Cumplí 35 años. No fue una gran noticia porque llevaba un tiempo viéndolo venir. En cualquier caso, no creo que los números redondos le amarguen a nadie. A mí, al menos, los que me amargan son los que vienen después, es decir, cumplir 20 fue asumible, pero 21 fue un desastre, y algo parecido ocurrió cuando pasé la treintena, en 2008, que me dio por montar una fiesta de cumpleaños a lo Hugh Heffner y las terrazas de La Latina aún tiemblan cuando lo recuerdan.
Para la ocasión elegí una noche tranquila dentro de un día enloquecido. Sigueleyendo decidió sacar mi libro del 15-M el mismo día de mi cumpleaños y de repente me encontré con siete horas y media de clases y una sucesión de llamadas de medios de comunicación y amigos a los que era imposible distinguir y mucho menos atender, con el estrés que eso me causa porque todo el mundo sabe que yo sueño con ser el vecino ideal.
The boy next door.
En cuanto al libro, solo puedo repetir que cuesta un euro y que está muy bien y que incluso una de las entrevistas está online, que es algo parecido a un éxito teniendo en cuenta que el 10 de mayo no había nada, solo un ataque de rabia y dignidad, esas cosas que me vienen encima de vez en cuando. En cuanto al cumpleaños, insisto, una celebración de mojito y planta baja y con más chicos que chicas, dato que no sé si aceptar como un signo de madurez o qué. Creo que es la primera vez que me pasa.
De entre los regalos destacaron un libro de Jonathan Franzen, el cómic de "Arrugas", ciertas cantidades familiares de dinero y por encima de todo, un iPad. Lo del iPad se ha ido calmando con los días pero al principio fue una catástrofe: podía pasarme toda una mañana angustiado sin saber si era mejor bajarme libros con la aplicación de Kindle o con la de iBooks y preguntando en cada foro porque no sé qué formato no era compatible con no sé qué software. Yo, que no he leído un libro digital en mi puta vida, como si eso fuera un problema de verdad. Problemas del primer mundo.
El iPad me da horas de sueño porque ya no me desvelo como antes, es decir, ya no necesito levantarme, encender el ordenador y ver cómo va determinado partido de la NBA mientras Sandro Rey habla con los ángeles. Ahora lo puedo mirar directamente en la cama hasta caer dormido otra vez, ahorrándome el tarot y los ansiolíticos.
35 años. Se dice pronto. Durante mucho tiempo pensé que los mejores años de mi vida serían entre los 25 y los 35. Sinceramente, no se han dado mal, pero permitan que cambie mi opinión y alargue mi
acmé una década. De los 35 a los 45 y así sucesivamente.
Too much is not enough. He amado a mujeres que no podía ni imaginar hasta llegar a una que ni siquiera mi propia familia podía haber imaginado, he publicado unas cuantas cosas, vivo más o menos cómodamente en medio de una crisis devastadora y puedo gastar los martes por la mañana haciéndole carantoñas a mi sobrina de tres semanas mientras ella duerme en el bolsón de su madre.
En general, Eva se ha convertido en un ejemplo, un patrón de conducta. Si no tienes nada mejor que hacer, échate a dormir o come algo. Con eso basta.