrid estaba muy por encima de Tiriac pero desgraciadamente no es verdad. Tiriac no solo es el dueño del torneo y el concesionario de la licencia ATP sino que es su principal patrocinador. Si se fijan buena parte de la publicidad de la Caja Mágica tiene que ver con productos relacionados con el propio Tiriac.

El ex jugador rumano, buen amigo de Illie Nastase en los 70, ya la montó en Sttutgart cuando les quitó su torneo para llevarlo a Madrid en 2002 y luego se la montó a Hamburgo cuando le quitó su fecha en el calendario ATP e incluso obligó a modificar las fechas del torneo de Roma, tradicionalmente el intermedio de los tres Masters 1000 previos a Roland Garros. En pocas palabras: Tiriac, en la ATP, es Dios. ¿Por qué es Dios? Porque pone el dinero. Pone el dinero que luego reciben los jugadores y sin el cual, obviamente, ni se pensarían en pasarse por Madrid. Recordemos que Madrid tuvo un pequeño torneo ATP en los 80 y 90, sin apenas figuras, en el Club de Tenis Chamartín. Esa es la tradición del tenis en nuestra ciudad.

Precisamente porque Tiriac tiene el dinero y nadie quiere enfrentarse, las críticas se han vertido de manera un tanto cobarde contra la ATP. Lamento decir "cobarde" porque habría que verme en una situación de millones de dólares, pero si la pista está como está simplemente es porque se le ha antojado al dueño... pero ni Djokovic ni Nadal le han señalado como culpable sino que se han limitado a atacar a la ATP por aceptar lo que ellos mismos aceptan, es decir, el dinero. No estamos para tirarlo, desde luego, y lo entiendo, pero hay algo injusto en todo esto: si la culpa es de Tiriac, que se diga, alto y claro. Si el problema de la pista es que causa lesiones, que se prohiba. Si es todo un problema de no adaptación por estilo de juego, me temo que cargar a todo un torneo con esa culpa es un poco exagerado.

miércoles, mayo 09, 2012

Descarga gratuita de "Del 15-M al 13-J, 29 días de Spanish Revolution"


Hace aproximadamente un año empecé a escribir una serie de artículos sobre el 15-M. Si soy sincero, en su momento no pensé que el asunto fuera a dar ni para un miserable post. Aquello era una manifestación un poco difusa y yo era un chico cínico, frío e intelectual ajeno a esas sensiblerías. Sin embargo, después de la manifestación llegó la acampada, y con la acampada, la charla, la discusión, el respeto, el cariño, la organización... y me enganchó, lo reconozco. Por lo menos hasta el día de las elecciones.

En ningún momento pensé que estuviéramos ante una revolución, pero me sorprendió el uso de la imagen, la publicidad, las tecnologías... cómo conseguir que 25.000 tíos en una plaza fuera noticia de portada en el New York Times o en el Washington Post. Lo que se movía más allá de las consignas: el buen humor, la idea de que podía hacerse algo más allá de las ideologías, aunque solo fuera escucharse. Necesitábamos escucharnos. Todavía lo necesitamos. Cuando la gente me preguntaba qué era el 15-M yo respondía "una terapia de grupo". Sigo pensando lo mismo.

Quien pretendiera cambiar el mundo podía ir anticipando el fracaso. Yo pretendía cambiarme a mí mismo, sentirme mejor, más arropado. Todos nos sentimos más arropados esos días y sin violencia, sin banderas, sin odios. Qué paz. Los amantes del orden protestarán indignados -valga la expresión- pero aquello fue un oasis dentro de un desierto de corrupciones, odios, fracasos, inutilidad... y una campaña electoral a la altura de nuestros partidos. Creo que hubo una influencia de esas acampadas, la de Sol y la de las demás ciudades, y la sigue habiendo, aunque solo sea por el pánico que demuestran legisladores, mossos d´esquadra y directores de La Razón a la simple posibilidad de que los chavales no obedezcan. Que se sienten, que hablen, que digan muchas tonterías, claro que sí, pero que durante unos días no se odien.

Esos artículos son muy críticos con las ideas que salían del 15-M y muy críticos con los insultos gratuitos al 15-M. Están comentados y mejorados, divididos por secciones. Analizan muchísimos problemas en muchos ámbitos y se niegan a incluir la palabra "indignados", que se inventó la prensa para etiquetar y que muchos aceptaron por el gusto ancestral del individuo a pertenecer a una etiqueta. Allí nadie había leído a Hessel. No hacía falta. Allí todos llevábamos demasiado tiempo callados, eso era todo. Decidimos hablar. Dormíamos. Despertamos.

