Los medios de comunicación miran a Francia buscando el
espejo en el que reflejarse pero solo encuentran imágenes distorsionadas. Tan
empeñados están en buscar indios y vaqueros, buenos y malos, “los nuestros” y
“los otros”, que se lanzan a ese forofismo tan español de Pío Cabanillas, un
“vamos ganando, pero no sabemos quiénes” que aterra. En efecto, aún no había
acabado el recuento de la primera vuelta cuando un periódico tituló en su
edición digital –y lo repitió en la de papel- aquello de que el triunfo de
Hollande suponía un triunfo de la izquierda europea, sin importarle el hecho de
que entre el propio Hollande y el otro gran candidato de izquierdas, el
extremista Jean-Luc Mélenchon solo rozaran el 40% de los votos.
Más preocupante me pareció sin embargo que un conocido medio
conservador prefiriera narrar la jugada al revés y contar los votos “de
derechas” para afirmar el triunfo local en campo visitante. En su recuento, el
periódico juntaba los votos de Sarkozy y Le Pen y, efectivamente, el porcentaje
le salía superior: por encima del 45%.
Desde hace tiempo, los términos “izquierda” y “derecha” han
perdido tanto significado que resultan molestos. Son estrategias de mercado,
sin más, maneras de azuzar el odio ajeno y el beneficio propio. Mucha gente
está viviendo muy bien de “ser de derechas” o “ser de izquierdas” olvidando por
completo las medidas concretas que encierra cada estereotipo. A nadie se le
escapa que determinada izquierda lleva enrocada en el “No pasarán” demasiadas
décadas sin llegar a preocuparse del todo de quién está dentro y quién fuera de
la supuesta muralla.
Así, el propio Mélenchon dejó claro la misma noche electoral
que “hay que hacer lo posible por que no vuelva a gobernar Sarkozy”. A mí no me
parece ni bien ni mal, pero antes de pedir el voto por Hollande, igual convenía
decir algo positivo sobre él. Recuerda a aquel debate en el que Rubalcaba pasó
dos horas intentando explicar por qué no había que votar a Rajoy mientras al
candidato popular solo le faltaba poner los pies sobre la mesa y abrirse el
Marca, encantado de que su contrincante le hiciera toda la propaganda.
La reciente decisión de Izquierda Unida de apoyar a un
gobierno socialista con claras y muy recientes vinculaciones con una trama de
corrupción masiva y desvergonzada en Andalucía es un ejemplo más del empeño por
que las etiquetas estén por encima de la realidad. Ceder el poder de antemano,
a cambio de nada, solo por defender “la causa” que supuestamente comparte con
el PSOE, es un error tremendo que impide unas negociaciones con posibles
contrapartidas para los votantes. Si el PSOE ya sabe que IU le va a apoyar pase
lo que pase, ¿por qué introducir modificaciones a su programa de 30 años de
gobierno?
Eso sí, consejerías las que quieras. Y ahora te paso un par
de números de teléfono.
En fin, quería volver al titular que unía a Sarkozy y Le Pen
bajo el epígrafe “la derecha”. Lo hubiera entendido en un medio progresista, es
decir, lo hubiera entendido como un insulto. Lo triste es que no lo era. El
periódico reivindicaba a Le Pen como parte de la tribu, venía a decirle al
lector: “Han ganado los nuestros”. Y entre “los nuestros” aparecía el incómodo
apellido de una saga de racistas populistas con una querencia por el fascismo a
la vieja usanza que va más allá del tópico: un pueblo, un estado, un líder. O
su descendencia.
No. El populismo no es de derechas. Tampoco tiene por qué
ser de izquierdas. El populismo es un fantasma que recorre Europa en estos
momentos como una amenaza latente. Cuando los partidos de referencia se
convierten en cajones de sastre de corrupción y enchufismo, cuando los
ciudadanos pierden la confianza en sus políticos porque ven que solo gobiernan
para sus ejecutivas y no para sus votantes… es el momento del líder carismático
que promete soluciones instantáneas. Estandartes de la masa enfurecida.
Hace mal la prensa conservadora en arrogarse la filiación de
Le Pen. Muy mal. Unir el Frente Nacional francés al nombre de Sarkozy es una
manera de legitimar su discurso antisistema. Llamemos al populismo por su
nombre y protejámonos de él, no vaya a ser que acabemos vagando cuál triste
Martin Niemöller repitiendo aquello de “primero fueron a por el enemigo pero a
mí me dio igual, porque yo no era el enemigo”, olvidando que sí, que el enemigo,
en tiempos de odio, puede ser cualquiera.
Artículo publicado originalmente en el periódico "El Imparcial" dentro de la sección "La zona sucia"