Pongo ahora a vuestra disposición gratuita el PDF con esos artículos. Son apenas 55 páginas pero sigo creyendo que el análisis es muy bueno. Posiblemente, si todo va bien, pronto haya la posibilidad de colaborar con al menos un euro si el libro os ha gustado. De momento, aprovechad. El enlace es este. Descargadlo, imprimidlo y no os indignéis, disfrutadlo. Recordad. No os olvidéis de recordar.

martes, mayo 08, 2012

No es Hollande, es Grecia



Sumidos en el entusiasmo agitador de la derrota de Sarkozy, los medios han dado una importancia al resultado electoral francés que eclipsa el verdadero problema europeo, es decir, Grecia. Lo que ha pasado en Francia tendrá que evaluarse según vayan llegando las decisiones de su nuevo presidente, pero, en principio, no se escapa a la rutina de los últimos cuatro años: si estás en el Gobierno, pierdes; si estás en la Oposición, ganas. De hecho, que Sarkozy haya perdido con casi el 49% de los votos es incluso meritorio y no debería dormirse en los laureles Hollande con solo un respaldo del 51% en una segunda vuelta, teniendo en cuenta la que está cayendo en Europa.

Si lo de Francia es importante por lo que tiene de posible –aunque improbable- giro de la política económica europea y la relevancia del país en cuestión, lo de Grecia sí marca una tendencia preocupante. El “quítate tú para ponerme yo” está muy visto, pero el auge del populismo, como he dicho en numerosas ocasiones en estas columnas, sí es un peligro, porque el populismo en sus distintas versiones hizo del siglo XX un horror de millones de muertos y acabó con la democracia en media Europa.

En Grecia, como en casi todos los demás países occidentales, ha funcionado siempre el bipartidismo: un partido presuntamente conservador con ideas muy poco originales se alterna en el poder con un partido presuntamente progresista con ideas más o menos peregrinas y entre unos y otros pues se reparten todo lo repartible. Les suena la historia, ¿verdad? En apenas tres años, esos dos partidos –Nueva Democracia y PASOK- han conseguido pasar del 77,39% de los votos al 32,03%. En serio, leen bien. Uno puede pensar “eso nunca pasará en España” y viendo lo que ocurrió en Andalucía igual tiene razón, pero conviene mantenerse en guardia.

Que los griegos hayan votado mayoritariamente al partido que falseó las cuentas en el gobierno y les llevó al borde del precipicio ya es un ejercicio difícil de comprender, pero obviamente lo que nos llama a todos la atención es la aparición de terceros partidos que abrazan el radicalismo o incluso el nazismo de forma abierta. Ese es un peligro muy grave y no basta con decir “es que los griegos son gente rara e insensata”. No. Es la reacción de un pueblo que se ha visto gobernado por mangantes e inútiles durante demasiados años, que ha hecho de ese mangoneo una forma de vida y que de repente se encuentra sin futuro.

El problema no es cuestionar los grandes partidos, como le dice Rajoy a Rosa Díez cada vez que tiene ocasión. El problema es la enorme irresponsabilidad de esos grandes partidos, que se están moviendo en un cutre despotismo ilustrado de verbena. El problema es que se empeñen en falsear cuentas, desviar déficits, obviar la corrupción, dedicarse a insultar al contrario en vez de gestionar lo propio, recortar lo ajeno mientras se mantienen embajadas autonómicas, sueldos de asesores a dedo o que los miembros de sus ejecutivas pasen a asesorar millonariamente a empresas privatizadas por ellos mismos.

Aeropuertos de Castellón, Terras Míticas, Cajas de Ahorro… No solo han dejado el país tiritando –unos y otros- sino que nadie es capaz de salir a pedir perdón y decir “ha sido culpa nuestra”. No, mejor apelar a la culpa colectiva y al castigo colectivo.

La mediocridad en democracia es muy peligrosa. Mucho más peligrosa que un montón de gente levantando las manitas y pidiendo buen rollo. Una democracia gobernada por corruptos e inútiles, gente que no ha salido jamás de la disciplina del partido y que llega donde llega por su capacidad de peloteo y conformidad, es decir, por su nulidad, es una bomba de relojería. Cuando las cosas van mal, aparecen los Le Pen y los neonazis griegos o los bolcheviques más totalitarios para imponer orden. Y la gente querrá orden. ¿No se supone que el orden, la austeridad, la contundencia policial es lo que necesita este país? Pues ellos ofrecerán dos tazas.

Y, si PP y PSOE, o pongan los nombres que quieran, siguen mirándose el ombligo y colocando a sus familiares a salvo, expoliando una y otra vez lo público, se encontrarán con que un día habrán perdido el 40% de sus votos y no sabrán cómo y alertarán contra el populismo, porque el populismo, quiero dejar esto claro, no es mejor que el PP y el PSOE, sin darse cuenta de que, cuando pudieron pararlo, ellos estaban repartiéndose consejerías y acumulando asesores y coches oficiales.

Artículo publicado originalmente en el periódico El Imparcial dentro de la sección "La zona sucia"

domingo, mayo 06, 2012

El descenso del Estudiantes


Yo no era del Estudiantes. A mí no me gustaba el baloncesto, de hecho, solo el fútbol. Y sí, era del Madrid por dos razones: era el equipo del barrio -nací y crecí en Prosperidad- y era el que ganaba siempre. ¿Por qué negarme esos placeres infantiles? Todo fue empeño de mi tío Pancho. Él y sus amigos, los hermanos Zapatero y compañía, la gente del Ichenco y del Luman, que se pasaban cada sábado por la tarde por el Magariños, aquel lugar extraño, medio oscuro, viejo, con sus bancos de madera en los fondos, donde nos sentábamos para recoger jugadores que caían después de intentar una canasta, los pantalones ajustados, las camisetas dejando enormes sobacos al aire...

La gente gritaba desde el calentamiento y era divertido. Eso fue lo principal: la diversión. El Estudiantes ganaba muy poco. Tenía a Vicente Gil de base, a García Coll, Carlos Montes y David Russell de aleros y pivots como Pinone, Hernangómez, Abel Amón o el impresionante Pedro Rodríguez. Cada partido era una fiesta, literalmente. Una sorpresa. Que salude, que salude; que machaque, que machaque. Veía remontadas imposibles contra equipos que no sabía que existían: el Ron Negrita Joventut, el Licor 43, el Cajamadrid... Cuando venía el Barcelona, yo animaba con doble rabia; cuando venía el Madrid de Romay y Corbalán no sabía muy bien qué hacer con las manos.

A los 11 años me hice socio. Recuerdo el día perfectamente porque mi padre me llevó en su coche nuevo y llovía a mares. Una de esas tardes de otoño en que anochece antes de lo debido y Madrid se queda colapsado y no hay manera de aparcar junto a la calle Serrano. Mi padre vivía en Santander pero preparaba oposiciones en una casa de Cuatro Caminos, nunca entendió bien a qué venía eso de hacerme socio de un equipo de baloncesto, nunca entendió que encima tuviera que comerse el atasco...

La emoción de mi primer carnet. Venía mi foto en el medio, mi firma y un montón de números haciendo de marco, uno por cada partido. En la entrada, un señor picaba el número que correspondía y listo. Ya no jugábamos en el Magariños, sino en el Palacio de los Deportes. El equipo era un desastre: Russell se lesionó, Gil envejeció, García Coll dejó de meter triples... La nueva casa era fría, muy fría, y a nosotros nos tocaba el fondo, intentando hacer ruido con los pies en los metales sin demasiado éxito. Cada año, cada carnet incluía una cara nueva. Se puede seguir quién era Guille Ortiz desde su foto de los 11 años a su foto de los 16, ya despeinado, media sonrisa, granos en la cara...

De repente, el Estudiantes se había convertido en una moda y, lo mejor, era nuestra moda porque yo ya iba al Ramiro de Maeztu. Todo allí giraba en torno al equipo: las consignas, las canciones, los partidos entre clases o durante las clases. Uno se saltaba la clase de historia y por ahí aparecían Azofra, Herreros, Winslow, Cvjeticanin... para echarse unos tiros y vacilar un rato a los chavales. A nosotros. Ganamos algunas cosas. Como el Madrid no tenía a Sabonis y no ganaba nada, buena parte de la ciudad se unió a la fiesta. Salíamos en Antena 3 vestidos de musulmanes. La "Demencia" copaba titulares.

El fin de semana era una ruta que iba del Palacio a Malasaña. Cinco paradas hasta Goya y luego cinco más hasta Bilbao. El partido era nuestra discoteca, era el lugar donde quedar con las chicas, donde repasar la semana, donde planear tácticas y estrategias. Según donde te sentaras eras más o menos popular. El Movimiento Machista Demente, la Peña Lírica Juan Antonio Orenga. En el metro, los chicos cantaban: "¿Y dónde está Laura?" y se contestaban "En la cama con su novio" y finalmente añadían: "... que no es Guillermo".

La Chica Langosta se llamaba Laura. Todas las mujeres de mi vida, creo, han pisado algún partido del Estudiantes.

Pasaron los años. Se fue "el cura", llegó Pepu. Se fue Caja Postal, llegó Adecco. Para celebrar el cincuentenario se marcharon incluso Herreros -pocas cosas me dolieron tanto como aquello-, Orenga, Mikhailov y Escudero no acabó de rematar la faena. Nos rehicimos. Yo ya era un licenciado en filosofía cuando ganamos la Copa del Rey de 2000. No nos importaba demasiado ganar o perder, pero preferíamos ganar, dónde va a parar. Volvieron los tiempos de Euroligas y campos llenos. Palacio de Vistalegre. Quinto partido de la final ACB frente al Barcelona de Bodiroga y Navarro.

Mirábamos con un cierto desprecio a los "resultadistas", los que se empeñaban en pitar a los jugadores, al entrenador, a la directiva, al patrocinador... En muy poco tiempo se creó un ambiente muy raro, como si nadie disfrutara. Para algunos había muchos canteranos, para otros había demasiado pocos. Todo el mundo tenía la culpa de algo: los americanos, las ETTs, el entrenador... se desató una guerra de poder incomodísima, absurda, destructiva... El equipo venía de ser subcampeón de liga y Sergio Rodríguez deslumbraba en el Europeo Sub 19 junto a Carlos Suárez. Pero nada era suficiente para algunos. Nada.

Se fue el patrocinador, se fue el dinero, se fue Felipe Reyes, luego Carlos Jiménez, los presidentes se sucedían como las estaciones. Pepu se largó en cuanto vio cómo estaba el patio. El equipo resistía, no sé cómo. Tirones de garra de Pancho Jasen, la veteranía de Azofra, algún jugador exquisito como Larry Lewis, demasiados Walker Russel Jr., demasiados Rico Hill. El año de Miso fue justo el año que Miso nos mandó a la LEB con el Murcia. En 2008 teníamos que ganar los tres partidos que quedaban para salvarnos. Eran los tiempos en los que cualquier idiota conseguía que una caja le patrocinara y le pusiera 3 millones de euros de presupuesto. Ganamos los tres partidos: Brewer, Lorbek, Suárez, Popovic, Lewis, Pietrus, Jasen y poco más. Fiesta en León por todo lo alto.

Después la atonía. La insatisfacción. El nuevo discurrir de cargos sin sentido, sueldos fuera de mercado. Vivimos por encima de nuestras posibilidades, que diría aquél. La distancia cada vez mayor entre el aficionado y su equipo. Carlos Suárez también se fue al Madrid, a encontrarse precisamente con Sergio Rodríguez. Nos quedamos huérfanos, sin fuerzas. En los foros no se inventaban canciones, se intercambiaban insultos. Con ellos o con nosotros. Perasovic, Martínez, Casimiro, Pepu... ni cantera ni cartera ni nada. Muchos partidos perdidos, demasiados. Granger y Gabriel como insignias de un equipo que desbarraba. Los disparates. Las prisas. Los De la Fuente, Kirksay, Deane, Lofton, Bullock... cinco escoltas-aleros para solucionar lo que había que solucionar dentro mientras Germán arrastraba sus rodillas y jugaba el mejor baloncesto de su vida.

Por un momento pareció que todo sería como en 2008. Otro susto. Otra heroicidad. Otro pleno final. No fue así. El Madrid nos ganó, el Manresa nos ganó y al final nos ganó hasta el Murcia. De derrota en derrota hasta la derrota final. No puedo decir que lo haya vivido como un drama. No sé hasta qué punto el equipo es sostenible en la LEB, o Adecco Oro -ironías- o como se llame. Da igual. Son tiempos de Madrid y Barça, Madrid y Barça, Madrid y Barça. Odios y forofos. Lo único que puedo decirle al Estudiantes es "gracias". Gracias por los días de la infancia, de la adolescencia, por la formación en unos valores, palabra tan pervertida en el deporte. Gracias por el Ramiro y los cuartos de la Demencia. Gracias por los 3x3 de verano y todas las mujeres que nunca tuve.

Gracias. Y nos vemos pronto, claro.

Lichis, Lichis, Lichis...


Ya he comentado alguna vez que hubo una temporada en la que no le cogía el teléfono a Lichis. Eso ya de entrada quiere decir que hubo una temporada en la que Lichis me llamaba, y precisamente eso era lo que me paralizaba: de repente sonaba el móvil, veía su nombre en la pantalla líquida y me quedaba petrificado, incapaz de coger la llamada, sin acabar de entender qué podía interesarle de mí a un hombre tan excesivamente genial. Así que, bueno, me limitaba a dejarlo sonar y cuando recomponía mi ego le devolvía la llamada, empezaba con un "¿Qué tal, maestro?" y cerraba los ojos confiando en no cagarla demasiado.

Obviamente, no siempre fue así. Un día incluso me animé a llamarle yo. LC había aparecido por Madrid y yo me sentía como un reclutador de talentos de universidad americana, empeñado en enseñarle cada rincón de ese campus que era mi vida en 2008. Lichis llevaba poco tiempo en Madrid y en el Café de La Palma tocaba uno de sus antiguos grupos, no recuerdo ahora el nombre. Le dije que se viniera y ahí estábamos los tres: Lichis, LC y yo escuchando a un grupo de hip-hop con aires de mestizaje, o eso creo recordar, sin demasiado que contarnos, pero contentos, Miguel siempre llamando "preciosa" a Laura, como si de alguna manera estuviera dando el visto bueno a algo que no existía.

Yo conozco a mucha gente con talento pero genios, solo dos: Lichis y Roger Federer. Quizá Leo Messi, pero su exuberancia a veces le quita magia.

Cuatro años después, Lichis de nuevo en una cervecería de la calle Hartzenbusch. Un abrazo y un beso y la misma incomodidad del que cree que estorba con su presencia. Junto a Lichis, Dani Flaco, que viene a tocar a Madrid después de demasiado tiempo, Pepo, Vicky y un corto etcétera. Me vuelve a pasar lo mismo de siempre: no sé qué decirle. Le hablo de la entrevista que le hice hace siete años. "Yo tengo ahora la edad que tú tenías entonces", le digo, pero no le explico lo que en realidad pienso de esa frase. No me salen las palabras, estoy pastoso y tenso, en general. "Yo tengo la edad a la que tú ya eras un genio y no lo soy y tengo miedo de no serlo nunca, como si fuera sensato tener miedo de no ser un genio, valiente gilipollez". La frase de verdad era esa.

Eso es lo que quiero decir pero no lo digo y solamente sonreímos y me abraza de nuevo y el concierto es fantástico, en serio, de los mejores que le he visto a Dani, porque sus canciones son muy buenas, porque Pepo es un acompañante de auténtico lujo y porque no deja que la tradicional falta de respeto de la Sala Clamores a sus artistas le afecte. Con todo, yo sigo nervioso y cansado. Me siento en un sofá de la parte de atrás, buscando un ángulo entre columnas. No puede ser que haga tanto tiempo desde aquellas noches de incendio, pero sí, se conoce que sí y lo peor es que no lo echo de menos. Lo peor es que cuando todos deciden irse -Javier Krahe, incluido- a seguir la noche en cualquier otro lado, yo no me siento mal al darles un beso e irme a la cama, como los niños buenos.

Me siento culpable, pero no me siento mal. Me siento un soso, pero no me da rabia. No creo que me esté explicando.

La Chica Diploma me escucha y espero que me comprenda. No soy fácil de comprender. Supongo que tengo pánico a resultar un tipo aburrido y que incluso ella deje de quererme. No creo que sea un análisis sensato de la realidad, pero la realidad y yo llevamos demasiados años en conflicto permanente. Lo que queda es el abrigo puesto, el último abrazo con Lichis y sus palabras: "Te quiero un montón", que creo que son verdad y que, en el fondo, Lichis y yo deberíamos vernos más. Tengo demasiado miedo, solo es eso. Demasiadas cosas que agradecerle, demasiadas canciones que han sido mi vida. A ver si lo siguiente va a ser Roger Federer invitándome a ver la final de la Champions con Mirka y las gemelas.

sábado, mayo 05, 2012

Iñaki Uriarte- Diarios


Iñaki Uriarte es lo que yo llamo un "escritor ansiolítico", es decir, uno de esos autores que no te gritan al oído, que no caen en la indignación, que no dan una lección moral en cada frase y que ni siquiera están seguros de si hacerte pensar es lo más adecuado. Simplemente te cuentan sus historias, sus pensamientos, los dejan caer, livianos, con un ritmo tranquilo, sosegado, que te permite disfrutar de la lectura aunque, por supuesto, no siempre estés de acuerdo con lo que dice.

Hay en los "Diarios" de Uriarte, cuya segunda parte, de 2003 a 2007, acaba de publicar la exquisita editorial riojana "Pepitas de Calabaza" -que ya publicara recopilaciones de Manuel Jabois y Julio Camba entre otros- un punto de honestidad que se agradece. La felicidad no escondida. Como lector, agradezco especialmente las partes dedicadas a la literatura: sus elogios continuos a Montaigne y a Borges, sus pequeñas anécdotas, su facilidad para saltar de la presentación de ayer a la primera edición del siglo XVI. Lo agradezco porque no hay en su erudición pedantería alguna. Al contrario. Uriarte habla de libros y escritores como yo puedo hablar aquí de entrenadores y partidos de fútbol, compartiendo mi entusiasmo y mi curiosidad.

Curiosidad, esa es la palabra. Uriarte se muestra como un hombre curioso aunque él se empeñe en quitarse méritos y autocalificarse de vago y conformista. Esa pose estética en ocasiones cansa porque choca con la realidad de lo escrito: Uriarte sabe perfectamente que escribir en un periódico es trabajar y que no tiene sentido insistir en que ha cumplido su sueño de "no trabajar nunca". Si esa es una manera de escapar a las expectativas de su talento y justificar lo que algunos llamarían falta de ambición y otros, simplemente, apartarse de los tediosos concursos de popularidad, sería cuestión a debatir con su psicoanalista. En cualquier caso, sí, Uriarte trabaja, aunque se encuentre más cómodo en una pose decadentista, casi Panero, la "ama" y Benidorm como polos opuestos pero a la vez significativos de un gusto por el esplendor pasado.

El decalaje en el tiempo entre la escritura y la publicación de los diarios es un acierto absoluto. Leer en 2012 lo que era actualidad en 1999 o en 2003 nos ayuda a colocar esa actualidad en perspectiva. El propio Uriarte se asombra al ver cómo asuntos que provocaban debates apocalípticos habían desaparecido de la agenda social y política apenas unos meses después. Por sus diarios pasa el Pacto de Lizarra, la mayoría absoluta de Aznar, las elecciones que perdió Mayor Oreja, el 11-S, Irak, el 11-M, el Estatuto de Cataluña, el Plan Ibarretxe... La puerilidad de algunas reacciones, su extremismo, se muestran con más contundencia precisamente dejándolas reposar, enfrentándolas con el presente.

Lo mismo pasa en ocasiones con el propio Uriarte. Sus disquisiciones culturales son interesantísimas, su decadente mundo interior, con las pequeñas -y no tan pequeñas- enfermedades de la cincuentena, su mujer, su gato, su piso en Benidorm, resulta entrañable, pero sus opiniones políticas quedan demasiado difuminadas. A menudo, Uriarte se queja de que le pidan que "se moje" y con eso quiere decir que deje claro si es nacionalista o antinacionalista, con las filias y las fobias que eso conlleva. Contigo o contra mí, ya saben. España.Yo no le pido nada parecido porque sería absurdo viniendo de mí, pero sí se le puede pedir un análisis algo más fino de determinadas situaciones del País Vasco. Ventilarlo todo presentando a Isabel San Sebastián como una histérica probablemente haga justicia al personaje, pero no enriquece demasiado el debate.

El apocalipsis anunciado por determinada derecha tras cada medida del PNV no oculta el hecho de que esas medidas pudieran ser equivocadas e incluso peligrosas para la convivencia. Hay un punto medio en el que probablemente Uriarte se maneje pero que no consigue transmitir del todo en su diario y aquí lo que se juzga no es la persona -activista reconocido en la lucha contra ETA- sino al escritor, cuyo discurso es en ocasiones confuso por poco explicado. De hecho, la palabra "terrorismo" sobrevuela los dos libros sin acabar de posarse con suficiente asiduidad y a las cosas es bueno llamarlas por su nombre.

Este podría ser el único punto débil de dos grandísimos libros. La sencillez del estilo, el retrato de determinada España, determinado País Vasco, el alejamiento de la realidad mediante la cultura y su re-encuentro constante en algo tan cotidiano como un gato escondido tras un armario o una pareja de ancianos apurando el verano en el Mediterráneo... todo ello hace de "Diarios" una lectura imprescindible, de las que uno desea que no acabe. Incluso cuando al lector le dan ganas de polemizar, de entrar en la pelea, Uriarte ya se ha ido. Todo su libro es un "toco y me voy", un boxeador demasiado hábil, sin ganas ni fuerzas para entrar en el cuerpo a cuerpo. Eso se lo deja a otros. No puedes enfadarte con alguien así, con alguien que, da la sensación, no se enfada jamás, como si nada fuera crucial más allá de la mañana, la tarde, la noche y la enésima relectura de los "Ensayos".

jueves, mayo 03, 2012

La Copa de Europa de Luis Aragonés



Durante muchos años, el malditismo del Atleti tuvo más que ver con una pose estética que con una realidad matemática. Hasta la llegada de Alfredo Di Stéfano en los 50, el Atlético Aviación, nombre por entonces del club rojiblanco, fue el primer equipo de Madrid y uno de los tres dominadores del campeonato nacional junto a Barcelona y Athletic de Bilbao. Campeón de liga con Helenio Herrera en los 50, contó con jugadores como Peiró, Collar o Ben Barek , a los que se irían uniendo poco a poco Luis Aragonés, Calleja, Adelardo, Ufarte, Irureta… Durante todo ese período, su palmarés no mereció queja alguna: en 1973 sumó su séptima liga, a las que sumar 4 Copas y 1 Recopa, más varios títulos secundarios.

Sin embargo, el hincha atlético, desde el Metropolitano al Manzanares, necesitaba la melancolía, el pesimismo, la sensación del destino estrellándose contra la madera. Puede que todo viniera de las decepciones de 1960 a 1965, cuando el equipo sumó tres subcampeonatos de liga y uno de copa o de los desempates europeos que comentaremos más tarde, pero, en resumen, su trayectoria no era mucho peor que la del Barcelona, por poner un ejemplo.

Todo estaba llamado a cambiar en los 70, con un equipo de ensueño dirigido desde el banquillo por Max Merkel, conocido como “Mister Látigo”, el tipo de entrenador que encandila a la grada con su método y su seriedad y que tan poco frecuentaría el banquillo colchonero en años posteriores, los años de los Menotti y compañía, entrenamientos vespertinos, mágicos ochenta de discotecas madrileñas y primeras supermodelos. El Atlético de Madrid finalmente había conseguido reunir probablemente al mejor equipo de su historia después de ganar las ligas de 1970 y 1973 más la Copa del Generalísimo de 1972.

Eso era un equipo ganador, se pongan como se pongan algunos, más en los tiempos en que Real Madrid y Barcelona no conseguían reubicarse: los primeros, en la transición del equipo “ye-ye” al de “los Garcías” y el segundo, perdido en sus múltiples crisis de identidad, fiado todo al talento de Cruyff y la magia técnica de Michels, sin demasiado éxito, todo hay que decirlo.

En la plantilla seguían los veteranos Aragonés, Adelardo y Ufarte, pero la manija la compartían con el eléctrico Ayala, el siempre técnico Irureta, el contundente Heredia y la referencia goleadora: José Eulogio Gárate. Sumen a Reina bajo los palos, el mejor portero junto a Iríbar de aquella época, y tendrán mimbres de sobra para intentar algo grande. Hablamos, por supuesto, de la Copa de Europa.

El papel del Atleti fuera de España siempre había sido algo gris: aparte de la Recopa de 1962 y la final del año siguiente, el club no había conseguido establecerse dentro de la jerarquía continental. Sus actuaciones en la Copa de Europa se contaban por decepciones agónicas: en 1959, llegó a semifinales, eliminado por el Real Madrid en un emotivo desempate. En 1967, un nuevo desempate ante la Vojvodina, les dejó fuera en octavos de final. No hubo apelación a la mala suerte —ay, el “pupas”— en 1971, cuando el Ajax de Cruyff cortó el pase a la final de la generación de oro atlética con un contundente 3-0 en Amsterdam.

Los viejos demonios parecían repetirse en la primera ronda de 1974. El Galatasaray turco puso el autobús en el Calderón antes incluso de que se animara Maguregui y consiguió un empate a cero que complicaba mucho las cosas. En aquellos años, el “infierno turco” quizá no fuera lo que sería en los 90, pero Estambul no era una plaza agradable para sacar adelante eliminatoria alguna. De hecho, a los 90 minutos se volvió a llegar con 0-0 en el marcador. Prórroga. Nervios desbocados, el fracaso a la vuelta de la esquina… y Salcedo que marca en el minuto 100 tras varios rechaces, medio cayéndose en la frontal del área para clasificar al Atleti a los octavos de final, tiempos de ida y vuelta y muy pocas rondas, no el maratón televisivo de ahora con los caballos corriendo hasta la extenuación.

A partir de ahí, de esa tensión inicial, todo fue mucho mejor. Los rojiblancos habían empezado la liga como líderes, pero pronto se habían desentendido de la competición, llegando a caer al noveno puesto en la undécima jornada. Solo un increíble arreón final les permitiría acabar en segunda posición, a una distancia respetable del Barcelona de Cruyff. Las ilusiones y los esfuerzos estaban reservados para Europa y el siguiente obstáculo era el Dinamo Bucarest, que venía de eliminar 0-12 al Crusaders. Los equipos del este eran muy peligrosos por entonces, en los tiempos del telón de acero. El Atlético ganó 0-2 en Bucarest para encarrilar la eliminatoria y cedió un intrascendente empate a dos en la vuelta, alcanzando los cuartos.

El sorteo deparó al Estrella Roja de Belgrado, un equipo temible que venía de eliminar al Liverpool derrotándole en el Pequeño Maracaná y en el mismísimo Anfield. El fútbol yugoslavo, como su baloncesto, estaba en un momento de apogeo, y la exigencia era máxima: en la ida, de nuevo, 0-2, goles de Luis Aragonés en el minuto 9 y de Gárate en el 80. Era el tercer triunfo a domicilio en tres rondas europeas, un estilo muy atlético de plantarse en semifinales, siempre a la contra. En la vuelta, algunos apuros para certificar el pase con un 0-0 triste pero suficiente.

Por tercera vez en su historia, el Atlético de Madrid llegaba a semifinales de la máxima competición europea y ahí su rival no sería ni el Real Madrid de Di Stefano y Puskas ni el Ajax de Cruyff… sino el Celtic de Glasgow.

Hablar ahora el Celtic de Glasgow es hablar de una sombra, pero por entonces aquel equipo sumaba nueve ligas consecutivas en Escocia y había sido campeón de Europa en 1967 con un grupo similar de jugadores. Cierto es que aquel año su devenir por la competición había sido de un perfil muy bajo: un equipo finlandés, uno danés y uno suizo para llegar hasta semifinales. Poca tensión competitiva, como la que tenían en su propia liga y la sensación de jugárselo a todo o nada, en 90 minutos, en Celtic Park. Ahí, el Atleti se defendió como pudo, aguantó las arremetidas de los escoceses y los insultos de los primeros hooligans y sacó un empate a cero prometedor incluso acabando el partido con ocho jugadores. Épico.

El pase a la final se jugaría en el Manzanares, frente a su público. El empate obligaba a un partido extra; la victoria, por el resultado que fuera, le dejaba a un paso de su primera Copa de Europa. Si el Atlético de Madrid realmente hubiera sido un equipo perdedor por entonces, lo lógico es que lo hubiera demostrado con una decepción por todo lo bajo. No fue así. Tras un primer tiempo donde los escoceses pusieron el peligro, como en la ida, los rojiblancos tiraron de orgullo liderados por los goles de Gárate y Adelardo en los últimos quince minutos de partido. Después de toda la bronca del encuentro de ida, las peleas, los expulsados, la tensión desesperante… el público podía preparar su viaje a Bruselas. Ahí le esperaba el Bayern de Munich de Beckenbauer, Müller, Hoeness y el gran Sepp Meier.

Por supuesto, los alemanes eran favoritos. El Bayern sostenía la columna vertebral de la selección de la República Federal Alemana, la misma que había sido campeona de Europa en 1972 y sería campeona del mundo ese mismo verano de 1974. Su palmarés continental era más bien limitado: para ellos también era la primera final de su historia… aunque no sería la última, como bien sabemos. El Atlético de Madrid confiaba en la técnica y la resistencia mostrada ante el Celtic, casi heroica. El Bayern confiaba en sus grandes estrellas y en un ritmo machacón, que acabara con la paciencia rival.

Empatados a histeria, con pocas ocasiones, la final fue decepcionante. A los 90 minutos el resultado era de 0-0: por primera vez ningún equipo marcaba en el tiempo reglamentario de un partido definitivo. La prórroga siguió los patrones del resto del partido: pocos acercamientos pero peligrosos: Reina y Meier contundentes en sus áreas, Müller y Gárate buscando sin éxito su oportunidad. El tiempo se agotaba y aquello parecía irse irremediablemente al partido de desempate. Recordemos que hasta el Mundial de 1982 los penaltis no se introdujeron para decidir eliminatorias.

En el minuto 110, el árbitro pita una falta cerca del área pero algo escorada. Se acerca el gran veterano, Luis Aragonés. Luis era junto a Adelardo el encargado de poner orden en el vestuario. Probablemente, además, fuera el mejor jugador —o, al menos, el más técnico— que haya pasado por el club en su historia. A sus 35 años se encontraba con una oportunidad de poner su nombre en el estrellato del fútbol europeo. Se acercó al balón, superó la barrera con elegancia e hizo inútil la estirada de Meier. 1-0.

El Atleti rompía por fin la racha de fracasos europeos y lo hacía a lo grande. Aquello era el principio de una época, sin duda. Una época de dominio patrio y continental. Los minutos se convirtieron en una eufórica cuenta atrás sin que el Bayern pudiera recomponerse. La Copa de Europa del Atlético de Madrid. La Copa de Europa de Luis Aragonés. “La Primera”. Ningún club, salvo el Madrid, había ganado ese título y ya iba siendo hora de dar un poco de guerra.

No pudo ser.

Los ataques alemanes no iban a ningún lado: no había frescura, no había circulación. Un tosco central, Schwarzenbeck, decidió sacar la pelota buscando un compañero que no encontraba. Apenas quedaban 30 segundos para el final del partido y en el banquillo, los jugadores rojiblancos se abrazaban. El defensa siguió, algo confuso ante tanto campo recorrido, y casi a la desesperada soltó un latigazo antes de que el árbitro pitara el final. En toda su carrera, que duró hasta entrados los 80, metería poco más de 20 goles. Aquel disparo fue uno de ellos, imparable para Reina, que no se lo podía creer.

Nadie se lo podía creer, de hecho: la desolación era total y con la desolación, un inmenso sentimiento de injusticia. El desempate se jugó dos días después, también en Bruselas. Un trámite doloroso e innecesario. El Atleti estaba hundido física y mentalmente y el árbitro tampoco ayudó demasiado. Aquello acabó 4-0 y supuso el primero de tres títulos consecutivos para los de Munich.

Los colchoneros tendrían que esperar 36 largos años antes de llegar a ganar otro título europeo. El ciclo de victorias y euforia se convirtió en el más triste de la historia del club, que solo ha ganado dos ligas más desde entonces y centra su palmarés en las Copas del Rey que ha ido picoteando. El recuerdo de aquel equipo de los 70 siempre vendrá marcado por aquella desgracia, pero no lo olvidemos: para que esa desgracia ocurriera, había que llegar a Bruselas y para llegar a Bruselas había que jugar como los ángeles. Aquellos jugadores lo hacían.

Artículo publicado originalmente en la revista JotDown, dentro de la sección "No pudo ser"